martes, 27 de julio de 2010

Alejandro Sawa, cien años de Iluminaciones en la sombra



Señalado por algunos como “el último bohemio” y por otros como “el bohemio heroico”, Alejandro Sawa (1862-1909) es quizás, la figura más singular de la Generación del 98, aunque también, la más olvidada y menos estudiada de esa época. En el 2009, cien años después de su partida, se le rindieron algunos homenajes en España y se divulgaron profusamente los resultados de investigaciones que se habían preocupado por recuperar su vida y obra, especialmente, la realizada por la profesora Amelina Correa Ramón, titulada: Alejandro Sawa, luces de bohemia, con la cual obtuvo el Premio de Biografía Antonio Domínguez Ortiz en 2008. También es oportuno recordar el importante trabajo de Iris María Zavala, realizado en 1977, el cual nos había abierto las puertas para empezar a indagar sobre este personaje de origen griego, nacido en Sevilla en 1862.

Desde su llegada a Madrid, hacia la década de 1880, Sawa empezó a frecuentar con fervor los sitios de reunión de aquellos jóvenes herederos del espíritu apasionado y solitario del romanticismo, quienes ahora, desde la orilla de los proscritos, luchaban por instaurar nuevas relaciones entre el arte y la política, teniendo como inspiración directa a las múltiples luchas de la Europa de entonces, que abogaban por generar nuevas dinámicas sociales y culturales.

Al lado de Pío Baroja, Jacinto Benavente, Miguel de Unamuno, Joaquín Dicenta, por citar sólo algunos, se sentó Alejandro Sawa para hablar apasionadamente de Verlaine, Baudelaire, Whitman y Poe, sus autores preferidos en ese momento, algunos de los cuales, apenas sí se habían escuchado mencionar en España.

La gran admiración que tenía por la bohemia parisiense, lo llevó a vivir una temporada en la capital francesa, entre 1890 y 1896, donde tuvo la suerte de conocer, entre otros, a Verlaine, Zola, Santos Chocano, Pi y Margall, Gómez Carillo, Darío, Valle Inclán y Teobaldo Nieva. Junto a ellos, conoció las corrientes simbolista y parnasiana, de las cuales sería un gran difusor a su regreso a Madrid.

El paso de Sawa por París generó tanto impacto entre los escritores que lo conocieron, qienes no dudaron en acoger su presencia como modelo de personaje digno de ser consagrado en sus textos. La figura más recordada, es la que construyo Valle Inclán en Luces de bohemia, donde Sawa le sirvió de modelo para darle vida al irredento bohemio, Max Estrella. Ese tránsito por Paris, fue la época gloriosa de Sawa. Allí pudo darle salida a sus impulsos y recibir el abrazo de múltiples flujos de inconformidad y renovación, que lo seguirían acompañando hasta sus últimos días, tal como nos lo retrata en sus Iluminaciones en la sombra (publicada póstumamente, en 1910), donde comparte sus más importantes referentes iconográficos: Baudelaire, Proudhon, Bakunin, Louise Michel, Verlaine, de Quincey, cuyas presencias le inquietaron e impulsaron para reafirmar en todas sus acciones, el poderoso espíritu libertario que lo condujo hasta sus últimas consecuencias, pues vivió la literatura sin claudicar, sin concesiones, siempre escribiendo crónicas, relatos y artículos para exaltar o rechazar según su propio criterio, apartándose de cualquier lineamiento editorial que pudiera restringirlo. Fue así como llegó a colaborar en revistas de alto alcance literario y militante, como Don Quijote y La anarquía literaria, en las que encontraba afinidades tanto en la creación como en la acción. Sin embargo, con los cambio sufridos en estas y otras publicaciones que lo acogieron, poco a poco fue quedando al margen y sumido en una grave crisis económica, la cual era tanto más problemática, al coincidir con el inicio de su problema visual que lo llevaría a la ceguera.

Su osadía, en un medio que ya empezaba a sentir las garras del capitalismo, terminó por minarlo y reducirlo a la exclusión y el olvido, especialmente, en su propio país (donde se había radicado nuevamente en 1897), pues sus amigos de París aún lo recordaban como el lúcido y excéntrico artista que les había dejado un destello libertario inolvidable.

En 2010, cien años después de la publicación de Iluminaciones en la sombra, ese destello que permeó en algún momento los paisajes franceses y españoles, ha logrado extender su campo ondulatorio hasta nuestros imaginarios para ocupar un espacio de honor, como también lo ocupó en los de Rubén Darío (quien realizó el prólogo a la primera edición de la obra) y de Manuel Machado, quien le dedicó el siguiente poema, insertado como epitafio:


EPITAFIO

Jamás hombre más nacido
para el placer, fue al dolor
más derecho.
Jamás ninguno ha caído
con facha de vencedor
tan deshecho.
Y es que él se daba a perder
como muchos a ganar.
Y su vida,
por la falta de querer
y sobra de regalar,
fue perdida.

Es el morir y olvidar
mejor que amar y vivir.
Y más mérito el dejar
que el conseguir.


Finalmente, y con el ánimo de reafirmar nuestro encantamiento con el elegante, fluido, crítico y contundente estilo de Sawa, los invitamos a redescubrir su vida-obra, la cual él mismo resumió como:

“Yo soy un hombre que, de
tanto mirar hacia la luz
se ha quemado las pupilas”


También les compartimos un vídeo sobre Alejandro Sawa

miércoles, 14 de julio de 2010

Cartografía Lao-Zi y Zitarrosa

Habiendo acumulado un considerable número de entradas en este blog, considero oportuno hablar un poco sobre la expresión que le da título al mismo: "Pensar, crear, resitir". Esta es tomada del número monográfico de la Revista Archipiélago No. 17, dedicado a Deleuze; en la que se intenta resumir la propuesta del gran filósofo como la invitación para conjugar esas tres prácticas productivas.
Como estamos convencidos de que esa triada nos delinea múltiples horizontes, hemos querido emularla y empezar a propiciar brotes rizomáticos que ayuden a desinstalar las voces que se reclaman como únicas. Por tal razón, vamos a ir construyendo diversas cartografías que fluyen, cortan y buscan por todos los medios de producir realidad.


Cartografía Lao-Zi y Zitarrosa (a propósito del bicentenario de la "independencia")

Cercanos a la hiper publicitada celebración del "Bicentenario de la Independencia", nos asaltan las dudas sobre el carácter real de independencia que tuvieron las escaramuzas del 10 de julio de 1810. es entonces cuando nos detenemos a ver que la constante de los hechos nos sumerge en espacios oscuros, desde donde sentimos la necesidad de seguir preguntándonos: ¿Independencia de qué? Y ratificar que siguen pendientes los procesos emancipatorios. Por tal motivo, recurrimos a dos flujos de pensamiento, que también han tenido similares preocupaciones en distintos espacios y tiempos. No queremos comentarlos, solamente citarlos y dejar que nuestros lectores establezcan sus propias relaciones.

La primera es una cita de Lao-Zi:





"El que gobierna el Estado mediante la inteligencia, es un bandido para el Estado;
el que gobierna el Estado renunciando a la inteligencia, encarna la virtud del Estado"


(El Libro del Tao, Traducción directa del chino por Iñaki Preciado Idoeta, Editorial Alfaguara, Madrid 1979.)


La segunda es una cita musical de Alfredo Zitarrosa:


viernes, 2 de julio de 2010

Recordando a Proudhon



En el 2009 conmemoramos doscientos años del nacimiento de Pierre-Joseph Proudhon (1809 – 1865), quien ha sido considerado por muchos como “el padre del anarquismo”. Puesto que estamos convencidos de que la acción libertaria también debe preocuparse por mantener viva la memoria de quienes, con sus ideas, ayudaron a construir nuevas subjetividades fundamentadas en la libertad y la solidaridad, hemos querido hacer una pequeña reseña de algunos de los aportes que nos legó Proudhon.

Antes de avanzar, es preciso advertir que nos estamos aproximando a una vida contradictoria (que conoció la cárcel y el exilio, y que, sin embargo, le dio vida a una notable obra teórica) lo cual no pretende ser una novedad analítica, pues ¿qué vida no es contradictoria, más aún, si se trata de la de un libertario? Esta anotación es, simplemente, para constatar una vez más la variación y el dinamismo que están en el centro de la vida. Los analistas de Proudhon, claramente se ubican entre dos polaridades antagónicas (la hostilidad y el entusiasmo). De “raciocinador indigesto, pródigo en galimatías pretensiosos” o de “prisionero inconsciente de la economía burguesa”, pasa a ser en boca de otros, un crítico radical del capitalismo y uno de los primeros forjadores de un pensamiento antiestatista y libertario. Según Marx, Proudhon pensaba el socialismo desde la óptica pequeñoburguesa y “sus ideas pseudocientíficas demostraban el desconocimiento básico de los elementos de economía política, en definitiva, era un ‘torpe autodidacta’ ”. Sin embargo, y aunque reconocemos que algunos de los análisis de Proudhon no tienen la rigurosidad metódica del economista, sí podemos afirmar que hay en él una decidida negación de la racionalidad, entendida como forma unidireccional de análisis que le da vida a todos los autoritarismos y que luego, desemboca en una democracia basada en la delegación de poderes. Es decir, cuestiona el principio de autoridad, la forma organizativa del Estado político y jurídico, por ser el origen de los despotismos, de los privilegios y la razón política que justifica las servidumbres (económicas y sociales). Esto nos confirma que la apuesta de Proudhon por realizar aproximaciones (directas y menos esquemáticas) a la dinámica social, respondía a su clara disposición de abogar por análisis de fácil comprensión, lo cual no implica que sean ligeros o inválidos.
Una juiciosa lectura de la obra de Proudhon, necesariamente nos conduce a pensar la dinámica de las luchas sociales en la Francia del siglo XIX, pues de ahí surgen sus principales preocupaciones por la propiedad, el papel del Estado, el influjo de la iglesia y la lucha reivindicativa de la organización popular en sociedades mutualistas (de los productores libremente asociados). Además, el periodo francés de la primera mitad de dicho siglo, es bastante prolífico en la postulación de ideas políticas, pues vieron la luz, corrientes como el bonapartismo, el liberalismo, los socialismos, los comunismos y el anarquismo.
El mutualismo que proponía Proudhon como práctica de resistencia, buscaba establecer dos tipos de relaciones: primero, de intercambio e igualdad entre los focos de producción (que eran diversos y tenían dinámicas diferentes), reconociendo las diferencias y las individualidades; y segundo, relaciones particulares de asociación y de solidaridad, tendiendo a la integración sin destruir los centros de producción. Con esto se reafirmaban dos conceptos claves del trabajo: división y fuerza colectiva. Por lo anterior, Proudhon consideraba que el acto de asociación mutualista encarnaba el valor de la justicia: “la justicia es una idea solamente en la medida en que es en sí misma una realidad”.
El gran aporte de Proudhon a la teoría política es el concepto de anarquía, dándole una connotación especial que enmarcaba su pensamiento, y que le daba un viraje a esa noción limitada que equiparaba la anarquía con desorden, caos, confusión e insociabilidad. Es interesante destacar la apuesta de Proudhon a favor de este término cargado de “no-valor” para redimensionarlo y ubicarlo en la construcción de nuevas formas organizativas que invertían las estructuras sociales y mentales, las cuales ponían en duda los esquemas autoritarios que ya se vislumbraban en los discursos de los grupos revolucionarios de mediados del siglo XIX.
El centro de la teoría anarquista que propone Proudhon es: la “negación racional” del Estado, de la Iglesia y de la propiedad, y la reafirmación de la espontaneidad social (especialmente, en los escritos que van de 1848 a 1851, aunque ya se vislumbraban estos postulados desde su primera obra en 1840). Posteriormente hay una propuesta que conduce a imaginar las sociedades industriales modernas, donde primaría la socialización de la propiedad, la descentralización de los centros de decisión y la educación permanente, entre otras prácticas libertarias. Desde Primera Memoria (1840), Proudhon empieza la reflexión sobre la propiedad, teniendo en cuenta los procesos que intentaban crear nuevas estructuras económicas desde 1915. Pero es, particularmente, en Sistema de contradicciones (1846) donde enfatizó la reflexión sobre la propiedad, la división del trabajo, el maquinismo y el monopolio, que se empezaban a incorporar en los sectores de la economía más productivos en ese momento: el rural y el artesanal.
El anarquismo de Proudhon es el anarquismo del productor social. Es un anarquista de acción, de influencia popular, un luchador por la revolución social. Los valores positivos que exalta permanentemente son la igualdad, la mutualidad, la libertad, y con mayor énfasis, el trabajo (“como acto en sí mismo libre y generador de realidad, no de artificios como sucede con la política”) y la justicia (como valor supremo de la mutualidad). La principal preocupación que lo sostuvo fue darle vida a una estructura económica que estuviera basada en la pluralidad de elementos de producción, siempre y cuando se mantuvieran las relaciones de equilibrio y reciprocidad. Asimismo, pretendía que esa nueva práctica respondiera al problema de la organización económica, desnudando las estructuras capitalistas para proponer, en contraposición, las “sociedades económicas”, la socialización de la economía; es decir, la reciprocidad de los términos y las relaciones de intercambio e igualdad entre los modos de producción, resaltando y tomando conciencia, del pluralismo sociológico.
En su obra, De la capacidad política de las clases obreras (1865), Proudhon plantea tres condiciones fundamentales para realizar la revolución social: conciencia de clase, teoría y práctica real. Y para alcanzarla, los enemigos que se debían combatir eran el individualismo liberal y el comunismo estatal. Hay que tener en cuenta que en ese momento (primeros cincuenta años del siglo XIX) las sociedades eran asociaciones, no comunidades. Proudhon respalda las asociaciones más no las comunidades (que planteaban la necesidad de confundir sus bienes y dividirlos entre todos).
Finalmente, para terminar esta breve aproximación a la vida-obra de Proudhon, recurrimos a una de sus frases emblemáticas, la cual recoge y expresa sus máximos convencimientos: “No más partidos, no más autoridad, libertad absoluta del hombre y del ciudadano: esta es mi profesión de fe social y política”.