La primera
evocación que me trajo la lectura de Azariel
el hombre que domina el mar, fue el corto poema de Jesús Lizano que dice:
“El capitán / no es el capitán. / El capitán / es el Mar”; y es que a lo largo
de cada capítulo, su autor (Joaquín Zapata Pinteño) nos va descubriendo un universo
interior en el que el mar es esa matriz insondable que le ha generado tantas
preguntas y que, sin embargo, ha sabido mantener su potencia al no desembocar
en la comodidad de una respuesta.
Para Joaquín,
el mar ha sido ese escenario convulso que sabe dar pero también sustraer y que
quizás, sólo tenga correlato en el interior de los sujetos, donde la
incertidumbre es el único puerto seguro. En su poemario Escalones de agua, ya nos había anunciado que el agua es su
elemento regente, su patrón existencial, y que la fluidez define su estética.
Ahora vuelve desde la orilla narrativa a ratificar esas historias que
serpentean en su memoria desde la infancia, cuando la literatura fantástica
invitaba a la acción y el Mediterráneo se ofrecía como esa pantalla
cinematográfica donde podía medir su capacidad de aventura.
No en vano, el
nombre del personaje protagónico es Azariel, cuyo origen se remonta a la
tradición hebrea, en la que se lo concebía como “un ángel que reinaba sobre las
aguas”, y que más adelante ha sido asumido como aquel que puede transmitir las
buenas noticias del Deseo. Me atrevo a pensar que el pez que oficia cono
narrador de la novela, cumple la segunda función, la del otro yo que el Azariel
prosaico se niega a develar con destreza. Sin duda, es ese yo esquivo que
encarna el pez-narrador, el que se permite la reflexión sobre sí mismo, el que
pone en duda la convencionalidad y el que sabe apelar a la voz del corazón.
La audacia de
Joaquín en su primera exploración narrativa no solo está dada por el hecho de
ubicar como narrador a un pez que sabe leer con transparencia los pensamientos
de don Azariel, sino por la vuelta una y otra vez a referentes de diversas mitologías,
pero no para mostrarlas como algo caduco; más bien para reafirmarlas en su
permanencia, en la vitalidad que las hace atemporales y que puede llevarnos sin
escrúpulos del símbolo al concepto.
Con la novela
de Zapata Pinteño volvemos a esa literatura que nos habla de viajes, de
aventuras y de búsquedas interiores. A bordo de la embarcación El Almirana, don Azariel emprende un
recorrido desde el Estrecho de Gibraltar hasta el Archipiélago de Cabo Verde,
recorrido que sirve para reafirmarle que “al marino lo que más le gusta no es
llegar, sino navegar”, y que en este largo viaje de la vida siempre nos
aguardan las sorpresas, como el encuentro con la bella francesa Joëlle.
Tras la lectura
de esta novela, queda abierto el interrogante sobre si es el hombre el que se
ha soñado pez o si es el pez el que se sabe conocedor del hombre. Al final, el
autor, sin temor a la desnudez o al equívoco, nos descubre sus inseguridades
frente a la identidad: ¿acaso humano, animal o idea? O quizás ¿aporía, anatema
o anarquismo solitario?
Omar Ardila, en
Bacatá, 2017
Joaquín Zapata es ilicitano (Elche - España). Fue profesional del derecho ejerciendo como Procurador de los Tribunales y Técnico de la Administración Pública; Diplomado en Alta Dirección de Empresas y Derecho de la Unión Europea; Postgrado en Medicina Natural. Ha publicado tres poemarios: La invisibilidad de la ceniza (2015), Escalones de agua (2016), Memorias que no son - Antología poética (2017).
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