miércoles, 8 de marzo de 2023

Concierto para un hombre, poemario de Joaquín Zapata Pinteño

 


Y el verso se hizo hombre

Blas de Otero

 

¡Qué abismo entre el olivo

y el hombre se descubre!

Miguel Hernández

 

Aunque una primera intuición – quizás un elemental bosquejo – la había percibido en mis conversaciones con Joaquín Zapata Pinteño antes de que la horrorosa peste nos distanciara hace ya tres años, tuve que leer una y otra vez los poemas que conforman el libro Concierto para un hombre (España, 2002) para tratar de entrever la nueva inquietud poética que acompaña a este marinero del tiempo, quien ha sabido encallar en nuestra América con fruición y a veces con encono.

Y es que a través de estas páginas es posible descubrir las tensiones que han atravesado a este poeta que guardó su escritura para la alta edad. Aquí encuentro su encantamiento primero, con el olivo y su sombra, con el mar y sus abismos, con el niño que jugaba a ser arquero, “a ser un dios desconocido” y que supo conservar esa masa madre hasta que llegara el momento de dejarla germinar. En efecto, años después, en otro costado del paraje y tras el encuentro con su catalizador (el poeta de las enormes Derrotas), Joaquín Zapata se lanzó a la travesía de la palabra en un océano, ahora oscuro.

Siguiendo el esquema de Concierto para un hombre, he iniciado esta pequeña nota con los epígrafes que el poeta me puso en la dedicatoria del libro, los cuales entiendo como pilares especiales que quedaron asentados en el eterno Mediterráneo. Este poemario está conformado por tres partituras (Los días intactos, Los días vencidos y Los hombres y los días) y sus primeros 15 textos inician con fragmentos del libro Todas las jaurías del rey, del cubano Alberto Rodríguez Tosca, con quien una vez más dialoga y a quien exhuma agradecido en cada paso. 

Por otra parte, Zapata Pinteño también insufla vitalidad a un heterónino (Lukkus) a quien sienta a la mesa junto con Pessoa, García Lorca y Rodríguez Tosca para contarles cómo, “desde el amanecer de una posguerra” y en el relámpago de la poesía, brotan de nuevo yarumos y robles negros.

Así como la música necesita del silencio, fue necesaria la ausencia para volver a encontrarme con el Joaquín-Amigo, el Azariel-Misterio, el Poeta-Hombre que entrega un concierto en el que “un gesto nos enjaula y un labio de vértigo nos prende”.

 

Comparto los siguientes poemas de Concierto para un hombre:

 

VII

No te dejes morir si te dejas te mueres

sino te dejas también te mueres

pero no tanto

déjate caer y la tierra te guarde

como a un hijo pródigo que vuelve

 

En medio de otros dos

un hombre ha dejado de morir

la neblina de sus ojos se evapora

sus párpados adquieren transparencia

tiene un regocijo en la memoria

una multitud de relámpagos pequeños

que cauterizan las heridas

Su reloj enfermó de lentitud al tiempo

avergonzado cuenta un siglo cada hora

Ya no sufre de arrebatos

sino de una quietud canicular

en un jardín que involuntario brota

con su vieja mesa y lámina de cromo

el sapo que croa en su sequía

y una higuera infatigable

Este hombre parece un invisible

un ausente en su presencia

una presencia inamovible

sin un clamor ni un gesto

ni un hilo de voz

sus huellas se diluyen en la aurora

como una sombra que deja de cantar

y huye de la nada

como un muerto universal glorioso

¿Quién será ese yacente

con un sudario a punto

a punto de lavar la noche y sepultarla

con la duda de una excomunión?

Ni el crepúsculo se atreve

a descifrar su nombre

 

 

XII

 

Devorados sí

pero de quién

a qué boca dijimos

que nos devorara

 

En cualquier acto de universo

puede concluir este concierto

que acaricia y oye al hombre

ese ser mitad lobo reflexivo

mitad eternidad ardiente

con un lenguaje perdido entre palabras

y un silencio que escucha sus delirios

Ese ser que orbita poesía

más allá del arrepentimiento

y agradece a Hasch y al yarumo y al roble negro

y a la tartamudez de Dios

que lo aislará con la piel del mundo

No teme perder su infinitud

ni el pulso de una infancia

que en otra eternidad se olvide

ni a dejar atrás su horror

ni a la revelación de su muerte

 

 

Canto 2

(Lukkus)

 

Después de dar la espalda al mundo

se fundieron en mí tiempo y distancia

con un feroz aliento

soy como una herida resanada tras la muerte

No cuestioné la ficción del hombre

abandoné su jauría

para llegar al Getsemaní de las consciencias

No dejé de extraviarme

de llegar de despedirme

siempre supe del barro fugitivo

que cualquier camino conducía al fuego

pero me perdí en mis desencuentros

Nadie supo mis vergüenzas

ni que mis lágrimas vertidas

sufrían un naufragio

caminé sin norte para no encontrarme

mis cicatrices querían estallar al mundo

no asumían su regreso

No tuve un discurso afortunado

no me alcanzó el relámpago de la poesía

ni esa voz profunda que me llega.

 

 

El arquero

 

En un jardín amplio e infinito

un niño juega a ser arquero

a ser un dios desconocido

que roba corazones y los fulge

 

Los golpes de su arco son secretos

ahogan las ansias de la piel hasta saciarla

como se sacian los océanos de agua

y el universo de latentes astros

 

Lleva un himno que induce a la pasión

al ansia amorosa de la vida humana

sus flechas con un grito de suerte

nos adentran en otra creación

 

Tercamente de primavera a invierno saetea

desde los antepasados más antiguos

y el inocente fuego de la sangre

despierta rotundo como una catedral

 

Hay que aceptar el error de las heridas

como tigres con una flecha en la garganta

sangrar hasta sacarla

levantarse y sacudirse el polvo

 


Joaquín Zapata Pinteño

 Imágenes tomadas de la circulación libre en la red