martes, 21 de abril de 2020

Piedra vacía de Felipe García Quintero



Porque la muerte es irse y ya
Felipe García Q.

Piedra vacía fue publicado inicialmente en Ecuador en 2001 y posteriormente reeditado en Sevilla por Ediciones de la Isla de Siltolá en 2017. Es, sin duda, un libro complejo que no admite una sola lectura, ni permite que esta sea rápida. Tiene el encanto de la dificultad y al mismo tiempo la suavidad de la palabra insistente que no deja de invitar a descubrir los diversos enigmas que por sus páginas serpentean.

En mi breve lectura, que quizás apenas reincida sobre los asuntos que ya vislumbró el poeta, he seguido la misma ruta de los apartes que conforman el libro. 

Agua rota o la vuelta sobre el antiguo problema del lenguaje:
Nombrar y crear, escribir y borrar, con la palabra como vehículo para el silencio: escribir para callar (acaso una evocación de Zenón de Elea).
La escritura como la única realidad del poeta, aunque escribir sea una ruta muerta o la certeza de la muerte. El autor afirma sin ambages y con sutileza que es el trabajo de tu muerte.
Como un filósofo poeta, García Quintero elabora preguntas sobre su concepto esencial o sobre su esencia como poeta: ¿es la escritura el aire? ¿Es el silencio el que escribe?
Sin preocuparse por las respuestas, cierra este primer círculo con una contundente certeza: “escribo para dejar de escribir”.
Agua rota o la escritura como fatiga del lenguaje.

Lleno de nadie reincide en el diálogo íntimo con la escritura, con esa presencia activa devenida necesidad, sutileza insaciable.
Ahora el autor apela a la escritura breve, aforística, sentenciosa (una vigilia con Ungaretti y su herida). Así, entonces, el lenguaje anhela la forma del vacío.
La escritura, dulce enemigo.
La escritura una presencia indoblegable.
La escritura una danza para derogar la muerte.
Y aunque el poeta niega su elemento, a toda costa decide embellecerlo.
Lleno de nadie, sutil trazo que anula la muerte.

Decir el grito o la metafísica de la piedra.
García Quintero indaga sobre la casa del grito; ubica su Morada al sur y vuelve para, sigiloso, levantar el puño. Ahora ha entendido que la piedra es sabia en su mudez, que su cuerpo (memoria) reconoce las raíces del grito y se adentra en el arte del acecho.
La piedra mística que el poeta ausculta, es la única abuela de una tradición, de un ancestro guerrero que todo lo ha confiado al esqueleto de la montaña: la piedra.
Decir el grito o encontrar en la piedra la oquedad, la fuerza del abismo, la hermandad con el vacío.

El vacío del aire es un fluir lento al que el poeta acude de la mano de Heráclito (“Me indagué a mí mismo”). Para ello, inicia un itinerario del despojo. Tal vez en el vacío residan las respuestas del lenguaje.
Una mirada a la infancia, a la casa de la piedra, a su primer encantamiento cuando todavía no lo aferraba la escritura.
En adelante, el deambular y la danza de esta triada: el viento, el vacío, el aire.

Piedra vacía o el despojo de la condición de autor.
Ya no importan las certezas, vale más el camino esbozado: la piedra como morada, como potencia escritural. García Quintero es afortunado porque no todos los poetas encuentran su casa, su lugar para guardar la mudez y los huesos.
En la infancia, su persistente aliada, recibió los sustratos para amansar el lenguaje. Allí el silencio, la nada, la soledad: los juegos del tiempo. Asimismo, la piedra y la montaña que se anunciaban como un presagio de la escritura.
Piedra vacía o el mantra para dejar de escribir.

Para el lector, es apenas el momento de ofrecer un balbuceo. Pero como este texto fragmentario dista mucho de ser un análisis y se sostiene tan solo como un recorrido intuitivo, prefiero convocar a otros lectores para que sigan la voz de Felipe García Quintero en estos cuatro poemas que he seleccionado.


VII

recuerda alma mía, que vamos a morir.

Será bajo la lluvia discursiva que traen los recuerdos, la que anuda las manos a la escritura.

Sin queja moriremos. Esta será la noche y no habrá otro lecho para morir, porque la muerte es la hierba del deseo que se alimenta con el cuerpo.

(Y la luna miro en el cielo: caballo que inmóvil se desboca)

Recuerda que más tarde vendrá la hoz, y seremos uno en las manos del pastor nocturno.


X

sientes llegar el hambre y le escribes: Amor, Patria, Dios. Las posibles palabras que puedan tapar el roto por donde la vida escapa.

Quieres escribir ahora que las palabras no encuentran su lugar en la carne, mientras en el vacío de Hamlet cae la noche blanca de Macario, y por el deseo sin amor se llena la escritura.

Tienes hambre y callas, porque bien sabes del enemigo rumor de la belleza en el tiempo. A pesar del hambre no hablar de hambre.


XXX

Aún sin llegar la voz palpa las montañas.

Porque es aliento y latido, astro del triste,
así camina el decir de la piedra.

A cada línea se levanta una colina de paisajes,
de cada recodo se eleva un pájaro imaginado.

Terrones de sílabas el bosque inmarcesible,
huerto el horizonte que espera.

Y junto al río, el habla de cavar,
la lengua mineral donde el agua sedienta de los vocablos
cautiva bebe puñados de luz a tientas.

Hueso del aire donde germina la piedra.


XV

evito las palabras. A cada palabra evito las palabras.

Con cada paso. Cuando escribo no quiero usarlas; no quiero tocarlas cuando hablo.

Escribo para dejar de escribir.



Felipe García Quintero (Colombia, 1973). Es profesor titular del programa de Comunicación Social de la Universidad del Cauca, en Popayán. Entre otros, ha publicado los libros de poesía: Vida de nadie (Madrid, 1999); Piedra vacía (Quito, 2001); La herida del comienzo (Granada, 2005); Mirar el aire (Bogotá, 2009, Buenos Aires, 2016); Siega (Bucaramanga, 2011, La Paz, 2017); Terral (Montevideo, 2013, Roma, 2015); Diario sucio. Un viaje por México (San José de Costa Rica, 2015), Algún Latido (Valparaíso México, 2016).



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