Como ya les hemos anunciado, en el 2015 conmemoramos el 90 aniversario del nacimiento de Deleuze y el vigésimo de su muerte. Ya tenemos confirmada una jornada para el recuerdo de su obra, el 6 de noviembre próximo en Punto Theca (Av. Jiménez No. 8A-04, Bogotá). Como preparación para ese encuentro, empezaremos a publicar algunos textos de Deleuze que puedan ayudar a ambientarnos. Sobra decir que los esperamos a todos ese día.
Deleuze y la brujería
"Al hilo de los libros de
Castaneda es muy posible que el lector se ponga a dudar de la existencia del
indio Don Juan, y de muchas otras cosas. Pero eso no tiene ninguna importancia.
Tanto mejor si esos libros son la exposición de un sincretismo más bien que una
etnografía, y un protocolo de experiencia más bien que un informe de una
iniciación. Así, el cuarto libro, Historias de poder, trata de la distinción
viviente entre “Tonal” y “Nagual”. Lo tonal parece tener una extensión
heteróclita: es el organismo, pero también todo lo que está organizado y es
organizador: también es la significancia, todo lo que es significante y
significado, todo lo que es susceptible de interpretación, de explicación, todo
lo que es memorizable bajo la forma de algo que recuerda a otra cosa; por
último, es el Yo, el sujeto, la persona, individual, social o histórica, y
todos los sentimientos correspondientes. En resumen, lo tonal es todo, incluido
Dios, el juicio de Dios, puesto que “construye
las reglas mediante las cuales aprehende el mundo, así, pues, crea el mundo por
así decir”.
Y sin embargo, lo tonal sólo es una isla. Pues lo nagual también es todo. Y es
el mismo todo, pero en tales condiciones que el cuerpo sin órganos ha
sustituido al organismo, la experimentación ha sustituido a toda
interpretación, de la que ya no tiene necesidad. Los flujos de intensidad, sus
fluidos, sus fibras, sus continuums y sus conjunciones de afectos, el viento,
una segmentación fina, las micropercepciones han sustituido al mundo del
sujeto. Los devenires, devenires-animales,
devenires-moleculares, sustituyen a la historia, individual o general. De
hecho, lo tonal no es tan heteróclito como parece: comprende el conjunto de
estratos y todo lo que puede estar relacionado con ellos, la organización del
organismo, las interpretaciones y las explicaciones de lo significable, los
movimientos de subjetivación. Lo nagual, por el contrario, deshace los
estratos. Ya no es un organismo que funciona, sino un CsO que se construye. Ya
no son actos que hay que explicar, sueños o fantasmas que hay que interpretar,
recuerdos de infancia que hay que recordar, palabras que hay que hacer
significar, sino colores y sonidos, devenires e intensidades (y cuando devienes
perro, no preguntes si el perro con el que juegas es un sueño o una realidad,
si es “tu
puta madre”
o cualquier otra cosa). Ya no es un Yo que siente, actúa y se acuerda, es “una bruma brillante, un vaho amarillo
e inquietante”
que tiene afectos y experimenta movimientos, velocidades. Pero lo importante es
que lo tonal no se deshace destruyéndolo de golpe. Hay que rebajarlo,
reducirlo, limpiarlo, pero sólo en determinados momentos. Hay que conservarlo
para sobrevivir, para desviar el asalto de lo nagual. Porque un nagual que
irrumpiera, que destruyera lo tonal, un cuerpo sin órganos que rompiese todos
los estratos, se convertiría inmediatamente en cuerpo de nada, autodestrucción
pura sin otra salida que la muerte: “lo
tonal debe ser protegido a toda costa” ".
(Tomado del libro "Mil Mesetas", Editorial Pretextos, págs. 166 - 167)
Recuerdos
de un brujo, I
" En un devenir-animal,
siempre se está ante una manada, una banda, una población, un poblamiento, en
resumen, una multiplicidad. Nosotros, los brujos, lo sabemos desde siempre.
Puede que otras instancias, por otro lado muy diferentes entre sí, tengan otra
consideración del animal: se puede retener o extraer del animal ciertos
caracteres, especies y géneros, formas y funciones, etc. La sociedad y el
Estado tienen necesidad de caracteres animales para clasificar a los hombres;
la historia natural y la ciencia tienen necesidad de caracteres para clasificar
a los propios animales. El serialismo y el estructuralismo unas veces gradúan caracteres
según sus semejanzas, otras los ordenan según sus diferencias. Los caracteres
animales pueden ser míticos o científicos. Pero nosotros no nos interesamos por
los caracteres, nosotros nos interesamos por los modos de expansión, de
propagación, de ocupación, de contagio, de poblamiento. Yo soy legión.
Fascinación del Hombre de los lobos ante varios lobos que le miran. ¿Qué sería
un lobo completamente solo? ¿Y una ballena, un piojo, un ratón, una mosca?
Belcebú es el diablo, pero el diablo como señor de las moscas. El lobo no es en
primer lugar un carácter o un cierto número de caracteres, es una “lobería”. El piojo es una “piojería”..., etc. ¿Qué es un grito
independientemente de la población que invoca o que toma por testigo? Virginia
Woolf no se vive como un mono o un pez, sino como una carretada de monos, un
banco de peces, según una relación de devenir variable con las personas que
encuentra. Nosotros no queremos decir que ciertos animales viven en manadas, no
queremos entrar en ridículas clasificaciones evolucionistas a la manera de
Lorentz, en las que habría manadas inferiores y sociedades superiores. Nosotros
decimos que todo animal es en primer lugar una banda, una manada. Que, más que
caracteres, todo animal tiene sus modos de manada, incluso si cabe hacer
distinciones dentro de esos modos. Ahí es donde el hombre tiene algo que ver
con el animal. Nosotros no devenimos animal sin una fascinación por la manada,
por la multiplicidad. ¿Fascinación del afuera? ¿O bien la multiplicidad que nos
fascina ya está en relación con una multiplicidad que nos habita por dentro? En
su obra maestra, Démons et merveilles, Lovecraft cuenta la historia de Randolph
Carter, que siente cómo su “yo” vacila, y que conoce un miedo mayor
que el del aniquilamiento: “unos Carter con una forma a la vez humana y no
humana, vertebrada e invertebrada, animal y vegetal, dotada de conciencia y
privada de conciencia, e incluso unos Carter que no tienen nada en común con la
vida terrestre, que tiene como fondo planetas, galaxias y sistemas que
pertenecen a otros continuums cósmicos (...). Hundirse en la nada abre un
olvido tranquilo, pero ser consciente de su existencia y saber, sin embargo,
que ya no se es un ser definido, distinto de los otros seres”, ni distinto de todos esos devenires
que nos atraviesan, “esa
es la cima inefable del espanto y de la agonía”. Hofmannsthal, o más bien lord
Chandos, queda fascinado ante un “pueblo
de ratones”
que agonizan, y en él, a través de él, en los intersticios de su yo conmovido, “el alma del animal muestra los
dientes al destino monstruoso”:
no piedad, sino participación contra natura. Entonces nace en él el extraño
imperativo: o bien dejar de escribir, o bien escribir como un ratón... Si el
escritor es un brujo es porque escribir es un devenir, escribir está atravesado
por extraños devenires que no son devenires-escritor, sino devenires-ratón,
devenires-insecto, devenires lobo,
etc. Habrá que explicar por qué. Muchos suicidios de escritores se explican por
estas participaciones contra natura, estas bodas contra natura. El escritor es
un brujo, puesto que vive el animal como la única población ante la cual es
responsable por derecho. El pre-romántico alemán Moritz se siente responsable
no de los bueyes que mueren, sino ante los bueyes que mueren y que le causan la
increíble impresión de una
Naturaleza desconocida “el afecto”. Pues el afecto no es un sentimiento
personal, tampoco es un carácter, es la efectuación de una potencia de manada,
que desencadena y hace vacilar el yo. ¿Quién no ha conocido la violencia de
esas secuencias animales, que le apartan de la humanidad aunque sólo sea un
instante, y que le hacen mordisquear su pan como un roedor o le proporcionan
los ojos amarillos de un felino? Terrible involución que nos conduce a
devenires inusitados. No son regresiones, aunque fragmentos de regresión,
secuencias de regresión se añadan a ellos. Habría incluso que distinguir tres
tipos de animales: los animales individuados, familiares domésticos,
sentimentales, los animales edípicos, personales, “mi” gato, “mi” perro; esos nos invitan a regresar,
nos arrastran a una contemplación narcisista, y son los únicos que entiende el
psicoanálisis, para mejor descubrir bajo ellos la imagen de un papá, de una
mamá, de un hermano pequeño (cuando el psicoanálisis habla de los animales, los
animales aprenden a reír): todos los que aman los gatos, los perros, son unos
imbéciles. Y luego habría un segundo tipo, los animales de carácter o atributo,
los animales de género, de clasificación o de Estado, esos de los que tratan
los grandes mitos divinos, para extraer de ellos series o estructuras,
arquetipos o modelos (Jung es, a pesar de todo, más profundo que Freud). Por
último, habría animales más demoníacos, de manadas y afectos, y que crean
multiplicidad, devenir, población, cuento... O bien, una vez más, ¿no pueden
todos los animales ser tratados de las tres maneras? Siempre habrá la
posibilidad de que cualquier animal, piojo, gatopardo o elefante, sea tratado
como un animal familiar, mi animalito. Y, en el otro extremo, todo animal
también puede ser tratado bajo el modo de la manada y el pululamiento, que a
nosotros, brujos, nos conviene. Incluso el gato, incluso el perro... Y aunque el
pastor o el jefe, el diablo, tenga su animal preferido en la manada, no es
ciertamente de la misma manera que hace un momento. Sí, todo animal es o puede
ser una manada, pero según grados de vocación variable, que hacen más o menos
fácil el descubrimiento de multiplicidad, de la proporción de multiplicidad,
que contiene actual o virtualmente según los casos. Bancos, bandas, rebaños,
poblaciones no son formas sociales inferiores, son afectos y potencias,
involuciones, que arrastran a todo animal a un devenir no menos potente que el
del hombre con el animal. J. L. Borges, autor conocido por su exceso de
cultura, ha fallado por lo menos dos de sus libros, en los que sólo los títulos
eran bellos: primero su Historia Universal de la Infamia, puesto que no vio la
diferencia elemental que los brujos establecen entre la trampa y la traición
(los devenires-animales ya aparecen ahí, forzosamente del lado de la traición).
Una segunda vez en su Manual de Zoología Fantástica, en el que no sólo muestra
una imagen heteróclita e insulsa del mito, sino que elimina todos los problemas
de manada y, en el caso del hombre, de devenir animal correspondiente: “Deliberadamente, nosotros excluimos
de este manual las leyendas sobre las transformaciones del ser humano, el
liboson, el hombre-lobo, etc.”.
Borges sólo se interesa por los caracteres, incluso por los más fantásticos,
mientras que los brujos saben que los hombres-lobos son bandas, los vampiros
también, y que esas bandas se transforman las unas en las otras. Pues bien,
¿qué quiere decir eso, el animal como banda o manada? ¿Acaso una banda no
supone una filiación que nos llevaría de nuevo a la reproducción de ciertos
caracteres? ¿Cómo concebir un poblamiento, una propagación, un devenir, sin
filiación ni producción hereditaria? ¿Una multiplicidad sin la unidad de un
ancestro? Es muy simple y todo el mundo lo sabe, aunque sólo se hable de ello
en secreto. Nosotros oponemos la epidemia a la filiación, el contagio a la
herencia, el poblamiento por contagio a la reproducción sexuada, a la
producción sexual. Las bandas, humanas y animales, proliferan con los contagios, las epidemias, los campos de batalla y las catástrofes. Ocurre como con los híbridos, estériles, nacidos de una unión sexual que no se reproducirá, pero que vuelve a comenzar cada vez, ganando siempre la misma cantidad de terreno. Las participaciones, las bodas contra natura, son la verdadera Naturaleza que atraviesa los reinos. La propagación por epidemia, por contagio, no tiene nada que ver con la filiación por herencia, incluso si los dos temas se mezclan y tienen necesidad el uno del otro. El vampiro no filia, contagia. La diferencia es que el contagio, la epidemia, pone en juego términos completamente heterogéneos: por ejemplo, un hombre, un animal y una bacteria, un virus, una molécula, un microorganismo. O, como en el caso de la trufa, un árbol, una mosca y un cerdo. Combinaciones que no son ni genéticas ni estructurales, inter-reinos, participaciones contra natura, así es como procede la Naturaleza, contra sí misma. Estamos lejos de la producción filiativa, de la reproducción hereditaria, que sólo retienen como diferencias una simple dualidad de sexos en el seno de una misma especie, y pequeñas modificaciones a lo largo de las generaciones. Para nosotros, por el contrario, hay tantos sexos como términos en simbiosis, tantas diferencias como elementos intervienen en un proceso de contagio. Nosotros sabemos que entre un hombre y una mujer pasan muchos seres, que vienen de otros mundos, traídos por el viento, que hacen rizoma alrededor de las raíces, y que no se pueden entender en términos de producción, sino únicamente de devenir. El Universo no funciona por filiación. Así pues, nosotros sólo decimos que los animales son manadas, y que las manadas se forman, se desarrollan y se transforman por contagio. Esas multiplicidades de términos heterogéneos, y de cofuncionamiento por contagio, entran en ciertos agenciamientos, y ahí es donde el hombre realiza sus devenires-animales. Ahora bien, no hay que confundir esos sombríos agenciamientos, que remueven lo más profundo de nosotros, con organizaciones como la institución familiar y el aparato de Estado. Como ejemplo, podríamos citar las sociedades de caza, las sociedades de guerra, las sociedades secretas, las sociedades de crimen, etc. Los devenires animales les pertenecen. En ellas no hay que buscar regímenes de filiación de tipo familiar, ni modos de clasificación y de atribución de tipo estatal o preestatal, ni siquiera instituciones seriales de tipo religioso. A pesar de las apariencias y de las posibles confusiones, los mitos no tienen ahí su terreno de origen ni su punto de aplicación. Son cuentos, o relatos y enunciados de devenir. También es absurdo jerarquizar las colectividades, incluso animales, desde el punto de vista de un evolucionismo imaginario en el que las manadas estarían en el punto más bajo, y a continuación vendrían las sociedades familiares y estatales. Al contrario, hay diferencia de naturaleza, el origen de las manadas es completamente distinto que el de las familias y los Estados, y no cesan de minarlos, de perturbarlos desde afuera, con otras formas de contenido, otras formas de expresión. La manada es a la vez realidad animal y realidad del devenir-animal del hombre; el contagio es a la vez poblamiento animal y propagación del poblamiento animal del hombre. La máquina de caza, la máquina de guerra, la máquina de crimen entrañan todo tipo de devenires-animales que no se enuncian en el mito, y menos aún en el totemismo. Dumézil ha mostrado cómo esos devenires pertenecían esencialmente al hombre de guerra, pero en la medida en que era exterior a las familias y a los Estados, en la medida en que trastocaba las filiaciones y las clasificaciones. La máquina de guerra siempre es exterior al Estado, incluso cuando el Estado la utiliza y se apropia de ella. El hombre de guerra tiene todo un devenir que implica multiplicidad, celeridad, ubicuidad, metamorfosis y traición, potencia de afecto. Los hombres-lobos, los hombres-osos, los hombres- fieras, los hombres de cualquier animalidad, congregaciones secretas, animan los campos de batalla. Pero también las manadas animales, que sirven a los hombres en la batalla, o que la siguen y se benefician de ella. Y todos juntos propagan el contagio. Hay un conjunto complejo, devenir-animal del hombre, manadas de animales, elefantes y ratones, vientos y tempestades, bacterias que siembran el contagio. Un solo y mismo Furor. La guerra, antes de ser bacteriológica, ha implicado secuencias zoológicas. Con la guerra, el hambre y la epidemia, proliferan los hombres-lobos y los vampiros. Cualquier animal puede ser incluido en esas manadas, y en los devenires correspondientes; se han visto gatos en los campos de batalla, e incluso formar parte de los ejércitos. Por eso no hay que distinguir tipos de animales, sino más bien estados diferentes según que se integren en instituciones familiares, en aparatos de Estado, en máquinas de guerra, etc. (y la máquina de escritura, o la máquina musical, ¿qué relación tienen con devenires-animales?) ".
(Tomado del libro "Mil Mesetas", Editorial Pretextos, págs. 245 - 249)
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