Alonso
Londoño un anarquista octogenario que se despide, in memoriam
I.
Paradoja 1: tememos a la
muerte porque es una sorpresa. Paradoja de paradojas: nos entusiasma la muerte
porque nunca deja de ser sorpresa.
No sé si al consabido
lamento que trasluce nuestra humanidad cuando recibimos la noticia de que un
amigo ha muerto, deba sumarle especulaciones que pretendan ahondar en
serpenteantes laberintos, de los cuales ya sabemos que nunca habrá punto de
retorno. Acaso exorcizar la pena recurriendo a las palabras huecas que, de
nuevo nos dejan ver su limitado estrato. O tal vez, un intento de saldar deudas
cuando es obvio que ningún fuego logra devorar los distanciamientos.
La muerte sigue siendo la
gran brecha…
II.
Con el impulso indetenible
del infante que acude ante su madre para enseñar sus primeros garabatos, acudí
esta tarde a una cita no prevista con la muerte (porque con la muerte de los
otros, también vamos muriendo por partes). El motivo: entregarle mi más
reciente poemario al amigo Alonso Londoño, la única persona a quien dediqué uno
de mis poemas en esta publicación. Y en ese ingrato espacio de control, en el
que definen si podemos seguir o debemos regresarnos; en esa fría portería, unos
rostros consumidos por el tedio, inmutables y lacónicos, me relataron
inmisericordes, el inesperado suceso: “Don Alonso falleció hace como dos
meses”…
La muerte ha ensanchado la
brecha…
III.
Libertario, soñador,
anarcucho, guerrero, ex sacerdote, vendedor callejero, mercaderista, profesor,
investigador cósmico, terapeuta, místico, lector compulsivo, conversador
infatigable, psicoanalizado pero no psicoanalizador, graffitero tímido pero con
un gran arsenal en la voz, que también había aprendido a callar, vendedor de
ilusiones (el éxito ¡bah!), amigo inclaudicable, confesor y confeso anarquista…
Así conocí a Alonso Londoño… aporético y antinómico…
No es vacío el que nos
queda después de tu partida – aunque no le tememos al vacío –, pero tampoco
saciedad, pues en las horas infinitas (como este esquivo instante) que nos
dejamos seducir por la conversación, siempre tuvimos la sensación de que las
puertas seguían abiertas, aguardando ocasiones para una nueva conspiración.
Amigo, apenas ahora, te
hago entrega del poema que pasé a dejarte esta tarde:
La ciudad de la angustia
Para
Alonso Londoño
En esta esquiva ciudad que me consume, todo ha
quedado reducido a una enorme ventana, por donde se fuga la única ilusión que
me sostiene: levantarme de ésta arraigada silla y caminar de espaldas para
olvidar el extravío del tiempo que me trajo al recinto del cuerpo abofeteado
por la crueldad.
En esta ciudad de
nadie, aprendí que la vida era un interminable sueño, donde persistían
inmóviles mis huesos frente a todas las puertas despejadas.
Pueden ver el canal Youtube de Alonso Londoño en:
Con dolor. Murio el Mestro.
ResponderEliminarIn memorian
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