Pepitasde Calabaza es una de esas pocas editoriales españolas
que ha hecho una apuesta decidida por darle la posibilidad de iluminar a
escritos políticamente peligrosos, axiológicamente incorrectos y socialmente
insurrectos. Por supuesto que no es difícil adivinar qué tanta presencia puede
alcanzar dentro de los hipercircuitos de difusión y comercialización del libro,
los cuales alimentan a diario festivales, ferias y librerías. El poderío de
aquella editorial riojana radica, precisamente, en estar ausente de esos
escenarios mayoritarios donde las líneas de pensamiento que las sostienen son
las que conducen al unanimismo. Ese carácter de devenir minoritario le permite
publicar un libro para elogiar la anarquía, tomando como referencia las
polémicas sostenidas por dos particulares personajes chinos del siglo III, Bao
Jingyan y Xi Kang (223 – 263), con importantes personalidades del mundo
intelectual.
Gracias al juicioso trabajo
de selección y presentación realizado por el especialista en cultura china,
Jean Levi, y a la traducción y comentarios elaborados por el sinólogo Albert
Galvany, hoy podemos enterarnos de algunas discusiones que tuvieron lugar
durante las Dinastías Wei y Jin (Siglos III y IV) en el país oriental, del que
hemos recibido tanta información desvirtuada.
La primera discusión es
entre Bao Jingyan y Baopuzi. El primero es un oscuro personaje libertario del
que apenas se encuentran referencias a través de Ge Hong, quien dice haber
conservado algunas páginas de aquél. “De
la inutilidad de los príncipes” es el tema de la controversia que
sostienen; en ella, Jingyan asevera que hubo una sociedad anterior que no tenía
príncipes, en la que el poder carecía de poder y por tal razón, era mejor que
la presente. Justamente, fue la institucionalización del príncipe con su consabido
vínculo celestial, la que trajo los problemas a la sociedad. Con agudeza y
habilidad, poco a poco Jingyan va confrontando las posiciones de Baopuzi, las
cuales están en contra del elogio de la “vida salvaje”. Sin embargo, la añoranza de las sociedades
primigenias no exime a Jingyan de analizar la estratificación en que se
encuentra, por el contrario, intenta ponerla contra las cuerdas, pues no cree
en las bondades del supuesto bienestar de la organización presente, sino que más
bien desnuda sus falsedades en tanto afirma ciertas verdades, muy distintas de
las que han sido culturalmente aceptadas: “cuando
en el mundo reinan la contrariedad y el desorden, aparecen entonces la lealtad
y la justicia”. La intencionalidad de Jingyan es mostrar que puede haber
una sociedad en mejores condiciones que las actuales, presentadas como
definitivas y seguras. Por ello continúa con su tono esclarecedor aunque
recurriendo a los interrogantes: “devolver
a la vida un muerto provoca un entusiasmo sin límites pero ¿acaso no vale más
obrar de suerte que no haya muertos?”.
En la época de Jingyan,
existían seis tipos de “relaciones sociales”: soberano, súbdito, padre, hijo,
marido y esposa. Para el discurso oficial, esta organización jerárquica era la
que garantizaba la cohesión del cuerpo social, pero para el polémico personaje
anti autoritario del siglo III, dicha estructura distaba mucho de aquella
primigenia en la que no había príncipes ni vasallos, disputas ni rivalidades,
honores ni ofensas, ni grandes aglomeraciones de personas. En fin, la apuesta
de Jingyan es sin duda a favor del primitivismo, una de las vertientes que han
acompañado permanentemente el devenir anarquista.
La segunda discusión tiene
por título, “Sobre el carácter innato
del gusto por el estudio”, y la sostienen Zhang Miao, un alto funcionario
de una prefectura en el Noreste de China, fallecido en el 291, y Xi Kang (223 –
263), un poeta y pensador destacado que hizo parte de los “Siete Sabios del
bosque de bambú” (“círculo de amigos y de bebedores impenitentes”), quien
mantuvo una posición irreverente, crítica e inconforme, lo que le valió la
persecución, el encarcelamiento y la condena a muerte.
La posición de Zhang Miao
conduce a presentar “el estudio” como una práctica que hace parte del
fundamento más elemental del ser humano. Por el contrario, Xi Kang asegura que
no hace parte de la naturaleza humana, sino que todo se debió a la ruptura
propiciada por el surgimiento de la escritura, consistente en la necesidad de
transmitir ideas. Con esta nueva dinámica comunicacional, se le estaba dando
vida a divisiones entre los hombres, debido a la creación de categorías y
clases, títulos y funciones, el fervor por la instrucción y la necesidad de
discursos como el humanitarismo y la justicia. Con la instauración de estas
prácticas, según Xi Kang, se conducía a disciplinar las conductas y a la
búsqueda de la celebridad y del beneficio egoísta. Esta postura la ejemplifica
recurriendo a una reflexión sobre un tema similar: “La bondad procede de la naturaleza humana pero la naturaleza humana no
puede tornarse como bondadosa. La bondad, como el arroz blanqueado, es el
resultado de la acción del hombre que completa desde el exterior la obra del
cielo”.
La última discusión, “Sobre los efectos nocivos de la sociedad
para la salud”, se genera entre Xi Kiang y Xiang Ziqi, el vicepresidente de
la Cancillería Imperial, quien también hacía parte de “Los Siete Sabios del
bosque de bambú”. La posición de Xi Kiang es a favor de la mesura tanto en el
consumo de los alimentos como en la satisfacción de los deseos. Constantemente recurre
a la enumeración de varios alimentos que aseguran una magnífica nutrición y la
descripción de prácticas propicias para alcanzar la longevidad. En el fondo,
busca remitirse a una sincronización del cuerpo y el espíritu como dos
estamentos complementarios más no jerárquicos: “el cuerpo depende del espíritu para perdurar al igual que el espíritu
requiere del cuerpo para subsistir”. Esta vía conduce al sosiego y a la
impasibilidad, sin albergar amores ni odios, alegrías ni tristezas. El sosiego
y la quietud constituyen el gran saber, y la gran armonía es el culmen de la
felicidad; por el contario, son las necesidades creadas las que provocan la
infelicidad. Pero el punto máximo de intensidad y complejidad se alcanza cuando
Kiang retoma un antiguo pasaje del Zhuangzi
para provocarnos con la esclarecedora paradoja: “¿no significa que la felicidad completa consiste en la ausencia de
felicidad?”.
Finalmente, nos advierte las
cinco dificultades que conspiran en contra de la nutrición de la vida: 1. No
poder liquidar el renombre y el beneficio egoísta, 2. No poder desterrar la
alegría y la cólera, 3. No poder expulsar los placeres auditivos y visuales, 4.
No poder desactivar la inclinación por los ricos sabores, 5. No poder desocupar
nuestra mente de cuitas y evitar que se disperse.
Por último, queremos
resaltar la pertinencia de esta publicación, la cual logra revivir aquellas
antiguas polémicas para confirmarnos que mientras existan las figuras
autoritarias, siempre habrá espíritus libertarios dispuestos a levantarse.
Imágenes tomadas de la circulación libre en la red
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