Con regocijo celebro la aparición del libro Quid, del autor colombiano Andrés Pinzón, recientemente publicado por Man in the box. A continuación les comparto el Exordio que escribí para el mismo.
Exordio
Pese a la unanimidad de pensamiento que campea
fortalecido como dogma, aún es posible hacer un alto en el camino – asumiendo
el riesgo de existir como ausencia – para preguntarse por el qué de ese pensamiento asfixiante y
excluyente. Si aceptamos que detrás del ejercicio de pensar hay algo que se
quiere develar, aquello que por incómodo ha estado oculto, pero hace parte de
un pasado común de la humanidad, es necesario insistir en descorrer ese velo y
contrarrestar la comodidad de la actual “sociedad alienada” y conforme con sus
planes individuales de obtener éxito – lo que se ha reducido a conseguir dinero
– es decir, el triunfo del capital. El ensayo de Andrés Pinzón opta por esta
segunda vía y desde una línea herética se pregunta por ese qué (quid), que fundamenta los discursos de
la modernidad a través de los cuales se ocultan o tergiversan antiguas
prácticas de pensamiento. Su experiencia consiste en detenerse en textos y
autores para entregarnos nuevos sentidos y trazar otras cartografías de lectura
e interpretación.
Según Pinzón, filosofía y ciencia – especialmente la
matemática – son el fundamento del discurso de la modernidad, el cual arranca a
partir del ejercicio de pensamiento que realiza Descartes, y con el que la nueva
clase beneficiaria es la burguesía. Al construir un camino por medio de su
propio método para llegar a la verdad, el autor francés establece una variación
respecto de la antigua búsqueda socrática cimentada en la virtud, pues pasa a
la pragmática del burgués para quien lo que le interesa es apoderarse de la
verdad y con ello, definir una nueva realidad basada en el consumo al extremo.
Previamente, Descartes ha exaltado sus propias tres virtudes para acceder a la
verdad anhelada: moderación, constancia y sacrificio; éstas encuadrarían perfectamente
en la construcción del nuevo ethos capitalista. En la lectura de Andrés Pinzón
se plantea que “la sabiduría como mostración del pensar diferente a la
filosofía, permite que el pensamiento se muestre al ser humano enmarañado y
difuso”, con este planteamiento, permite distanciarse de entender la remarcada
sentencia “pienso luego existo” como una condición ontológica de la existencia,
pues en Descartes lo ontológico se reduce a la inmediatez del pensamiento como
constitución del ser.
Al confrontar los planteamientos de Descartes, Pinzón
corrobora que aquél ha dejado por fuera el mundo-materia-cuerpo, es decir, ha
creado una escisión ontológica, gnoseológica y axiológica entre el alma y el
cuerpo, de donde derivan ciertos problemas muy importantes, pero no voy a
ahondar en ellos porque el autor sintetiza de una manera contundente sus
argumentos y es parte de la novedad que en este libro nos aguarda. Por ahora
sólo quiero señalar algunos movimientos del pensar – pues estoy convencido que
el llamado que Quid nos hace es a
recuperar o experimentar por vez primera la alegría de pensar, la potencia
dionisiaca de habitar la fiesta del pensamiento – que constituyen la columna
vertebral del libro: por un lado, propone que el racionalismo metódico de
Descartes es el que fundamenta el capitalismo y con él, la perdida de sentido
de la vida auténtica, en tanto que lo que se pone en juego es la ganancia como
valor supremo y no la existencia del ser humano en su dimensión temporal, como
ser-para-la-muerte, con lo que lo único que queda es buscar la existencia para
la eternidad, por medio de la redención y posterior salvación. Es decir, el
hombre escindido tiene que buscar lo que cree perdido para hallar el supuesto
sentido trascendente. De cierta manera, el autor concluye que el discurso de
Descartes no funda una forma nueva de pensar llamada “modernidad”, sino que fundamenta
un accionar sistemático de una clase social que surge como vanguardia en una
época de transformaciones históricas. Y a la vez que fundamenta el capitalismo,
también lo hace con la democracia, una democracia que vendrá a sustentar el
accionar de los “buenos” y que permitirá que en nombre de ella se emprendan
guerras y genocidios para salvar al mundo de los “malos” – ¡Vaya lógica tan
pueril como siniestra! –. Es importante
señalar en este punto que Pinzón también retoma a Marx y hace notar que la
relación de la realidad con la conciencia ha dejado en el sentir moderno la
necesidad de encontrarle objetividad a sus pensamientos, tal como se presume
que lo hace la ciencia. Por tal motivo, insiste en palabras que por medio de
Marx recobran su potencial para hacerse conceptos (construir sentidos):
libertad, fetichismo, alienación, aunque el interés del capitalismo y la
democracia que lo avala – con su falso discurso de la equidad social – ha sido
el de convertirlas en pasadas de moda.
El libro continúa enlazando conceptos, de tal manera
que el círculo abierto desde las primeras afirmaciones tienda a cerrarse (o
mejor, a vivir como eternidad), dándole unidad y secuencialidad. De esta
manera, se ocupa del pensar, al que entiende como un movimiento que se presenta
como conmoción. Este movimiento
involucra el ánimo y el cuerpo de una manera violenta. Es una experiencia que
requiere temple para mirar y dejarse mirar, para auscultar el vértigo de la
cosa y desaparecer con o en ella. Pero como pensar supone llegar a la
comprensión, se requiere tomar distancia para lograrlo, y desde ese afuera (que
no implica desligarse) ver el nuevo movimiento del desaparecer para que surja
la comprensión. El quid aquí es que la cosa es el propio ser y el ejercicio de
interpretación involucra una transformación del mismo.
Seguidamente, el autor nos entrega su reflexión acerca
de la comprensión y la interpretación, dos movimientos que suceden juntos
aunque son distintos. Comprender es algo ya dado en la existencia, de manera
espontánea. Interpretar es la disposición para que ese comprender se realice,
disposición de quien comprende y de lo que se comprende. A partir de esta
aclaración, se puede volver sobre el pensar y corroborar que es una
sensibilidad que nos toca, que nos atañe porque previamente nos ha incomodado,
y que en el ejercicio del pensar se entrecruzan la comprensión y la
interpretación. Un destacado aporte de Andrés Pinzón – con el que empieza a
tomar distancia y nos prepara para el próximo fragmento – es que identifica
cómo Nietzsche no hizo la distinción entre comprender e interpretar, mientras
que para él si es muy importante y la realiza a partir de la etimología y
luego, poblándola de nuevos sentidos. Es necesario tomar distancia para
contrarrestar el problema de la claridad cuando se conoce tan a profundidad un
autor – y en efecto, Pinzón lo hace con dos de sus autores de cabecera:
Nietzsche y Heidegger –. Tanta claridad enceguece, abruma. La distancia permite
apreciar ciertas formas, ciertas circunvoluciones de la cosa para que la
experiencia de la comprensión, de la disposición para ello, se dé, para que el
pensamiento surja. De la distorsión de la claridad es que puede aparecer el
pensamiento. Tomar distancia implica una perspectiva y un estilo y sobre ello
continúa el ejercicio de pensamiento en el libro. De la mano de Proust, el
autor insiste en el estilo, dado que la cuestión del pensamiento es un problema
de “perspectiva, de sensibilidad, de estados de ánimo”, como en efecto sucede
en los dos primero tomos de En busca del
tiempo perdido y también en Quid.
En el cierre del libro hay unos apéndices que por un
lado fortalecen y amplían la experiencia de pensamiento que ha realizado el
autor y por el otro le rinde tributo a algunos autores que no han dejado de
serle relevantes en su andar filosófico. El círculo en Heidegger y el sí a la
vida como valor supremo en Nietzsche, más el enigma del eterno retorno – que
silencia al intempestivo y lo ratifica en su calidad de sabio, que lo vivencia
preso de la conmoción y por lo tanto nada tiene que explicar –. La opción por
lo no lógico, lo no metódico, lo no sistémico en el ensayo de Andrés Pinzón,
traza una línea de afectos con el círculo como anillo de eternidad que lo contiene
y lo rebasa, en tanto se identifica con la afirmación del loco, del Áyax
vencido, perdedor, decadente, pero para el mundo productivo del
capital-democracia.
Termino esta aproximación reiterando que el pensar de
este libro no es metodológico ni moral. Desarrolla un encadenamiento para
deslindar lo que realmente concierne al pensar, de una idea brota otra que trae
novedad y a la vez enlaza lo anterior. El fragmento es a la vez totalidad y
parte. Su libertad está dada por la capacidad de enlazar, mientras que su
autonomía le permite establecer relaciones temporales con otros fragmentos y de
esta forma se percibe el mundo como multiplicidad. En fin, Quid pone de cabeza un buen número de conceptos que han sido
entronizados y promulgados como verdad irrebatible en la modernidad. De ello
vamos a ser testigos en las siguientes páginas, gracias a la voz impetuosa de
Andrés Pinzón, que en buen momento brota con suficientes arrestos y claridad
para conmocionar la estática producción ensayística colombiana.
Omar Ardila
A continuación les dejo los datos de Andrés Pinzón:
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