miércoles, 11 de mayo de 2011

Máquinas poéticas revolucionarias



Recordando el postulado esquizoanalítico, según el cual, por todas partes circulan máquinas, las cuales tienen como función principal la de producir realidad; intentaremos reseñar algunos usos productivos de la máquina literaria, vinculando tres poéticas construidas desde la resistencia, desde la afirmación de una voluntad revolucionaria, y con una gran claridad acerca del poderío transformador de la composición estética. Es importante enfatizar ésta última posibilidad, puesto que con frecuencia se tiende a señalar ciertas obras como tendenciosas y pobres a nivel estético, debido a la aparente exaltación de la discursividad política en detrimento de la exploración literaria.

En esta ocasión juntaremos a Juan Gelman, Francisco Urondo y Néstor Perlongher, tres creadores argentinos que hicieron de su vida-obra una verdadera máquina revolucionaria. En distintos lugares y momentos, y desde diversas posturas y prácticas, estos tres artistas se instalaron como líneas de fuga activas que dejan circular libremente sus brotes de inconformidad, justo, contra aquellos espacios coercitivos donde la palabra hecha dogma, demarca limitados usos para sí misma.

Nuestra intención en este texto no es recorrer sus historias de vida (de ninguna manera porque queramos restarle importancia a ellas) sino que preferimos concentrarnos en unos breves fragmentos de sus obras (ubicados al azar), en los cuales se trasluce una potencialidad poética de alto vuelo.


En el poema Actos, de Juan Gelman, se acude al recuerdo para visibilizar el desasosiego, la negrura, la “tristeza al pisar” en que ha sumido la dictadura militar a dos almas que antes andaban juntas y se amaban. Y puesto que todo ha querido borrarse para instalar la quietud del olvido, el poeta propone resistir con un acto de memoria que pueda ayudarnos a sanar, dado que sólo ese recurso es válido para mantener vivo el amor de esos seres que han sido fragmentados pero apenas externamente.

En una similar reflexión, recuerda en el poema Oír, a los compañeros muertos, quienes como un frondoso árbol del sur, se han apropiado del viento, un viento que “viaja hacia el porvenir”, enseñándonos su rostro dividido por el dolor y la luz. Sin embargo, aunque mil muertes suceden en menos de un segundo, siempre nos sorprende y nos sorprenderá un nuevo alumbramiento.

Asimismo, en poemas como Caminos, Aromas y Hacia el sur, insiste una y otra vez en que, aunque la noche sigue acompañándonos, tomándose nuestra voz, hablándonos con suavidad, con la calurosa dicha de los victoriosos, e interrogándonos con el dolor de las “almitas del sur”, de aquellas que fueron derribadas y que quisieron borrar; son esas almitas precisamente, en su potencial de semilla, las que renacen en árbol y las que guardan en su puño el secreto del horizonte.  

Es así como un ojo de fuego viene a devorar todas las melancolías: por los niños que nunca supieron la razón que los condenaba a morir, por los compañeros que creían en la gente más que en el sol, por los hombres que morían de pie y con los puños en alto. Ese ojo de fuego, ahora se sienta con nosotros a la mesa para ayudarnos a nunca olvidar. En adelante, desde el sur, una voz aclamará a la amada, recorriendo las montañas de sus senos donde se dan cita las alegrías y las fragancias. Esa mujer es toda amor, toda casa donde pueden morar los compañeros, toda ascenso y ruta para la libertad.

En fin, este recorrido por la memoria nos conduce a borrar esas páginas luctuosas y a buscar guarida en otra parte donde los sueños puedan continuar, pero nunca a olvidar los balazos, el silencio a que se estuvo sometido, la energía inagotable de los muertos que ahora son semilla viva. Ahora son otros los límites, trazaremos nuevos mapas. Siempre hay que recomenzar y levantar otros pueblos, otros hombres cuyos cuerpos tengan “una estrella de oro y una luna en la boca”.

Permanentemente, Gelman reafirma su resistencia a morir, a descansar en la quietud de las alturas, pues está seguro que no es el cielo el que nos espera sino la victoria. Así lo ha confirmado la hermosura que anida en el corazón, que danza desde el sur, que es sol y pasión.


Por otra parte, Francisco Urondo construye una vehemente obra desde la cárcel, reafirmando su opción vital a favor de una poética que desnuda las retóricas del oprobio. El afianzamiento de la “normalidad” ha instalado la costumbre de aceptar las cosas tal y como están (como nos las han impuesto). Una cadena de persecuciones ha logrado poner a todos contra todos. De perseguidos a perseguidores, es la triste historia de los pueblos que han sido víctimas del despojo de su memoria, de su mirada ancestral, de sus voces rituales. Esa es la gran trampa de una sociedad enmascarada y engañosa. Sin embargo, el poeta como vidente natural, logra revertir ese discurso para afirmar que lo que en realidad existe es la anormalidad, que la anormalidad es la norma, y sobre esa cuerda de funámbulo es preciso aprender a moverse para no olvidar ni resignarse, para afirmarse en la lucha y reclamar eso que le corresponde a cada cual. Urondo recuerda cómo con Allende murió todo un continente, se abrieron de nuevo las heridas y se acallaron las voces populares. Ese presagio de la desgracia, al morir el líder con su gente, sólo puede esperar la purificación por el fuego y el tiempo, los cuales también se dirigen contra los verdugos.

Desde ese sitio de reclusión donde Urondo insistía y resistía con su palabra, nos cuenta pequeñas historias, pequeños fragmentos de cotidianidad, testimonios conmovedores, reafirmativos y vitales, como el de un preso montonero que elabora unas carteras para sus pequeñas hijas que lo esperan. Pero también lo espera todo un pueblo, que aún sigue dándole vida a las consignas por las cuales fue conducido a ese sitio de reclusión. En efecto, quien describe la actividad del presidiario es otro en similares condiciones, que ha prestado sus ojos como espejo para retransmitirle al pueblo el pequeño gesto de su compañero.

Para Urondo, la realidad está tanto afuera como adentro de la cárcel: en los gritos del torturado y en la anhelada libertad. La única irreal es la reja, la que establece los límites, la que nos hace creer en la irrealidad del dolor propio o la de quienes nos los propician.



Néstor Perlongher es el tercer poeta que nos ha suministrado sus brotes para hacer rizoma en medio de estos entornos cada vez más unilaterales. Hemos seguido su extenso poema Cadáveres, y hemos logrado sentir que en todos los espacios hay cadáveres, en todos los estados, en todas las situaciones; en los giros, en lo no dicho, en lo trivial, en lo pequeño. Los cadáveres son una presencia que engloba todo, que abarca todo, y que el poeta usa como una cantinela. 

“Hay cadáveres” funciona como un estribillo que le permite al poeta hacer quiebres, pausas, y definirle una estructura singular al poema. Con los cortes que le da el estribillo, Perlongher se permite explorar diversas formas de escritura (prosa, diálogo, exclamaciones, interrogaciones) incorporando incluso otros tiempos que permiten distanciarse de los lugares para recomenzar a menudo, una suerte de nuevos poemas, un poderoso ritornelo. Asimismo, hay un decidido juego verbal con palabras de argot popular y con algunas creadas por el autor para darle vida a cierta musicalidad. 

Por momentos, el poeta se pregunta sobre la razón de ser de la misma cantinela; y  vuelve sobre sí mismo a la vez que observa la realidad de otros que deambulan al lado, en los mismos cotidianos escenarios.

Casi al final del potente poema, los versos ya no siguen su curso habitual, se van quedando atorados como tratando de aproximarse al silencio, hasta que en las penúltimas líneas, el vacío lo es todo. Allí, por fin, ya no hay cadáveres.


Gelman, Urondo y Perlongher, tres voces de la acción y la resistencia, tres poéticas de fuego, tres ensueños de la profundidad que hoy el azar nos permitió juntar para no seguirle el juego al olvido.

Imágenes tomadas de la circulación libre en la red

1 comentario:

  1. cada vez que "te leo" me leo y nos leemos. y se agradece, el infinito y el retorno del rittornello. gracias.

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