jueves, 5 de diciembre de 2024

Porque es posible trasgredir, es posible vivir

 


Yo mantengo muy alta la confianza

de un porvenir muy libre y muy hermoso

Biófilo Panclasta

 

Como un espectro que cada cierto tiempo aparece[1] para acompañar diversas luchas en este convulso país, la voz de Biófilo Panclasta vuelve a estar presente en la narrativa que en buena hora nos trae La Robada, ópera prima de Mario Toro Puerta. En esta sorprendente novela, Kiko, Panfilio y Eva Panclasta, tres nietos del anarquista colombiano, nos hacen partícipes de las vivencias en un sector popular de la gran capital del Magdalena Medio, nombrada en esta ficción como La Robada, por donde su abuelo “amante de la vida”, trasegara en las primeras décadas del siglo XX, llevando las ideas de libertad y revolución como su estandarte.

La historia, que podríamos ubicar en los años ochenta y noventa del pasado siglo, nos remite a una ciudad colombiana que es puerto sobre el río Magdalena, en la que desde hace años se ha instalado una gran empresa dedicada a la explotación del “betún negro”. A este enclave económico y político han llegado habitantes de las distintas regiones colombianas, gran parte de ellos desplazados de sus territorios por diversos tipos de violencia, y se han ido asentando en lugares periféricos, separados por un puente que no solo demarca una frontera geográfica, sino también cultural y social. Para construirse su espacio de subsistencia, las diversas familias han tenido que robarle al entorno toda posibilidad, lícita o ilícita, que les permita instalarse con sus miedos, sueños, aperturas y olvidos. Más adelante, van a tener que ver y padecer el discurrir permanente de los libertarios, los revolucionarios, los autodefensores y los politiqueros de turno, quienes luchan por apropiarse de los mercados de la gasolina, la coca, las armas, y por imponer sus ideologías emancipatorias o retardatarias. Las desapariciones, muertes, señalamientos, allanamientos o intimidaciones, empezaran a ser parte de la cotidianidad, y el ambiente de zozobra va escalando hasta llegar a la desesperación que solo deja en la huida la última esperanza. 

Mario Toro nos propone una narrativa enlazada por medio de olores que, más allá de la sensación física, adquieren un componente simbólico, múltiple y por momentos poético. Además, se presenta como trascriptor de un testamento dejado por Iluminada, la madre de los Panclasta y luego deja la narración en la voz de Kiko, el hijo mayor, quien es el que le relata sus vivencias, ya siendo un hombre maduro, tras dedicar varios años a la lectura y la reflexión. Es como si la autoría quisiera dejársela a aquellos que, con sus vidas atravesadas por el despojo, han luchado por reivindicar su existencia y de paso confrontar los discursos que los señalan como excluidos. Es importante saber que esta novela surgió de la tesis que Mario Toro elaboró para optar por el doctorado en Antropología Social, en la que presentó una elaboración discursiva que toma distancia de las ideas hegemónicas en torno a la exclusión, con las que se trata de negar la presencia de individuos que en medio de la precariedad y con sus prácticas al margen de la oficialidad, le generan fisuras al sistema global del capital.

Un espíritu de transgresión acompaña esta novela, como si la faceta destructora de todo, que pregonara el abuelo anarquista, se hubiera encarnado en las prácticas cotidianas de los habitantes de La Robada y por supuesto, en sus nietos, que han aprendido a hacerle el quiebre a cuanta dificultad se les presenta. No hay en ello una postura moralizante, enjuiciadora, por el contrario, los personajes son construidos con autonomía y coherencia, así recurran a cuanto recurso encuentren para satisfacer sus deseos. Incluso, los “hermanitos de la paz”, desde su experiencia de vida religiosa y comunitaria, logran insertarse en esas mismas dinámicas con cierta complicidad e insistiendo en la importancia de resolver los problemas desde adentro, desde las propias realidades barriales.

Hay un giño especial de amor a los libros por medio de un personaje reciclador que empieza a armar una biblioteca en el barrio, proyecto en el que lo secunda Kiko cuando aquel cae abatido en una de las redadas de los autodefensores. En un tono de celebración por el alumbramiento de esta novela de Mario Toro, cierro esta nota citando un fragmento en el que se hace referencia al inusual proyecto de la biblioteca popular:

Llegó el día y la hora de la reunión, que se hizo en la calle, los invitados sobre el andén, y nosotros, los del sector, en la calle. Ese día solo faltó el militar oficial que se excusó, aunque parece ser que vino, pero de lejitos. Cuando estábamos en lo más intenso del encuentro, uno de los líderes cambió de un momento a otro el tema, preguntando por los planos de una biblioteca que teníamos en mente para el sector; no era parte de la agenda; los que estaban sobre el andén ya tenían puesta la mirada en el pelotón militar que pasaba a lo lejos, y sus guardaespaldas también ya tenían el dedo en los gatillos, por si algo; pero nosotros, que estábamos de espaldas al pelotón, aunque no lo vimos sí lo entendimos. Vivir como vivíamos nos agudizaba el sentido que capta los peligros. Mi padre, que solo aparecía cuando era para algo importante, no estaba tan lejos como yo pensaba, en ese instante agradeció a los presentes y, levantando la voz como para que lo escuchara el oficial del pelotón, el otro invitado que estaba maliciosamente a distancia, les dijo a todos:

“Armar la biblioteca solo será posible desde abajo. No podemos pretender levantar la sabiduría, que trae el equilibrio, contando tan solo con los intelectuales que están arriba y solo conocen la vida desde el escritorio. Esta biblioteca se arma entre todos y con el saber de todos. Con el saber práctico del que lucha para sobrevivir, del que ha sufrido en carne propia el dolor de la lucha, del que se las ingenia para satisfacer las necesidades de su existencia material y es lector asiduo del libro de la vida. Con el saber teórico, del que ha indagado en los libros de otros teóricos y está en capacidad de elaborar principios y estrategias que sirvan al ordenamiento de la sociedad. Y con el saber bélico, del que acude a las armas, para con ellas buscar destruir lo que hace daño al justo equilibrio de la sociedad. Es el diálogo de todos los saberes el que puede llevarnos al entendimiento; y ese diálogo debe comenzar aquí abajo, entre los que estamos sufriendo en el propio pellejo las consecuencias de la violencia, de la guerra, del desempleo, del despojo, de la deshonra”.

En ese momento mi padre recordó las notas del abuelo, de Biófilo Panclasta, que ya se le habían olvidado. No las expresó, pero, al pensarlas, sus palabras se llenaron de fuego y sus ojos de lágrimas.[2]  

 

 


Mario Toro Puerta es Licenciado en Filosofía y Teología de la Universidad de San Buenaventura en Bogotá, Magíster en Ciencias Sociales y Doctor en Antropología Social de la Universidad Católica de París. La Robada es su primer novela, publicada por Nous Books en el 2024.


  



[1] En efecto, la figura de Biófilo Panclasta ha estado presente en diversas novelas colombianas, entre ellas tengo referenciadas las siguientes: Sangre y petróleo, de Gonzalo Buenahora (1982), La ficción del monje, de Francisco Montaña (2012), Amantes y destructores. Una historia del anarquismo, de Gustavo Forero (2019). Asimismo, aparece en la tesis de maestría Alucinaciones de mis memorias imposibles: biografía ficcionada de Biófilo Panclasta, de Silvio Geovanny Tibaduiza (2018).

[2] Toro Puerta, Mario. La Robada. Nous Books. Colombia, 2024. Págs. 179-181


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