domingo, 16 de marzo de 2025

La balada. Educación sentimental de una época

 


A continuación comparto el texto que leí en la presentación del libro, La balada. Educación sentimental de una época, del poeta y ensayista Carlos Fajardo Fajardo.


Canciones y poemas del alma

 

Amores igual que canciones
Dolores igual que sonatas
Todos flotan en el aire
Y son poemas del alma

Manolo Galván

 

La balada como forma artística tuvo su apogeo al final de la Edad Media europea en ámbitos cortesanos y, de entrada, estaba emparentada con la poesía, pues tenía como componentes básicos la brevedad, lo narrativo, las rimas cruzadas, así como también la reiteración de un estribillo (básicamente un verso) cada tres estrofas. Además, estaba destinada para ser cantada siguiendo una estructura polifónica con una voz principal y una o dos secundarias, aunque estas también podían ser instrumentales.

Esta forma de expresión lírico-musical tendría luego, en el romanticismo, una adaptación por parte de compositores clásicos como Chopin, Brahms o Liszt, en obras para piano y orquesta. El esquema y la inspiración tenían mucho que ver con la que había surgido previamente en las cortes francesas e italianas.

Ya entrado el siglo XX, la balada se aproximó a los entornos populares, constituyendo lo que se ha llamado como balada romántica, una forma musical corta, con ritmos suaves y lentos, cuyos temas se concentran en amores, desamores, despedidas, reconciliaciones o nostalgias. En palabras del etnomusicólogo Daniel Party, la balada es “una canción de amor de tempo lento, interpretada por un cantante solista generalmente acompañado de una orquesta”.

Un primer antecedente se pude ubicar en los Estados Unidos de Norte América, en las creaciones de ciertos inmigrantes europeos que llegaron con posterioridad a la I Guerra Mundial, quienes traían arraigadas las formas clásicas y empezaron a integrarse con los ritmos que encontraban en el nuevo territorio, donde la nostalgia era manifiesta en medio de los hombres y mujeres esclavizados que habían llegado de África. La tonalidad suave y las letras amorosas fueron perfilando el corpus central del fenómeno que luego se extendería al resto de Latinoamérica.

Hacia 1960, países como México, España o Italia recibieron el influjo de esas baladas que una década atrás habían empezado a acompañar los electrizantes sonidos del rock and roll estadounidense, en los que el componente sinfónico había sido tomado de la balada, dándole cierta línea melódica, suave y acogedora. Las canciones de Elvis Presley, Paul Anka o Neil Sedaka fueron traducidas y adaptadas al sentimiento latino, con lo que se dio inicio a todo un movimiento de afectos y complicidades, que se extendió al resto de los países de América y a algunos de Europa y Asia.

En este punto arranca el libro de Carlos Fajardo Fajardo, La balada educación sentimental de una época, cuando esta música estremecedora irrumpe en la cotidianidad de un barrio de casas blancas y aviva el espíritu de los adolescentes que son presa fácil de los flujos del deseo. El autor nos hace partícipes de ese asombro que lo envuelve, de ese misterio que poco a poco se va desnudando y lo pone de cara a las peripecias amatorias, a la fuerza de la amistad y a los sueños de un mañana en que sea posible vivir en libertad.

El investigador Jesús Martín-Barbero al pensar la balada habla de una “integración sentimental latinoamericana”, y esto es precisamente lo que Carlos Fajardo logra desentrañar y transmitir por medio del recorrido que propone, el cual va desde la experiencia subjetiva hasta los entrecruzamientos que forjan una época en la que los cantores y cantoras de baladas, definen una experiencia musical que alcanza a estructurar un sentir común de las generaciones de posguerra, que le apostaban a otras maneras de vivencia de los afectos.

Con la certeza de que un breve poema, tal como lo ha advertido Gastón Bachelard, “debe dar una visión del universo y el secreto de un alma, un ser y unos objetos, todo al mismo tiempo”, Carlos establece un vínculo con la balada romántica y nos propone dos instantes reflexivos en la conformación del libro: el primero está tejido por las vivencias que a él y a su generación los interrogaban desde los flujos que aquella música iba esbozando. Sugestivos títulos, como Suramérica: “¡Ay país, país, país!” o Colombia: “Este viento amor”, destilan lo poético que hay detrás de esas composiciones para entregarnos un trago ensoñador, poderoso y provocador. El segundo instante es un reconocimiento a esos autores y autoras que hicieron de la música su camino y su morada, así como también a los festivales que permitieron el lucimiento de los intérpretes y el gesto solidario del compartir latinoamericano en torno de una música que a la vez era un llamado al despertar de otras sensibilidades.

Finalmente, con la expresión de gratitud y celebración por esta nueva publicación de Carlos Fajardo, vuelvo al estribillo de Manolo Galván, “el mundo es un pobre poema que solo recita el alma” y lo enfrento al espejo de Jung en el que se concibe el alma “como lo vivo en el hombre”, para que sea la paradoja la que nos permita atisbar desde el faro del tiempo, de qué intensidad fue el influjo que aquellas canciones y poemas del alma nos trajeron en nuestros años mozos y cómo hoy podemos verlas con una perspectiva nostálgica o vital.

 

Omar Ardila, 2025