Bajo control... tierra,
aire y mar.
Bajo control... el reino animal.
Bajo control... la atmósfera.
Bajo control... hasta la guerra y la paz.
Bajo control... la humanidad.
Bajo control... la mediocridad.
Bajo control... todo el mundo está.
Bajo control... todo, todo...
Bajo control... el reino animal.
Bajo control... la atmósfera.
Bajo control... hasta la guerra y la paz.
Bajo control... la humanidad.
Bajo control... la mediocridad.
Bajo control... todo el mundo está.
Bajo control... todo, todo...
RATA BLANCA
Asfixiados,
perseguidos, vulnerados, desnudados, endeudados, vigilados…, así discurrimos en
los nuevos “espacios abiertos”, los cuales son colonizados constantemente por
el arma más efectiva que ha logrado sujetar nuestras almas: el control
acrecentado, el hipercontrol, la “seguridad” de las nuevas sociedades. De los
“moldes” que pretendían instaurar los espacios destinados para el encierro,
hemos pasado (sin abandonarlos del todo) a ser nuevos objetos para la “modulación”
de prácticas de control que, aunque muchas veces parezcan intangibles, resultan
más eficaces.
El
juicioso estudio de Michel Foucault, Vigilar
y castigar – nacimiento de la prisión (1975) ya nos había esclarecido el
mecanismo perverso con el que, desde el siglo XVIII, se había empezado a
disciplinar los cuerpos para ubicarlos eficazmente dentro de la “normalidad”
social. Este riguroso y problemático trabajo, nos sigue sirviendo de insumo
básico para reconocer la génesis de las prácticas penales y su alcance político;
es por eso que, a lo largo de este texto, volveremos a recorrerlo para ayudar a
develar las formas de dominación que día tras día incorporan nuevos elementos,
haciéndose más totalizadoras y excluyentes. También revisaremos ligeramente, algunos
seminarios dictados por Foucault en el Collège de France (Defender la sociedad, Seguridad,
territorio y población y Nacimiento
de la biopolítica), en los cuales, el autor percibe la variación hacia los
dispositivos biopolíticos y de
“seguridad”, como continuadores de las prácticas de dominación. Seguidamente, y
apoyados en el texto, Post-scriptum sobre
las sociedades de control (1990), de Gilles Deleuze, intentaremos mostrar
la variación en las técnicas de control que ha generado el capitalismo
contemporáneo, cada vez más huidizo, a veces, imperceptible, pero no por ello
menos potente. Finalmente, nos remitiremos al libro, Políticas del acontecimiento (2006), de Mauricio Lazzarato, donde
se aborda con pertinencia, entre otras cosas, el rol central que tiene la información, como mecanismo de captura que
instaura los nuevos modos de habitar en la tierra de nadie.
Los modelos disciplinarios y las técnicas
biopolíticas
Michel
Foucault, como filósofo de acción que siempre fue, dedicó gran parte de sus
investigaciones al análisis de la dominación en la sociedad moderna. Y para
ahondar en la búsqueda de señales que le condujeran a uno de sus puertos,
enfocó su trabajo en el estudio de la prisión, del peso de la ley y del poder
político, es decir, en el castigo, las penas y las leyes que los legitiman. Fue
así como llegó a participar en el GIP (Grupo de Investigación de las Prisiones)
desde donde observó y analizó la “anormalidad” del criminal, ese extraño sujeto
que había conocido el señalamiento, la marcación, el amoldamiento y el olvido. Siguiendo
su método genealógico, Foucault escuchó las voces y miró las huellas de quienes
padecían el encierro; los interrogó y sintió con ellos cómo se extendían, de
igual manera, otro tipo de exclusiones sobre su propia humanidad. Justamente,
en ese proyecto de investigación, coincidió con otro grande de la filosofía
francesa, Gilles Deleuze, con quien mantendría un productivo diálogo, y quien
también nos ha legado tantas páginas de fuego.
El
subtítulo de su emblemático libro, Vigilar
y Castigar, es, precisamente, “el nacimiento de la prisión”. Allí empezó a
develar lo que suponía la variación del castigo por medio de la tortura, al
castigo “humanitario” del encierro. Éste último, supuestamente fundaba un nuevo
desarrollo en el ejercicio de los derechos humanos, a la vez que propiciaba el
respeto por la dignidad humana. En realidad, para el sistema punitivo empezaba
a resultar más efectivo aislar a los “peligrosos” que seguir desgastándose y
exponiéndose en la picota pública con la continuidad de la tortura. Foucault
rastrea el ejercicio penal en Europa y detecta que los suplicios se acaban entre
el siglo XVIII y XIX. En adelante, las prácticas punitivas tienen cierto pudor,
ya no quieren “tocar el cuerpo” sino atacar algo más profundo. Al menos, no se
interviene directamente sobre el cuerpo ejerciendo la tortura, sino que éste se
usa como intermediario, como sujeto de “coacción, privación, obligaciones y
prohibiciones”. De esta manera, se instala una supuesta penalidad “incorporal”,
pues aparentemente ya no se tolera el castigo del cuerpo (razón por la cual, en
ocasiones se valen de drogas para calmar el dolor) aunque al final siempre se
ejecute al enjuiciado. Se suprime el teatro del sufrimiento pero no se deja de
perseguir y de autoengañarse socialmente, creyendo en la posibilidad de readaptar
los sujetos, luego de habérseles suspendido temporalmente muchos derechos básicos.
La práctica penal se vuelve un extraño secreto entre la justicia y su
sentenciado, la cual, muchas veces parece ir de la tragedia a la comedia.
Cuando
el ataque ya no se centra en el cuerpo, se le apunta, entonces, al alma
(entendida como corazón, pensamiento, voluntad, disposiciones) y es así como
surge la Cárcel. Todo es atacado en profundidad por entes que son sombras, sin
rostro, impalpables. Y aunque no sean visibles, sí son muy efectivos. Ya no se
sanciona el individuo, se le controla para neutralizar su estado peligroso y
buscar que él cambie y se “reintegre” (claudique en su construcción autónoma)
al esquema social. Además de la privación de la libertad, se busca la
transformación técnica de los individuos. Ya no se les trata como infractores sino como delincuentes. Se pasa de la observación
del acto a la intromisión en la vida. La cárcel produce al delincuente como
sujeto controlado, como sujeto patologizado, el cual debe experimentar un
encauzamiento de su conducta. Se cambia el verdugo por un numeroso grupo de
técnicos que ahora controlan todos los actos: vigilantes, capellanes,
psiquiatras, médicos, educadores y psicólogos; todos ellos presentes de manera
continua al pasar de un régimen disciplinario a otro. De la sociedad del
espectáculo público de la tortura se pasa a la sociedad de la vigilancia, y es
a esto que Foucault llama sociedades
disciplinarias.
Las
disciplinas que acompañan el ejercicio penal, facilitan un estado de control
sobre el individuo en todas sus acciones, y no solo, sobre la infracción que ha
cometido, sino sobre “lo que son, serán
y pueden ser”. Foucault define las disciplinas como “aquellos métodos que
permiten el control minucioso de las operaciones del cuerpo, que le sujeta sus
fuerzas y que establece una relación de ‘docilidad-utilidad’”. Y aclara que hay
disciplinas cerradas y visibles (panóptico), siendo éstas últimas las que
concentran más su atención. En gran parte del texto se detiene en el análisis
de la estructura arquitectónica del panóptico (Bentham), el cual, evidentemente
funda un nuevo dispositivo de poder: el panoptismo, que en principio opera como
una forma de huida de la peste pero que luego se afianza como efectivo
mecanismo para el control social y político, para hacer dóciles los cuerpos,
luego del “beneficio” que les genera el encierro (la “resocialización”:
domesticar bajo la vigilancia y el control). Desde un lugar inaccesible, un
observador tiene control sobre todas las acciones de los sujetos encerrados.
Ese observador cosifica al otro, lo convierte en una cosa a controlar. En
últimas, lo que busca el panoptismo es atravesar y acondicionar el cuerpo
social, luego de disociar la pareja ver
/ ser visto, de aislar a los condenados, de penetrar el comportamiento de los
sujetos y modelarles la conducta, de instalar una organización jerárquica y de
hacer que el poder se desindividualice y se automatice.
Podemos
decir que Foucault realiza un nuevo estudio enmarcado en el campo de la criminología,
una genealogía de la pena y del sistema penal, no precisamente partiendo desde éste,
sino desde la cárcel para entender cómo funciona aquél. Las técnicas punitivas,
según Foucault, responden menos a un interés jurídico que a un interés político
(anatomía política). Esta búsqueda
está perfectamente ubicada dentro del interés central de Foucault: el estudio
de los micropoderes, en este caso, los que se establecen en diversos escenarios
de control (los psiquiátricos, la salud pública, la sexualidad, las prisiones,
las escuelas y los hospitales). El esquema de Vigilar y Castigar, establece los siguientes recorridos: Suplicio /
Castigo / Disciplina / Prisión. Y lo más terrible que el autor alcanza a
entrever es que la cárcel logra volver legítimo y natural el poder de castigar
y hacer que se adopte la penalidad como algo necesario. De esta manera, resulta
evidente que el interés de Foucault es por la política, por la “ontología
política de la verdad”, tras entender el poder como algo que circula y funciona
en cadena, que no se aplica a los individuos, sino que circula a través de los
individuos. El poder como dispositivo, se hace íntimo con el surgimiento de la prisión, y ya no es solo el Estado
quien lo ejerce como pastor, sino que ahora, éste es benefactor, protector y
controlador de esas pequeñas relaciones de poder. En adelante, el poder se
ejerce sobre el cuerpo, entendido como un bien accesible. Es decir, se desarrolla
una “economía política del cuerpo”, y sobre eso, precisamente, continuará
investigando Foucault en su Historia de
la sexualidad y en sus posteriores seminarios.
El
desarrollo del panoptismo como dispositivo de control, genera, en principio, la
necesidad de estudiar al ser humano de manera técnica, por parte de un cuerpo especializado
en cuestiones científicas, pero más adelante continúa a través del surgimiento,
entre otras, de las ciencias humanas (que buscan hacer al hombre cognoscible) las
cuales permiten instalar, en gran medida, una dominación-observación bastante
sutil y pretendidamente generosa. Es así como se va entrando en una nueva
dinámica de dominación que Foucault llama Sociedades de seguridad, en sus seminarios, Seguridad,
territorio y población y Nacimiento
de la biopolítica. En las sociedades de seguridad, el poder actúa sobre las
acciones de los individuos y no sobre el individuo directamente. Las acciones
se enfocan sobre los acontecimientos, sobre las acciones posibles e incluyen el
análisis del medio en el que se desarrollan. No es que Foucault haya desconocido
la variación que iban teniendo las sociedades disciplinarias, pues en estos
seminarios queda claro que alcanzó a entrever unas nuevas formas de control que
van más allá del encierro, sólo que él las llama de otro modo: “seguridad”, y
las enfoca sobre la población,
no sobre los públicos, el nuevo
objetivo sobre el que también se enfocará el control, tal como más adelante nos
lo mostrará Lazzarato. Por otra parte, al hablarnos de la regulación que ejerce
el Estado por medio de la biopolítica, Foucault nos lleva a entender que el
control ya no es sobre el cuerpo sino sobre el hombre vivo, que a las técnicas disciplinarias se le han sumado las técnicas
biopolíticas, es decir, que se han establecido un biopoder (el poder que se
ejerce sobre la vida) por medio de políticas
de familia y políticas de salud,
el cual apunta hacia una multiplicidad, hacia una masa global: la población. Si
bien es cierto que Foucault ubica la génesis de estas técnicas en siglos
anteriores, encuentra que el mayor éxito de ellas tiene lugar luego de la
Segunda Guerra Mundial, con la instauración de los Estados Bienestar.
Modulaciones para el control
En
el texto de Gilles Deleuze, Post-scriptum
sobre las sociedades de control (1990), el autor advierte que Foucault
alcanzó a vislumbrar la crisis de las sociedades disciplinarias, que éstas dejaban
de ser tan poderosas o únicas, y que nos aproximábamos a las Sociedades de control, las cuales ya no
funcionaban mediante el encierro sino mediante el control continuo, la comunicación
instantánea y la acción a distancia. La idea del
control la retoma Deleuze del texto, Los
límites del control (1978) del escritor William Burroughs, para quien el
máximo control nos estaba dado por las mismas palabras. El breve y un tanto
olvidado escrito de Deleuze, hoy sigue siendo muy oportuno para introducirnos
en el estudio de las nuevas técnicas de control. La vuelta de la mirada hacia Foucault
sirve para reiterar que desde el siglo XIX han funcionado de manera eficaz unos
lugares de encierro continuos: familia, escuela, cuartel, fábrica, hospital,
cárceles; los cuales han manejado unos principios comunes: concentrar, repartir
en el espacio, ordenar en el tiempo y conformar una fuerza productiva. Pero al
decir de Deleuze, los espacios disciplinarios ya no tienen la misma operatividad de antaño, pues mientras que los
encierros responden a lógicas y estructuras analógicas (moldes), en los
sistemas de control hay modulaciones que
cambian constante e imprevisiblemente. En un régimen de control nada se termina
nunca. Se está en órbita ondulante. El control es a corto plazo y rotativo pero
continuo e ilimitado. Se hace inmanente al campo social, aunque aparezca
difuso, y ahí, precisamente, radica su potencial[1].
Del encierro se ha pasado al endeudamiento. La preocupación ya no es por
rehabilitar a los presos, sino por cansarlos,
agotarlos, excluirlos, anularlos, en fin, hacerlos inocuos. Ya no se
necesita el encierro sino la vigilancia, la ubicación en todos los momentos. De
la vigilancia “encerrada” hemos pasado a la “genérica” que es más amplia (de
Bentham a Orwell). Ahora se es vigilado
por un gran panóptico en la casa, en la calle, en el bar, en el centro comercial,
en la universidad… Según Deleuze, nos
están encerrando el afuera, el espacio abierto, la posibilidad transformadora,
el devenir revolucionario, la variación. Ahora se modulan las subjetividades
que han salido del encierro al espacio abierto y ya no se las neutraliza sino
que se las controla.
Siguiendo
esta oscura práctica, podemos ver cómo se ha instalado en Bogotá, en el pasado
mes de enero, un sofisticado sistema de tecnología para el control, conocido
como Centro Estratégico de Información Penitenciaria, con el que se podrá
vigilar de manera simultánea y en tiempo real lo que ocurre en 40
establecimientos carcelarios y penitenciarios del país. Según informan los
medios de circulación masiva, “el Centro está compuesto por un
‘videowall’ o mural de video, con 16 monitores de 55 pulgadas tipo LED que
presenta las imágenes de 400 cámaras de circuito cerrado de televisión
instaladas en sitios estratégicos de los penales más grandes del país, como los
de Valledupar, Ibagué, Itagüí, Cómbita y Girón. El sistema cuenta,
además, con tableros interactivos digitales, monitores auxiliares de 60
pulgadas, un sistema de videoconferencia, otro de audio con amplificadores y
micrófonos de mesa. En las cárceles del orden nacional, las cámaras del
circuito cerrado son de alta definición IP, con rotación de 360 grados sobre su
eje y antivandálicas”. Pero aún hay más sofisticados mecanismos para el
control, pues según comentó el director nacional penitenciario, “el nuevo
centro también permite tener información de los reclusos como edad, sexo, día
en que ingresa, el delito por el que fue condenado, el tiempo de pena que ha
redimido, las citaciones a audiencias, el traslado de cárceles y hasta su
morfología”.
Y
como era de esperarse, estas dinámicas de control se vinculan directamente con
las nuevas formas que ha tomado el capitalismo para seguir ejerciendo su
poderío. El control que anuncia Deleuze, es un nuevo régimen de dominación del
capitalismo, el cual ha dejado de concentrarse en la producción para “avanzar”
hacia la superproducción. Ya no está interesado en comprar materias primas y
vender productos terminados. Le interesa vender servicios y comprar acciones. La
fábrica ha sido cambiada por la empresa, una institución etérea que establece
variaciones en el salario, el cual depende ahora de la respuesta que presente
el trabajador frente a los incentivos que se le ofrecen, es decir, se instala
la competencia, la rivalidad, la división. El nuevo capitalismo no es de producción
sino de productos (ventas y mercados) y lo que requiere son gestores más que
trabajadores. Para manejar el mercado hay que obtener el control, y esto se da a través de la fijación de los precios. El
sector más importante en las empresas es el departamento de ventas, y su
instrumento de control es el marketing.
De ahí los nuevos servicios que se ofrecen: investigación y desarrollo de
estrategias, mecanismos de comunicación, posicionamientos de marcas, medidores
de audiencia, certificaciones, auditorías, asesorías en políticas de calidad,
por nombrar solo algunos.
Por
otra parte, también se generan ampulosos discursos que conducen al control (el
terrorismo, la seguridad, la democracia, los derechos humanos, los gustos del
público, las políticas de calidad), de donde surge la necesidad de hacer monitoreos,
auditorías, estadísticas, guerras preventivas. Es por eso que Deleuze también se
refiere al influjo que ejercen las teorías comunicacionales, los “universales
de comunicación”, las supuestas “revoluciones comunicacionales”, que no son más
que dispositivos de control para “sujetar a los sujetos”. El discurso de la
“seguridad”, tras imponer el discurso del terror, se afianza con la política de
la comunicación, tan promocionada y protegida por el neoliberalismo. En una
línea similar, Foucault nos dice que
una sociedad no se define por sus modos de producción, sino por los enunciados
que la expresan, y por las visibilidades que la efectúan (lo enunciable y lo
visible, pero no entendidos como dualidad sino como un afuera abierto, como una
virtualidad). Ante esta evidencia del poderío que ejerce la
comunicación, surge como práctica anti-control, el ritornelo, la posibilidad
creadora (artística), que no necesariamente equivale a comunicar. Por eso,
Deleuze genera la inquietud de que quizás, en bloques de espacio-tiempo donde
no opere la comunicación como fundamento, es donde podamos empezar a confrontar
el control.
Maurizio
Lazzarato en su texto, Políticas del
acontecimiento (2006) también nos entrega su visión, básicamente
continuando con la reflexión iniciada por Deleuze, sobre el nuevo control
social que se ejerce desde diversos espacios. Al conjunto de las nuevas
técnicas de control, de las tecnologías
humanas del gobierno de los demás, Lazzarato las llama “noo-política”. Desde
el inicio, el autor sostiene que el nuevo control se ejerce por medio de la
información, de “consignas variables” que llevan a constituir hábitos que
impregnan la “memoria espiritual”. Las potencias y el poder de las máquinas de
expresión, son la principal característica de las sociedades de control. Tanto las
tecnologías digitales como los medios de circulación masiva, buscan conducir a
una “normalización” de la información. Dicha normalización no solo se da en el
sentido de decir qué hacer, sino usando la máscara aparentemente liberadora del
confort, pues los celulares, el internet, los videojuegos, al facilitarnos momentos
para el goce, también están
contribuyendo al control de forma disimulada[2]. El nuevo gobierno de las almas se desarrolla
a través de las máquinas de expresión que crean mundos de consumo. Por eso, la
nueva lucha está orientada hacia el manejo de los campos de la información, de
las bases de datos, de las estadísticas, de las proyecciones, de las
transmisiones. Es claro que con esta nueva dinámica también cambian las
relaciones de producción, es el caso del teletrabajo, tan posicionado en los
últimos tiempos, que basa su poderío en la posibilidad de trabajar fundamentalmente
con información.
Según Lazzarato, hay una modulación de los flujos
de deseos, de las creencias y de las fuerzas que los hacen circular. Nos modelan
los cerebros hasta constituir hábitos que se adentran en la memoria espiritual.
El hombre-espíritu es el primer sujeto hacia el cual se dirige el control para
colonizarle la memoria. Se “modula la memoria y sus potencias virtuales” para
instituir una opinión pública, una percepción universal, una inteligencia
colectiva. Se actúa sobre las “fuerzas psicológicas”, sobre el mundo sensible. Estos
planes, evidentemente responden a una práctica política: es el capitalismo
buscando acomodarse para ser más efectivo e imperceptible. Para Lazzarato, “el
capitalismo no es un modo de producción, sino una producción de modos”, de
mundos aptos para su mejor ejercicio. La variación en el consumo está dada por
el interés del consumidor de pertenecer a un mundo, de adherirse a él, de
sentirse participativo – ¿Pero acaso podemos participar en la conformación de
dichos mundos? –. Los mundos que crea el capitalismo, por supuesto, son
cuadriculados, mayoritarios, totalitarios y excluyentes de las singularidades. Son
las mismas exclusiones propias de las sociedades
de control que encontraba Foucault (a nivel económico, social, discursivo y
lúdico); y quienes sufren las cuatro exclusiones, son considerados como “locos”
que deben ser marcados, perseguidos y excluidos en razón de su diferencia. Y la
gran contradicción (de la cual sabe alimentarse el capitalismo) es que una sociedad tan “segura”, tan protegida,
tan benefactora, sin embargo genera inestabilidades, inseguridades en los
empleados (ahora temporales, sin prestaciones, sin pensión). De manera
perversa, el nuevo ejercicio del gobierno de las conductas se hace a través de
las “desigualdades”.
En un segundo momento, Lazzarato continúa
afirmando que el “grupo social del futuro” no es ni la masa, ni la clase, ni la
población, sino el “público” (o más bien, los públicos), y que en las
sociedades de control, los públicos son los principales modos de subjetivación.
¿Y a cuáles públicos se refiere? Al de los medios, por supuesto, sobre los
cuales se imponen tecnologías del tiempo y de la memoria por medio de
dispositivos de “acción a distancia” (la televisión y la radio con su
preponderante dinámica verbal), que actúan sobre los deseos y las creencias para
seguir perpetuando el control. Retomando
el análisis de Gabriel Tarde, Lazzarato nos recuerda que desde finales del siglo XIX (y a la par con la
puesta en práctica de las sociedades de control) se empezaron a elaborar técnicas dirigidas hacia un grupo social
específico: “los públicos”. El caso más notorio tiene que ver con el
surgimiento del cine, que definitivamente amplió el espectro referido a los
públicos. Según este planteamiento, el público, es decir, la opinión (“la
población tomada a partir de sus opiniones”) adquiere la condición de
omnipotente. ¿No es acaso a la opinión que se acude para supuestamente definir
los itinerarios previamente organizados de acuerdo a las conveniencias
productivas? La avalancha mediática constantemente nos está invitando a
participar con el voto, con encuestas, con llamadas para definir, por ejemplo,
la suerte de los participantes en un reality o la de un ministro religioso o la
de un político, o los símbolos que nos identifican, o los criterios morales que
se deben observar para resolver casos de la vida real. “En sus manos está la
suerte de”… “es usted el que decide”… “no deje que otros lo hagan por usted”…
intimidantes y manidas consignas pero efectivas y cada vez más potencializadas.
Estas acciones están sustentadas por los discursos que dicen respetar la
“libertad de opinión” y garantizar la participación y la deliberación. Sin
embargo, la realidad nos muestra que no representan dichos intereses, sino que
más bien son utilizados para identificar el pensamiento de los votantes y empezar
a ubicarlos como potenciales clientes o peligrosos sujetos. No hay que olvidar
que en las sociedades de control se producen “modos”, “mundos”, sobre los que
se desarrollan las nuevas dinámicas, las cuales nos llevan a interiorizar que
lo importante es “pertenecer a un mundo” para sentirnos activos, aunque ya
sabemos que no actuantes, pues nunca participamos en la definición de dichos
mundos. Y la forma como nos imponen esos mundos es a través de la palabra, los signos y las imágenes. En
fin, indagar en la génesis y el desarrollo de los discursos sobre los públicos,
es cada vez más oportuno para desentrañar los tejidos que terminan construyendo
los abrigos del control.
Finalmente, nos interesa rescatar de Lazzarato su
pensamiento acerca de la “multiplicidad” para entender como las multiplicidades
también han sido capturadas por las máquinas de expresión con su nueva
institución que es la “opinión pública”. El pensamiento de la “multiplicidad”
que remite a lo abierto, a lo amplio, a lo no circunscrito a dualidades (lucha
de clases, disciplina / seguridad-control) también se ha visto encerrado,
coaccionado, confinado, pues por todos los medios se generan modulaciones para
crear mundos que apunten a la constitución de un sujeto promedio (homogéneo),
desconociendo las singularidades y con ellas, la potencia revolucionaria de la
creación. Lo cierto es que el control continúa, con el encierro (dispositivos
disciplinarios), con la gestión de la vida (dispositivos biopolíticos), con la
modulación del cerebro, de la memoria y su potencia virtual (dispositivos de
control – noo-políticos). Sin embargo (y ahí radica la potencialidad de la
multiplicidad) la continuidad de los
sujetos encerrados, de las diferentes técnicas disciplinarias y de los
dispositivos de control en todas las esferas, no dejan de seguir convocándonos
para conformar una “cooperación entre
cerebros” que nos lleven a producir verdaderas y articuladas multiplicidades para
la resistencia, moviéndonos en la indeterminación, en lo imperceptible, al
margen de las intenciones totalizadoras.
Bibliografía
Deleuze Gilles, Post-scriptum sobre las sociedades de control, en Conversaciones, Pre-textos, Valencia,
1996
Foucault, Michel, Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, Siglo XXI editores, España,
1978.
-
Defender la sociedad, Fondo de cultura económica, Buenos Aires, 2000
-
Seguridad, territorio y población, Fondo de cultura económica, Buenos Aires, 2006
-
Nacimiento de la biopolítica, Fondo de cultura económica, Buenos Aires, 2007
Lazzarato, Mauricio, Políticas del acontecimiento, Tinta limón ediciones, Buenos Aires,
2006
[1] Los “Data centers” son edificios protegidos con altísima
seguridad, llenos de equipamientos electrónicos y conectados a muy alta
velocidad a otros nodos con similares características, donde se guardan todos
los datos disponibles en internet. Contrario a lo que comúnmente se cree,
dichos datos no se almacenan en los computadores personales, sino que están
bajo el control permanente de quienes los almacenan.
[2] La tecnología
DPI (Inspección Profunda de Paquetes) es una industria secreta para el control
electrónico masivo. Esta permite que cuando se envía un correo electrónico,
antes de llegar al destinatario, vaya pasando por numerosas máquinas que sólo
se preocupan por verificar la dirección hacia dónde va dirigida, las cuales,
supuestamente, no revisan el contenido. Pero ¿podríamos estar seguros de que al
pasar por estas máquinas, no habrá alguna que sí se interese por conocer qué
dice el mensaje, y quizás, cambiarlo, modificarlo o dirigirlo a otro
destinatario? La realidad, en cambio, nos muestra que se ha convertido en una
eficaz arma para el espionaje tanto de personalidades como de particulares en
el mundo entero, desde hace más de diez años.
Imágenes tomadas de la circulación libre en la red
¡Muy buen trabajo!
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