Arthur Rimbaud
(1854-1891). Al infante terrible de la literatura
francesa, es difícil no admirarlo por la confrontación abierta que realizó
frente al orden burgués parisino. Su corta obra poética, ha logrado mantenerse
como referencia obligada de las variaciones líricas a finales del siglo XIX.
Algunos afirman que participó en la Comuna de París, lo que agudizaría su
espíritu irreverente y sus provocadoras críticas.
La
orgía parisina
¡Cobardes, aquí está! ¡La estación os vomita!
El sol ha
enjugado con su ardiente pulmón
los
paseos que un día ocuparon los Bárbaros.
Ésta es
la Ciudad santa, sentada al occidente.
¡Vamos!
se han prevenido los reflujos de incendios.
Ved los
muelles aquí, allá los bulevares,
las casas
sobre el cielo azul, brillante, ingrávido,
antaño
constelado por un rubor de bombas.
¡Esconded
los palacios muertos en cajoneras!
El viejo
día loco refresca los recuerdos.
Ved el
rebaño rojo de impúdicas nalgueras:
locos,
podréis ser raros, pues vais despavoridos.
Perras
que vais en celo comiendo cataplasmas,
las casas
de oro os llaman a gritos. ¡Id, volad!
¡Comed!
La noche alegre con sus hondos espasmos
ha bajado
a la calle. ¡Bebedores aciagos
bebed!
Cuando amanece, con luz intensa y loca
que a
vuestro lado husmea los lujos desbordados,
¿no os
volvéis, frente al vaso, impávidos babosos,
con los
ojos perdidos en blancas lejanías?
¡Tragad,
para la Reina de nalgas en cascada!.
Escuchad
cómo suenan los eructos estúpidos,
¡desgarrados!
¡Oíd, cómo en noches ardientes
saltan
con estertores, viejos, peleles, siervos!
¡Corazones
mugrientos, bocas horripilantes,
más
fuerte, ¡masticad! hediondos gaznates!
Que les
traigan más vino a estos lerdos innobles:
la
andorga se os derrite de infamia, ¡Vencedores!
¡Desplegad
vuestro olfato a las náuseas grandiosas!
¡Emponzoñad
las cuerdas que esperan vuestros cuellos!
Posando,
en vuestras nucas, sus manos enlazadas
el Poeta
os impele, «¡cobardes!, a ser locos».
Como
andáis escarbando el vientre de la Hembra
teméis
que tenga aún un estremecimiento,
y grite,
sofocando vuestra infame camada
contra su
duro pecho, con horrible apretón.
Peleles,
sifilíticos, locos, reyes, ventrílocuos,
¿qué le
puede importar al putón de París
vuestras
almas y cuerpos, harapos y ponzoñas?
¡Os
zarandeará, hurañas podredumbres!
Y cuando
hayáis caído, gimiendo contra el pecho,
derrumbados,
pidiendo, locos, vuestro dinero,
la roja
cortesana, la de las tetas bélicas
lejos de
vuestros miedos, apretará los puños.
Después
de haber bailado con furia en las tormentas,
París,
tras recibir tan numerosos tajos,
cuando
yaces, ahora, guardando en tus pupilas
luminosas,
la dicha de un renacer salvaje.
¡Oh
ciudad dolorida, oh ciudad casi muerta,
con tu
rostro y tus pechos de cara al Porvenir,
ofrecida
a la noche de mil puertas vacías,
y que un
Pasado horrible podría bendecir:
cuerpo
magnetizado para males enormes,
que te
bebes la vida, espantosa, de nuevo,
al manar
de tus venas un flujo de gusanos
blancos,
mientras helados dedos rondan tu amor.
¡Y no
está mal! Las larvas, las larvas macilentas
no podrán
estorbar tu soplo de Progreso,
igual que
las Estringes no apagaron el ojo
azul de
las Cariátides que inunda un oro astral.
Aunque
sea espantoso verte cubierta así;
aunque
nunca ciudad fuera cambiada en úlcera
tan
hedionda, en medio de la verde Natura,
el Poeta
te dice: “Tu Belleza es espléndida”.
La
tormenta te ha hecho poesía suprema;
el
inmenso bullicio de las fuerzas te alienta;
tu obra
hierve, la muerte ruge, ¡Ciudad ungida!
Amontona
estridencias en lo hondo del clarín
El Poeta
hará suyo el llanto del Infame,
el odio
del Forzado, el clamor del Maldito;
y sus
rayos de amor flagelarán las Hembras.
Su
estrofa brincará: ¡Mirad, mirad, bandidos!
Sociedad,
todo ha vuelto a su sitio: la orgía
llora su
estertor viejo en el viejo prostíbulo;
y el gas,
en su delirio, por las murallas rojas,
arde
siniestramente hacia el pálido azul.
El mal
Mientras que los gargajos rojos de la
metralla
silban surcando el cielo azul, día tras día,
y que, escarlata o verdes, cerca del rey que ríe
se hunden batallones que el fuego incendia en masa;
mientras que una locura desenfrenada aplasta
y convierte en mantillo humeante a mil hombres;
¡pobres muertos! sumidos en estío, en la yerba,
en tu gozo, Natura, que santa los creaste,
existe un Dios que ríe en los adamascados
del altar, al incienso, a los cálices de oro,
que acunado en Hosannas dulcemente se duerme.
Pero se sobresalta, cuando madres uncidas
a la angustia y que lloran bajo sus cofias negras
le ofrecen un ochavo envuelto en su pañuelo.
silban surcando el cielo azul, día tras día,
y que, escarlata o verdes, cerca del rey que ríe
se hunden batallones que el fuego incendia en masa;
mientras que una locura desenfrenada aplasta
y convierte en mantillo humeante a mil hombres;
¡pobres muertos! sumidos en estío, en la yerba,
en tu gozo, Natura, que santa los creaste,
existe un Dios que ríe en los adamascados
del altar, al incienso, a los cálices de oro,
que acunado en Hosannas dulcemente se duerme.
Pero se sobresalta, cuando madres uncidas
a la angustia y que lloran bajo sus cofias negras
le ofrecen un ochavo envuelto en su pañuelo.
Oscar Wilde
(Dublín, 1854 – Paris, 1900). Uno de los más
polémicos literatos irlandeses de todos los tiempos. Desafío las costumbres
victorianas, razón por la cual fue enjuiciado, encarcelado y puesto en la picota
pública debido a su condición homosexual.
En su texto, El
alma del hombre bajo el socialismo, Wilde profetiza, junto con los primeros anarquistas,
que un socialismo autoritario, un gobierno que concentre el poder económico y
político, conducirá a un estado excluyente donde los beneficiados terminarán
siendo solo unos pocos.
Le Réveillon
El cielo está manchado con espasmos de rojo,
huyen las brumas envolventes y las sombras;
el alba se levanta desde el mar
como una blanca dama de su lecho.
Y caen flechas melladas, insolentes
a través de las plumas de la noche,
y una ola larga de luz gualda
rompe en silencio sobre torre y casa,
y extendiéndose amplia sobre el campo inculto
un batir de alas que despiertan al vuelo,
castaños que se agitan en la copa
y ramas con estrías de oro.
Balada de la cárcel de Reading
Fragmentos
I
Y sin embargo, cada hombre mata lo que ama.
Que todos oigan esto:
unos lo hacen con mirada torva
otros con la palabra halagadora;
el cobarde lo hace con un beso,
con la espada el valiente.
Matan algunos el amor de joven
y otros cuando viejos;
estrangulan algunos con manos de lujuria,
otros con manos de oro:
el más amable usa el puñal
para que el frío llegue antes.
Aman algunos poco tiempo, largamente otros.
Hay quienes compran y también quienes venden.
El acto es cometido a veces en el llanto
y otras sin un suspiro.
Pues todos matan lo que aman;
pero no todos mueren.
No muere una muerte de vergüenza
un día de desgracia oscura;
ni nudo al cuello en la garganta lleva
ni paño sobre el rostro;
ni caen los pies primero por el piso
al espacio vacío.
V
No sé si son Leyes justas
o Leyes equivocadas;
sabemos quienes estamos en la cárcel
que el muro es muy poderoso,
y que cada jornada es como un año
de interminables días.
Pero hay algo que sé; sé que toda Ley
que los hombres han concebido para el Hombre,
desde que el primero quitara la vida al hermano
y así el triste mundo comenzara,
desecha el trigo y la paja retiene
con los aventadores más perversos.
Y esto también sé -y sabio sería
que todos lo supiéramos-
que cada prisión que los hombres erigen
está construida con ladrillos de vergüenza
y cercada con rejas no sea que Cristo pueda ver
cómo los hombre mutilan a sus hermanos.
Con barrotes ocultan la luna clemente
y ciegan el sol bienhechor:
y bien hacen escondiendo tal Infierno
pues allí se cometen tales actos
que ni Hijo de Dios ni hijo de hombre
jamás debería contemplar.
VI
En la
Cárcel de Reading, junto a la ciudad de Reading
se encuentra un pozo de vergüenza
en el que yace un desgraciado
por dientes de fuego devorado.
Yace en mortaja llameante
y está su tumba sin nombre.
Y allí, hasta que Cristo llame a los muertos,
que en silencio descanse.
No es necesario gastar lágrimas necias
o entregarse a suspiros profundos:
el hombre había matado lo que amaba
y tenía que morir.
Y todos matan lo que aman,
que todos oigan esto;
algunos lo hacen con mirada torva
otros con la palabra halagadora,
el cobarde lo hace con un beso,
¡con la espada el valiente!
se encuentra un pozo de vergüenza
en el que yace un desgraciado
por dientes de fuego devorado.
Yace en mortaja llameante
y está su tumba sin nombre.
Y allí, hasta que Cristo llame a los muertos,
que en silencio descanse.
No es necesario gastar lágrimas necias
o entregarse a suspiros profundos:
el hombre había matado lo que amaba
y tenía que morir.
Y todos matan lo que aman,
que todos oigan esto;
algunos lo hacen con mirada torva
otros con la palabra halagadora,
el cobarde lo hace con un beso,
¡con la espada el valiente!
Jhon Henry Mackay
Nació el 6 de febrero de 1864 en Greenock, cerca de Glasgow, Escocia. Siendo el alemán su lengua materna,
empezaría a ser conocido con algunas composiciones líricas y novelas de corte
naturalista, aunque sin duda, su fama la debe a la publicación de Die Anarchisten (Los anarquistas) en 1891. Ayudó a dar a conocer los trabajos de Max Stirner fuera de Alemania,
escribiendo la primera biografía acerca del filósofo.
Impulsó además la comprensión del trabajo de Friedrich Nietzsche entre los anglosajones.
Entabló amistad con el anarcoindividualista estadounidense Benjamin Tucker, llegando a publicar varios artículos en la revista de éste, llamada Liberty.
Se suicidó el 16 de mayo de 1933, diez días después de la quema de libros efectuada por jóvenes nazis en el Institut für Sexualwissenschaft (Instituto para la Investigación
Sexual), donde se quemaron los archivos del instituto.
Mañana
Y mañana el sol volverá a brillar;
y por el camino que yo recorreré,
nosotros nos reuniremos otra vez, los bienaventurados,
en el seno de esta tierra que respira la luz del sol.
y por el camino que yo recorreré,
nosotros nos reuniremos otra vez, los bienaventurados,
en el seno de esta tierra que respira la luz del sol.
Y a la inmensa playa, bañada por olas azules,
bajaremos despacio y silenciosamente,
calladamente nos miraremos a los ojos,
y sobre nosotros descenderá el mudo silencio de la felicidad.
bajaremos despacio y silenciosamente,
calladamente nos miraremos a los ojos,
y sobre nosotros descenderá el mudo silencio de la felicidad.
Anarquía
Siempre despreciado, maldecido, nunca comprendido
Eres el terror espantoso de nuestra era.
"Naufragio de todo orden", grita la multitud,
"Eres tú y la guerra y el infinito coraje del asesinato."
Siempre despreciado, maldecido, nunca comprendido
Eres el terror espantoso de nuestra era.
"Naufragio de todo orden", grita la multitud,
"Eres tú y la guerra y el infinito coraje del asesinato."
Oh, deja que lloren. Para esos que nunca han buscado
La Verdad que yace detrás de la palabra,
A ellos la definición correcta de la palabra no les fue dada.
Continuarán ciegos entre los ciegos.
Pero tú, Oh palabra, tan clara, tan fuerte, tan pura,
Vos dices todo lo que yo, por meta he tomado.
Te entrego al futuro! Tú eres segura.
Cuando uno, por lo menos despertará por sí mismo.
¿Viene en la solana del atardecer? ¿En la emoción de la tempestad?
!No puedo decirlo - pero ella la tierra podrá ver!
!Soy un anarquista! Por lo que no
reinaré, y tampoco reinado seré!
Pierre Quillard
(Paris, 1864 - Neuilly-sur-Seine,1912). Poeta simbolista -
anarquista, periodista, traductor, dramaturgo. Fue uno de los primeros
defensores de los armenios ante la invasión otomana. En 1900, fundó la
publicación quincenal, Armenia Pro.
Hizo parte de la Liga Francesa para la Defensa de los Derechos Humanos y del
Ciudadano, desde donde se ocupó del sonado “Caso Dreyfus”. Dentro de sus
poemarios se destaca, Palabra de Gloria
(1890).
La Peregrinación fuera de la sombra
Alma rica de noche, estrellas y sueños
Quién sacó tesoros en las urnas de una tumba
¿Nunca abandonarás tus pálidas playas
Para esa ciudad florida bajo la primavera nueva?
Alma rica de noche, mi alma, ocultas
Bastantes astros perdidos y soles apagados:
Ven a conocer la carne y los labios de las
Que ofrecen su pecho desnudo al púrpura de las mañanas
Y hacen, sonriendo al amanecer serenas
Fluir entre sus dedos de arena y su cabello,
Para que, viva por fin, mi boca amarga aprende
A apreciar la miel rubia de las horas. Lo quieres,
Alma ya cansada de las embriagueces futuras,
Tú quien no ha querido sino los llantos y la muerte;
El viento infla de amor las velas siempre puras:
Lejos de la isla donde la blanca Hymnis descansa y duerme,
Para mí sólo, en el cenotafio vano de las rosas,
Iremos a conquistar su cuerpo resucitado;
Sin duda vive de nuevo por las metempsicosis
En el piso olvidadizo que se parece a su belleza
Y entre los perfumes salvajes de las galeras,
Los perros, los mozos de cuerda que gimen caminando,
Ella a, pesada todavía de las glorias tumularias,
Sin que nadie haya entendido la dulzura de su canto
Para una ausente
Quiero encerrarme sólo con mi recuerdo,
Inmóvil, olvidadizo de las ráfagas de otoño
Que hacen las frondosidades oxidarse y amarillear
Y del mar rodando su queja monótona;
Quiero encerrarme sólo con mi recuerdo.
La media luz filtrándose por las telas estiradas
Será dulce y propicia a mi corazón indolente,
Cuando lo evocaré desde el fondo de las extensiones,
Y su voz llenará de un himno grave y lento
La media luz filtrándose por las telas estiradas
Tendré la visión querida delante de los ojos:
El soplo perfumado de la inefable Ausente
Flotará para mí solo en el aire silencioso
Sutil como el olor de fresa en el sendero;
Tendré la visión querida delante de los ojos.
Y diré muy bajo mi ternura latente;
Oh corazón cobarde, tembloroso y revoltoso, quiero
Que tu íntimo amor se revele y la tiente:
Te resignarás al pavor de las confesiones
Y diré muy bajo mi ternura latente.
El otoño desnudó...
El otoño desnudó las glebas y la noche.
Una noche de exilio y de manos separadas,
Se acerca en el horizonte de los llanos infinitos,
Como rey desvestido de púrpura y expoliado de esperanza.
Oh caminante descalzo y cansado que vienes a sentarte
Sin compañero, entre las landas ya sin flores,
Cerca de las aguas tristes, ¿cuales son las mismas agonías
Que vuelven más pesada tu frente hacia este triste espejo?
Lo sé, todo se muere en tu alma de otoño.
Deja la noche tomar las flores que siega
Y el amor desfalleciente de un corazón ensangrentado,
Para que después del sueño y las sombras fieles
Las trompetas triunfales del alba y del verano
Hagan surgir por fin las rosas inmortales.
Ruinas
La ilustre ciudad se muere en la sombra de sus muros;
El pasto victorioso ha reconquistado el llano;
Las carpas rotas sangran de uva madura.
El bárbaro enroscado en su capa de lana
Que lleva a pastar del alba al anochecer sus chivitos injuriosos,
Pisa sin estremecerse el orgullo del suelo Heleno.
Ni el sol oblicuo en las laderas de los cerros nevados,
Ni la aurora dorando las cimas nubladas
Despiertan en él la memoria de los dioses.
Duermen para siempre en sus urnas cerradas,
Y cuando el vil búfalo insulta insolentemente
La puerta triunfal donde pasaron los ejércitos,
La espada de ningún héroe espectral defiende
El porche devastado por el invierno y el otoño
En la trágica defunción de su derrumbo.
La oscura hiedra clausuró la boca de Gorgona.
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