miércoles, 30 de noviembre de 2016

Escalones de agua, de Joaquín Zapata


A continuación, comparto las palabras que escribí para presentar el poemario de Joaquín Zapata Pinteño, el pasado 24 de noviembre, en la Biblioteca Nacional de Colombia.



Ensueños de lo elemental

“El agua, como una piel
que nadie puede herir”
Paul Éluard

Aunque lo elemental haya sido relegado por aquellos léxicos prestigiosos que priorizan la “profundidad” de las formas y de las palabras intrincadas, la poesía sabe volver en cada resquicio del tiempo para recordarnos con su andar sigiloso sobre los bordes, que la superficie es el camino más expedito hacia la verdadera profundidad, allí donde la obscuridad juguetea con la luz, tal como sucede en Escalones de agua, el segundo poemario que nos ofrece Joaquín Zapata Pinteño.
Pensar lo elemental también nos lleva a recuperar esa mirada ancestral, entre palmeras y el mar, donde la imaginación se hace poética y los elementos materiales revelan su potencia en el ensueño. El agua, con un carácter femenino, uniforme y constante, es el elemento que acompaña la meditación de Zapata Pinteño. Él sabe que “el ser consagrado al agua es un ser en el vértigo” y que tras el carácter huidizo de ella se esconde la profundidad esencial de donde brota el misterio, la vida misma. Por eso, sin dudarlo, confía en la liquidez del lenguaje humano y en la maternidad del agua.
No hay en el libro un afán por la novedad temática ni por la grandilocuencia tan común en aquellos escritos que por querer aparecer como vanguardia se escudan en el facilismo y en el manido escándalo extraliterario. En un tono de modestia poética, desde el prólogo que se prologa a sí mismo, se advierten las tres referencias (García Lorca, Machado y Hernández) que guiarán este reencuentro con la lírica depurada, anclada en la búsqueda de lo justo, de lo exquisito, del clasicismo moderno.
No en vano, y siguiendo la ruta de esas dos grandes elegías de García Lorca y Hernández[1], el libro abre con una Elegía por esa persona amada que ya no está físicamente pero que sí pervive, embellecida, en los escalones de agua. El recuerdo del dolor, ahora estetizado, ayuda a la liberación pero sin olvidar el peso de la ausencia: “Un escalofrío de siglos por tu ausencia / recorre aún todas mis horas”. Ese tono de dolor se va incrementando a lo largo de la primera parte del poemario (Un mismo adiós) hasta dejarnos ver el deseo de partir por cuenta propia, abrazado y hermanado con Sócrates. ¡Cuánto dolor inenarrable acompaña la voz del poeta! Aunque él sabe que ese dolor sólo es habitable en y por medio de la poesía y a ella le apuesta todo, pues para seguir le es preciso huir de los “escalofríos muertos”
Vigilancia de la luz (la segunda parte del libro) llega como un escape, una salida ante la sombra, auspiciado por la estética literaria que se ha ido depurando en poemas en prosa como Ciegos alcatanes o La emoción de la crisálida, en los que hacen gala la fluidez de la imagen y la pulcritud de la palabra. Poco a poco, el poeta nos devela sus ensueños de lo elemental, su reencuentro con la tierra, el agua y el fuego, que desde niño, en su natal Elche, lo han venido alimentando.
Luego nos entrega unos Epigramas en los que se insinúan atisbos de profundidad por medio de un tono íntimo, sosegado; con desprendimiento y liviandad. Enseguida experimenta un reencuentro con el dolor al revivir la voz del poeta amigo que aunque haya partido no se ha desprendido de su ruta sino que lo acompaña en el naufragio de una sangre que arde en la memoria. Con él aprendió que la certeza del poeta reside en las antípodas, que la belleza habita en el dolor.
El acento más meditativo del libro aparece en las partes finales (Evasión del yo y de la palabra y Palabras y fantasmas). En ellas hay una conversación permanente con ese otro que a menudo interroga a los poetas, ese doble que mira hacia otro lado pero que a veces también sincroniza con nuestros pasos como para preparar hasta una fiesta. Aquí, Joaquín Zapata, ya se permite esbozar algunas certezas, pues ha vislumbrado que la poesía no es precisamente para encontrar la iluminación, ni para ganar la eternidad pero que sí es imprescindible por el aliento que nos brinda. Sin embargo, es preciso desprenderse de sí tanto para la victoria como para la derrota. La evasión del Yo brota como una necesidad, un imperativo; y el hombre contemporáneo que le ha apostado todo al narcisismo queda como un proyecto olvidado, frustrado, quizás, perdido para siempre. El llamado que el poeta se hace entonces, es a volver por sí mismo, liberado del tiempo, como una pura afección y anhelando la pasión del No-ser.
Resta decir que el libro también incluye dos cuentos con los que el autor homenajea a sus abuelos paternos. Más allá del hecho anecdótico de la referencia familiar (la cual, por supuesto, que es muy importante por la potencia afectiva que conlleva) cabe destacar que el tono fluido y embellecido que habita en los poemas, también se mantiene en la narración. La evocación de esos lugares de la infancia y de esas sensaciones primigenias en las que “todos los días parecían fiesta” surgen cargadas de imágenes estéticas como aquella que nos habla de la aldea de Musgonia, donde, “cuando llovía cada gota era un arco iris” o esta otra que describe la lóbrega ciudad donde doña Urbana ofrecía su medicina milagrosa: “una ciudad desoladora en la que la humedad de los edificios chorreaba por sus esquinas como un llanto de lamentación”. Y como corresponde en el cuento, esa poética narrativa, está fortalecida con la creación acertada de los espacios fantásticos y con el curioso manejo del tiempo.
Al final, y con la confianza del marinero que aprendió a sentir el agua como una piel, Joaquín nos entrega su icónico verso que recoge toda una metafísica: “Sólo el mar puede comprenderlo todo con la mansedumbre silenciosa de su abismo”.


Omar Ardila
En Bacatá, 30 de octubre de 2016


[1] Me refiero a Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, de Federico García Lorca y a Elegía a Ramón Sijé, de Miguel Hernández.



Joaquín Zapata Pinteño es ilicitano, poeta y marino. Nació en julio de 1943 en Elche (Alicante-España). Fue profesional del Derecho ejerciendo como Procurador de los Tribunales y Técnico de la Administración Pública. Dirige una fundación médica en Bogotá, donde se reencontró con la literatura e incursiona ese ámbito con La invisibilidad de la ceniza (2015). Escalones de agua es su segundo poemario. 

domingo, 30 de octubre de 2016

Tristura, poesía reunida de Miguel Méndez Camacho


Ediciones Exilio (fundacionexilio@gmail.com, que dirige el poeta Hernán Vargascarreño) acaba de publicar toda la poesía de Miguel Méndez Camacho (Cúcuta, 1942) bajo el título Tristura -Poesía reunida-, libro que recoge los cuatro libros de poesía publicados por el poeta a lo largo de cincuenta años de vida literaria: Los golpes ciegos (1968), Poemas de entrecasa (1971), Instrucciones para la nostalgia (1984) y Memoria de tu cuerpo (2003).
Medio siglo de poesía para tan solo cuatro títulos dan fe de la rigurosidad con la palabra que el poeta Méndez Camacho ha tenido al momento de publicar. Sin embargo, muchos de sus poemas tienen ya el carácter de emblemáticos para la poesía colombiana, y han sido referente para las nuevas generaciones de poetas, quienes identifican muy bien títulos como: Para asumir la soledad, Escrito en la espalda de un árbol, Kampeones, La formal, Ernesto, Don Pablo, Tristura… entre otros.

La poesía de Miguel Méndez Camacho, contundente, escueta, certera, centra sus temas en la amistad, la soledad, el erotismo y el paso del tiempo como un recuerdo que prevalece ante la belleza efímera y perturbadora.


El poeta Méndez Camacho ha ejercido la diplomacia, el derecho, el periodismo y también es autor de otros libros de reportajes, artículos de prensa, novelas. Y desde la Universidad Externado de Colombia, donde ejerce como Decano Cultural, lidera el mayor proyecto editorial de poesía de Hispanoamérica con la colección Un libro por centavos, que hasta la fecha ha publicado 128 títulos con tirajes de entre 8.000 y 13.500 ejemplares por edición. 

Aquí una muestra de sus poemas:


Tristura

Las primeras señales del olvido
no son ritual de puertos o viajeros,
las ausencias
no requieren de adioses.
Los abandonos
no necesitan ceremonias.

Uno se va sin trenes
sin aviones,
uno se va sin barcos.
Uno se va.

  
Dedicatoria

Ando perdido
pero jubiloso.
Confieso que no sé
a dónde voy,
pero la alegría me delata:
todos saben
que vengo de tu cuerpo.



Ernesto

Che: no me culpes a mí
por incumplir la cita de los montes.
Juro que quise ir
pero no tuve el valor suficiente.
Me dio pavor la selva
la puntería del hambre
los mosquitos y los boinas verdes.
Me dio miedo
cambiar tecla por gatillo
máquina por fusil
sueños por revolución.

Che: no me culpes a mí,
soy un cobarde
juro que quise ir.

  
Lucrecia

Mi madre nunca tiene en mis poemas
un lugar muy exacto; 
siempre está dando vueltas 
huyendo y regresando, 
aquí y allá, 
de la vigilia al alba 
limpiando y remendando mis palabras 
como si fuera oficio de la casa.

  
Escrito en la espalda de un árbol

No recuerdo si el árbol daba frutos
o sombra,
solo sé que dio pájaros.

Que era el centro del patio
y de la infancia.

Que en la madera fácil
tallé tu nombre encima
de un corazón flechado.

Y no recuerdo más:
tanto subió tu nombre con el árbol
que pudiste escaparte
en la primera cosecha que dio pájaros.


La soledad

Si miramos el rostro de la amada
y cerramos los ojos
para palparlo luego en la memoria
el fantasma del miedo nos traiciona.
Por eso los amantes
no se dan nunca nada el uno al otro
y las manos que recorren los cuerpos
no persiguen la piel
sino el olvido de la futura soledad.
Y las caricias se prodigan
no a los cuerpos
sino al vacío de la ausencia
al temor de quedar sin compañía.


Foto de Miguel Méndez Camacho, por Indira Restrepo


domingo, 9 de octubre de 2016

Propiedad Horizontal, poemario de Damián Lamanna


¿Dónde habitar en este tiempo preñado de incertidumbre? ¿Dónde establecer una morada que pueda, a la vez, ser refugio y espacio para la revelación? ¿Cómo asir ese instante en el que la existencia devino afecto puro o quizás máxima agitación? Seguramente, Damián Lamanna no ha dejado de indagar, una y otra vez, en las enmarañadas superficies que estos interrogantes nos proponen, y tal vez, las preguntas se hayan arraigado tanto que solo alcance a vislumbrar un presagio, un atisbo de certeza que reside en la memoria, tal como nos lo afirma en su poemario "Propiedad horizontal", publicado por añosluz (Argentina, 2016). 

Recorrer la casa (su construcción más íntima) y auscultarla; sincronizar los pasos propios con ese latido que aún pervive, alienta y dignifica; esa es la ruta que Damián nos enseña con sutileza y armonía, y claro, con gran desgarramiento, porque en estos países que nos han sido dados, la memoria ha dejado de ser esa potencia que alimenta y se ha tenido que resignar con el confinamiento al que la han entregado aquellos, cuyas vidas solamente son dignas del ocultamiento.

Por fortuna, en este poemario habita el poderío de una voz joven que sabe apelar a su potencia para decirnos sin claudicar que "las imágenes siguen gritando hasta encender las luces". Finalmente, al poeta sólo le queda una certeza (aunque puede ser no más que una pregunta por naturaleza indescifrable): que él es su propia casa (su propio vértigo) y que en ella nunca viene a aposentarse el vacío.

Comparto algunos de los poemas que conforman este libro:


2

porque nos encerramos entre columnas de polvo
y tememos a la luz
porque escondemos el sentido
con ojos de pared sucia

el caos muere en la palabra
marchamos al fondo
rodillas en la nuca
baba sangre tibia

calamos el viento sin huesos
y naufraga
la pregunta


8 / retroceder lleva el doble de años

desentrañar el hilo
cada vuelta hasta que el ovillo
aparezca latiendo

la montaña nace, se reproduce y muere
en mi cabeza, el recorrido del fuego
termina en una estrella esférica
con las ramas llenas de pájaros

el ovillo respira en la mesa
y hay que sanar lo que quedó

de los descuidos
sobrevive
un túnel oscuro y tibio
para que entre el agua luminosa


12 / paredes

los clavos dejaron
constelaciones en el cuarto
agujeros negros que despiertan
la familia
donde habito

si no los tapo
la casa podría llenarse
de sangre, toda esa gente
que no termina de irse


18 

hablo dormido cada noche
hablo con todos ellos
que bajan desde las montañas
para habitar mi patio, después de la guerra
me dedico a juntar los hijos regados por el piso
el miedo a que en nuestra ausencia crezcan

hay un rumor que transpira
se baña cantando, llena la cañería
me arranca la ropa
mientras incendio el desayuno


21

en qué se convertirá tanto futuro
la humedad de los ojos frente al durlock
que mancha los libros
con todo lo que hay afuera
armar una casa para invitarte
y que no vengas
porque va a seguir siendo peligrosa




Imágenes tomadas de la circulación libre en la red

lunes, 3 de octubre de 2016

Simón Zavala, El lenguaje de las pisadas



En este día de dolor, de asombro y de oquedad ante la persistencia de aquellos discursos que se niegan a ver más allá de su corto universo, hay que buscar asideros, fortalezas que nos calmen para reiterar que la muerte no puede seguir teniendo la última palabra. Por suerte, como una revelación, vino a mi sombreada tarde, la voz del poeta ecuatoriano Simón Zavala, a quien conocí en el pasado encuentro de escritores, Vuelven los Comuneros, el cual acaba de realizar su décima versión en las bravas tierras de Santander. 

Zavala me ha confirmado que la iniquidad no puede llegar disfrazada de altura y que el olvido no cabe dentro de nuestros corazones rebosantes de afecto; que aquellas víctimas de todos los autoritarismos nos siguen convocando en el viento, en el polvo, en las piedras luminosas.

Del poemario "Fisonomías", editado en Quito en 1988, he seleccionado tres poemas que nos ayudan a perfilar la voz de este aguerrido poeta latinoamericano.


LAS ENTRAÑAS DE LA VIDA

Quién los vio?
Con qué ojos se perdieron en las sombras
de la noche
en qué noche
en qué día nocturno ensombrecido y negro
en qué madrugada no sabida.

Quién escuchó sus pasos caminando
insepultos en la obscuridad
hacia lo desconocido
lo fuera de la imaginación
lo no narrable.
Quién pudo retener en sus sentidos
el golpe
seco de sus pies
asiéndose a la tierra 
cuerpo de madre eterna
para no dejarse llevar.

Quién recogió el sonido de sus
últimas sílabas
de sus alientos y vómitos aferrándose
a las respiraciones atrapadas
en las manos fangosas de los verdugos.

Quién retuvo la sal de sus
ensangrentadas palabras
deshaciéndose lentamente en los nudillos
de los capturadores
en la bolsa llena de excrementos que cubre
sus cabezas
en el penthotal inyectado noche y día.

Quién supo de la locura de sus huelllas
digitales despanzurradas
por los demonios de la tortura
por los destajeros de la muerte
por los dueños de los barrotes
para borrar todo indicio
toda caricia
toda identidad  todo nombre.
Quién bebió de ellos? Quién los tuvo por 
última vez
en su memoria
en su lágrima
en su recuerdo?
Quién los pudo mirar inivisble
en la lobreguez de sus encierros
imposibles de encontrar
en los hilillos de luz que saltan de las
cuerdas cebosas
donde por días y días yacen colgados
sus pulgares
en el estallido de la picana que alucina
sus genitales
sus lenguas
sus oídos
sus plantas de los ppies
sus gritos indoblegados 
en el torrente de agua que a presión
introducen en sus gargantas
para que los intestinos broten 
                                por la nariz
o por la boca
o por el ano
en el brillo de las puntas de acero que
levantan
con todo el dolor del mundo
las uñas de los dedos
en el pitillo que quema sus brazos
sus piernas
sus vientres
y sus mejillas todavía tibias por el calor
de los que deben vivir
con el sacrificio de sus muertes.
Quién los pudo abrazar en ese último
instante
quién pudo darles el último apretón
de manos
la última muestra de solidaridad
el último beso
quién pudo recoger la luz de sus ideas
pasando por sobre la cobardía
                        de sus sicarios?

y quién puede decirnos en esta hora 
fatal y amarilla
en este tiempo desgastado
                   y de angustia
dónde están los asesinos sin rostro
(los jueces sin rostro)
dónde los maestros y los discípulos de la
tortura
escondidos bajo capuchas
dónde los enterradores anónimos
los hacedores de fosas
los gendarmes secretos de los
                               cementerios.
Dónde los jueces fabricadores
                de procesos falsos?
En qué cajón duermen
esas sentencias burdas y 
esas condenas malditas

Nadie va a responder por el momento.
Ni nadie va a manifestar una sospecha
una duda
una sencilla acusación un miserable alegato.
Nadie. Es verdad. 
Por el momento nadie. Pero se va
acercando el día
en que todos regresarán de sus exilios
de sus muertes prematuras
de sus fosas colectivas
de sus nombres anónimos
para con sus huesos altivos
encontrarlos y juzgarlos
con la savia fecunda de la verdad.



OFICIO DE ESCRIBIR

Esto de escudriñar los ojos invisibles
                                     del papel
tratando de vaciar en la página blanca
palabras supuestamente perdurables
es como andar buceando en las 
líneas de la mano.
Uno piensa en la derrota anterior
         memoria desdentada
que quiere tragarse la miel
             del cerebro
donde una niña violeta
juega con un borracho de juguete
mientras cientos de monstruos
               pequeñitos
aparecen como cuervos
     vuelan y se detienen
     se alzan y conversan
con patetismo picotean la médula
                              cerebral
     relamiéndose ante el papel
     regocijándose de antemano
por si las palabras del poema
nazcan muertas

Pero no
no son carroña las palabras
ni son advenedizas
        y aunque en un primer momento
solo son arenas movedizas en la mente
luego comienzan a tener un destino
                      incontenible.

Entonces vuelve la furia del
                         principio
       uno quiere tragarse el papel
embriagarse de tanto estado de ánimo
       vomitar las palabras
poner la máquina de escribir
                  patas arriba
las manos listas para agarrar
                   el pescuezo
de una frase
para ahorcarla cuando todavía
es monólogo interior.

           Es el preciso momento
las ideas inexorables salen desterrando
los misterios y
con paciencia con ternura con valentía
                  el poema va escribiéndose.



ESPEJO DEL HACEDOR

El tiempo clava en los hombres
horas de asombro
      para que su derrumbada
             humanidad
vuelva a ser el vuelo que crezca
por sobre los imposibles.

El tiempo clava en los hombres
profundas pesadillas
            puertas por todos los lados
palabras retorcidas y gestos
                 desmesurados
derrotas deshojándose en margaritas
                       esqueléticas
para que nunca piensen que hay algo 
                           inexpugnable
nada misterioso aunque no lo veamos
nada escondido para los ojos
que hurgan
más allá de la mente.
El tiempo clava en los hombres
el odio y el amor
           como un racimo de uvas 
                        incontables
para que amen hasta su saciedad
si es preciso
y para los que tengan hambre de odiar
vivan en su gula
            y mueran en ella podridos de tanto odio
para que el que tenga deseos de vivir sepa
hasta la eternidad 
         que el amor es un supremo
                lenguaje
y sepa dónde está la esencia
y la arcilla
    y la sangre
    y el aliento
    de una nueva materia
    negando su memoria
en una caravana de hechos
    consumados
y de pasos endebles.
El tiempo clava en los hombres 
el monstruo 
      de la guerra
su esperpéntico vicio para que
                  aprenda con
     sutileza a estrangular su cuello
para que sienta anticipadamente
que será
      estéril su victoria
      y todo lo que usurpe
      su ambición desmedida de poder
el inventario y el costo de aquellos
que hizo matar 
      con su seca garganta
para que sepa que nunca dejará
de ser gusano
muriéndose de miedo en la más
helada soledad.

El tiempo clava en los hombres
el frío de la cuchilla
      y el silencio del pedernal
      para que su corazón sea un foso
                               negro
consagrado al absurdo de tirar todo
lo humano al tacho de la 
          basura
un témpano de sombra donde todo
lo que se mire
              quede convertido en asco
un glacial esculpido por la maldad
para nunca sonreir.

El tiempo también clava
en los hombres
            el calor de la cópula
para que los que no existan
en su derecho a vivir vivan
        por encima del párpado que los 
                                           niega
        del ojo ensoberbecido que antes
                           de nacer
        quiere ponerle cadenas
a su alegría.

El tiempo clava en los hombres 
todas las desnudeces
para que siempre indague por
            su principio
por el seno que ebrio bebió cuando abrió
por primera vez
            su mirada
por los harapos de la ciudad que
                 dejó en el acto
      develado
por el ruido del hacha que cortó
             su cordón umbilical
       asido angustiosamente a la 
                 oquedad
por el húmedo nombre que como
                  un pájaro muerto le cayó
        sobre su cuerpo usado.
El tiempo sabe que pese a esta
                metafísica simple de
       guarismos roídos
hay que introducirle a la vida un río
                 de hombres
para que no envejezca.




Imágenes tomadas de la circulación libre en la red

jueves, 15 de septiembre de 2016

La dieta de la hiena


Entre la literatura que se publica en Colombia no es común encontrar obras que se arriesguen a plasmar de forma breve y sentenciosa un pensamiento, una mirada, un punto de quiebre ante la falsa idea del tiempo o un afán por desnudar el silencio. Pero las excepciones por fortuna siguen existiendo y resistiendo a la forma canónica (cuyas figuras pueden adivinarse cuando se ha ganado cierta pericia no sin mucho esfuerzo). Una de esas afortunadas líneas de fuga es el inclasificable libro "La dieta de la hiena", del escritor pereirano Gustavo Acosta Vinasco, qué el mismo busca definir como: "Aforismos, Apariencias, Epigramas, Ilusiones, Objeciones, Concesiones, Veleidades, Presunciones, Abducciones, Incepciones, Reiterancias, Decepciones, Artificios, Construcciones, Reducciones, Precipicios, Sinrazones, Evidencias o Arrebatos".
Como lector y autor que cada vez aspiro más a la brevedad, me he dejado llevar por las vertientes que me propone Gustavo Acosta y de ellas he extractado lo siguiente:

8
El mundo civilizado
¡Cadáveres en salsa!"

33
'Colonización Antioqueña' is dead

"¡Silencio, que está hablando el abuelito!"

34
La poesía se lee verticalmente, pero no se escribe así -- otra de las comodidades que siempre incómodos poetas le ofrendan al lector.

40
Antes de la labranza, toda propiedad es arbitraria.

47
Con los proverbios basta para la educación moral de nuestros críos.
Para comenzar, "cada quien sabe en dónde le aprieta el zapato".

55
Patriotismo

Este sentimiento / lúgubre de sí.

70
Dialéctica, sublimación de la polémica.
Insanía.

75
Filosofía

Lectura de un mundo gramatizado.
Una tentativa más, sub artis imitatio.

84
La falacia de las mayorías (de la democracia). Supersticiones de masa.

92
Estimado autor universitario: pocos están edificando a partir de tus 'pensamientos'.

93
El Homo erectus también se cansa de pie.

123
¡Estética de clases por favor!

131
Que "¡qué calor!", que "¡qué frío!", qué va, puras zalamerías muy pequeñoburguesas. Hay que llegar a tener una temperatura mental.

145
Filología 2030

Símbolon con nuestra indigencia marcada en cara y cruz

154
"Del inconveniente de andar erguido".

187
Un día para cada santo ya empieza a ser demasiado.




Gustavo Acosta Vinasco (Pereira, 1974)

Cronista, traductor y docente.
Fue editor de contenidos de los periódicos La Tarde y Pulso de Pereira.
Cofundador de la Corporación Ciudad Latente.
Colaborador de los tabloides La Hoja y Gente (Medellín), Ciudad Cultural (Pereira), y de las revistas Confamiliar Risaralda, Odradek - El Cuento y Folios (Universidad de Antioquia), entre otras publicaciones.






miércoles, 24 de agosto de 2016

Homenaje a Eduardo Gómez

La Universidad de los Andes le rinde un merecido homenaje al profesor Eduardo Gómez, por haber desempañado actividades como como editor, gestor cultural y profesor dentro de esta universidad a lo largo de 43 años.


Todos están cordialmente invitados a este homenaje.

Pueden consultar más datos sobre la obra del poeta Eduardo Gómez en el siguiente enlace:



jueves, 5 de mayo de 2016

El tuerto de las serpientes. 1546

Fotografía tomada por Pedro Reino en Puyo-Ecuador. Puyo es la capital de la provincia amazónica de Pastaza y el indígena desnudo pertenece a los Woarani o aucas, que son los más belicosos y certeros hombres de lo profundo de la selva, quienes llegaron a Puyo a un concurso de cerbatanas, o sea de disparar por unas cañas largas, dardos envenenados mediante su soplo hacia un árbol y dar en un blanco del tamaño de un ojo a más de 50 metros de distancia. Estos músicos que luego actuaron en escenario fueron los ganadores frente a otros nativos. 


Les comparto un texto del escritor ecuatoriano Pedro Reino Garcés, en el cual podemos apreciar su particular manera de reconstruir, recrear y repensar la historia común de nuestros países hermanos.



Por Pedro Reino Garcés

****** 
Me ha dicho que había tenido que hacer el amor con una serpiente que  se le iba engrosando como un tonel de vino; y que era  tan larga y retorcida como el río que le pertenecía.  También me  dijo que el río  era suyo,  porque  él lo había descubierto. Esas serpientes anacondas existieron allá  mucho  antes de que nuestra madre Eva saliera desnuda a pasearse en sus jardines y fuera tentada por una lombriz insignificante. Eran cosas que él conversaba delante de la gente que quedaba atónita, mirándole el único ojo por el que saltaban sus  aventuras repletas de lluvia, de monos acróbatas  y de guacamayas que hablaban  lenguas nunca oídas.  También me conversaba que por esas selvas, las que van a llamarse  la Nueva Andalucía, las mujeres, cuando pasaban a ser hembras, botaban sus alas de increíbles mariposas  y se transformaban en peligrosísimas amazonas que, totalmente desnudas, manejaban diestramente las lanzas con las cuales olfateaban a los hombres para llevarlos arrastrados  hasta  la hojarasca, donde, después de succionarles la fertilidad, les devolvían a la selva con los ojos enlagunados.
Me decía que todavía  tienen algo así como un poder de las “arañas sociales”  que tejen hamacas gigantescas entre los árboles, donde se puede columpiar la gente sobre ríos y lagunas. Es cosa que muchos las pueden ver  colgadas de altísimos guarumos. Me dijo que en esos hilos tejidos con  lluvia y con cantos de pájaros,  él las  había visto hacer el amor a las mancebas  con algunos de sus imprudentes  soldados,  hasta que ellas  los dejaron exterminados  como a los demás  insectos que caían en sus redes. Después de abrazos y besos y demás estertores del deseo. Solo habían quedado  los huesos pelados  y escupidos, los que tuvimos que lanzarlos a la corriente, me confesaba.

******

Sé que estás reclutando gente para regresar a tu río, me casaré contigo para que me lleves al lugar  donde quieres tener un reino con esas  amazonas, atinó a decir Ana de Ayala entre saltos y brincos de sus quince años. No me importa que me dobles en edad y que hayas regresado tuerto a Extremadura. Me has consolado diciendo que también quedó tuerto el padre Carvajal que bajó en tu compañía cuando te desprendiste de Pizarro.   Ahora que eres el tuerto de Trujillo, iré contigo a Indias y lo primero que haré es  averiguar por  tu  ojo robado por los indios de Puerto Viejo en Guayaquil;  o por lo menos, iré a buscar evidencias de  tus miradas que deben  estar diluyéndose con las gotas de la lluvia por Baeza o por el río Napo,  por donde dices que nunca cesa la lluvia entre las hojas de la selva.  Avísale a tu padrastro Cosme de Chávez. Dile que tienes una mozuela dispuesta a desafiar al mar y que quiere  llenarte de ilusiones  el hueco del ojo que cubre la mitad de tu destino.
¡Cómo has llegado a alegrar mi vida!,  mi bella niña. ¡Cómo saltan tus palabras desde la inocencia de tu alegría!. Si tú me ofreces tu primer amor, yo te regalaré mi río.
Quiero que me vean contigo en la iglesia de la Macarena de Sevilla. Quiero que nos vea la Virgen entre sus diez mil velas encendidas. Vamos para que ella reciba el olor de tu cuerpo impregnado de ese país de la canela. Ten cuidado con los olores pecaminosos de tu ishpingo ante la Maja. Muéstrale tu vientre debajo de la armadura para que se acuerde de los troncos de los árboles de ceibas que, según me dijiste,  dejaste en Puerto Viejo de Manabí.  Decías que esos arbolones son piernas de machos  encantados que florecen sus lanas en sus ingles sedosas en los meses  en que  las garzas les picotean los ombligos.  Ofrécele secretamente oro para sus espléndidas coronas.  Yo, en cambio,  le voy a decir que  desde tu río de las amazonas  le iré cantando sevillanas y recitando cantes de gitanas con gritos de porfías,  para quitarle sus lágrimas a punte avemarías.
Será como tú quieras a cambio de que te cases y vayas conmigo. Te mostraré los 6.800 kilómetros que tiene mi río por el que yo he bajado aventurando y haciendo el amor a esa serpiente en cada uno de sus recodos infinitos. Mi niña, quiero guardar en tu alma lo que en las cortes no me creen. Nuestro Rey quiere oro y no aprecia mis relatos infinitos. En mi cara no está el convencimiento. Ponme atención a lo que han dicho: que tal vez estuve en Grecia averiguando sobre la guerra de Troya, y no en las  Indias. Creen que me ha embrujado la reina Pentesilea y que he tenido visiones con sus amazonas que yo nunca he sabido que eran doce: con Clonia, con Polemusa, con Derinoe y con Evandra, con Antandra y con Bremusa, con Hipótoa, con Harmótoa, con Alcibia y Derimaquea, y con Antíbrota y Termodosa. Andan  diciendo  que me creo un Aquiles  dando muerte a las mujeres;  que he vuelto a asesinarlas en mis alucinaciones. Que quiero convencerles en la corte  que he matado con sus propias  lanzas a cualquier Pentesilea, y que la he dejado sepultada  a orillas del río que debe ser el Escamandro, y que quiero regresar hasta su tumba para juntar mi alma vagabunda  a su belleza. ¿Dime si acaso no eres tú, la que quieres que yo te ame, como a Pentesilea?  Te aseguro que lo comprobarás cuando tan solo seas pluma desprendida de mis obsesiones. Te darás cuenta  que quiero ofrecer a España la cinta de agua dulce más larga del planeta . Es verdad que en las cortes la gente parpadea sus dos ojos, pero son tuertos de la razón, tuertos de sueños, son tuertos de futuro, entorpecedores miopes que no entienden de la gloria, que miran por solo el ojo que tiene hasta cataratas  en sus míseras  codicias.
La Corte no me autoriza que contrate pilotos extranjeros. Dicen que es por las leyes que tal situación está prohibida. Quiero asegurar mi vida comprando buenos navíos, quiero asegurar mi expedición para tener atractivos tripulantes. Tengo negociadas cuatro naves  con las que conquistaremos el gran río; estoy negociando: “La Victoria”, la San Pedro, la Guadalupe y la Bretón.  Me han dicho que he puesto mi único ojo en las peores. ¿Me ayudarás a creer?
Seré la luz que te falta al otro ojo, mi amado tuerto trujillano.  Lo que te puedo asegurar es que vamos a casarnos este 24 de noviembre de 1544.
Mi pequeña Ana, mi esposa niña. Cuando lleguemos al río mar, serás más célebre que Pentesilea. Mira cómo nos han obstaculizado nuestro viaje los que ahora son dueños del destino. Las naves ya están en el puerto de Sevilla.
 No le hagas caso al tal  fray Pablo de Torres, amado tuerto mío. Es su envidia la que en todo encuentra irregularidades. Déjalo gritando por las calles de Sevilla: No lleva los trecientos hombres anunciados, le faltan aparejos y artillería para disparar a sus amazonas. Ha tomado marinos flamencos, alemanes, ingleses y portugueses. Todo es un desacato del tuerto que además está demente. Le faltan armas y caballos para pelear con sus serpientes. Este 11 de mayo de 1545, Orellana se ha hecho a la mar sin obtener nuestro permiso.
Ana de Ayala, la niña esposa del tuerto Orellana oye en alta mar los gritos del padre  Pablo Torres: el tuerto ha cometido un desacato. Ha zarpado el tuerto a su país de la canela.

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¿Qué pasa con el mar de Cabo Verde, señor mi esposo don Francisco?
Nada pasa mi niña. Mira como el amor es azul cuando es profundo; mira como el amor es color de la esmeralda cuando tiene tu edad; mira como el amor resbala sobre la piel del mar cuando se esconde entre las islas del deseo. ¿Sientes cómo vamos cabalgando sobre caballos de agua? ¿Acaso no te has dado cuenta que los peces te colean en tus pechos? ¿No has visto que mis dedos son cardúmenes que se refugian en tus algas, en   tu pelo y en los peñascos que tienes debajo de tus besos?
De pronto la tripulación eleva gritos. Capitán Orellana, suspenda sus actos de amor sobre la nave que se está hundiendo “La Victoria”. Ana se zafa de sus  propias ansias, desata los brazos que le atrapan y sale a contemplar su vida en hundimiento.  El mar, el mar, el mar es así como la vida. No se sabe su principio y su final.  Mira con qué color nos sigue el mar a “La Victoria”. ¿Notas el cambio de color entre sus olas, mi capitán don Francisco de Orellana?
Adelante es azul, verde y turquesa. Estamos en el mar de Cabo Verde.
El mar de atrás se ha vuelto  sucio y de hace rato nos viene  pestilente. Tiene el  exacto color de oro podrido;  huelen los vientos a codicias repulsivas. Hay más peligro porque son mansas olas de odio.  Es un mar que se ha dormido en su venganza.  Son las letrinas de la tripulación.  Es la peste  que descargan las aguas hediondas y malsanas las que han contagiado al mar con sus bacterias. Abandonemos el barco que estamos navegando sobre estas olas repletas  de diarreas. Son gritos que se oyen desde los cobertizos.
“La Victoria” se quedará durmiendo en estos  mares para constatación de nuestra historia. Le dice el Capitán; pero las voces  malolientes de la muerte salpican de gritos la catástrofe:
“La Victoria”  se quedará durmiendo en estos  mares haciéndoles defecar a los cadáveres. Han tirado al mar a ciento cincuenta tripulantes intoxicados de tu seducción, de tu testarudez,  de tu codicia. ¿Ya no queréis oír  qué cien sobrevivientes están gritando que  se regresan porque no piensan más obedecerte?  Dicen que prefieren volver a comer mierda, pero que no les interesa naufragar,  ni morir podridos en nombre de la capitulación de cualquier rey de papel ni del medio Cristo visto por un tuerto.
Griteríos y olas, da lo mismo. Palabras o viento es redundancia.  Dicen que la diarrea se ha estancado porque sus portadores se han  encontrado inesperadamente se con la muerte. ¿Cuántas naves me quedan sobre el ma, querida mía?  ¿A ti no te duele la barriga? Anita mía, cuando lleguemos a la selva, cuando penetremos al fin por nuestro río, acude de inmediato en pos de los hechizos de las  indias; busca entre las nativas amazonas a las que  tienen saberes de sus medicinales yerbas. No sabes cómo es terrible este  dolor de mi barriga.  Se me retuerce el alma y me salen los  sudores  de las tripas. Hay arcabuces que viajan por mi estómago, y gruñen de rabia los perros que buscan las podredumbres en mis vísceras.
¿Cuánto falta para llegar amado mío?
Tal vez un par de meses, y después  tendremos ese inmenso río de agua limpia. Es por culpa del agua podrida, que lo han contaminado  aquí, en el barco, que me ha  dolido  la barriga;  y tengo que confesarte, que desde ahora  mi mierda es infinita. Pero, ¡cómo me duele la barriga! Y para colmo, ya no tenemos nada qué comer, ni agua para poder beber, y además;  tener que ir a pujar en la letrina. Tal vez pueda valernos el meado limpio de un caballo. Ruégale,  vida mía, que nos salve la virgencita de Sevilla.
 
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Perdona amada mía, mi niña consentida. Hemos llegado al catastrófico final de nuestra utopía. Es noviembre de 1546. Aquí estamos  de regreso al río-mar. Mi última barca se ha encallado en las arenas acarreadas desde mi primera travesía. La barca que ves  es la vida misma que ahora está quieta aquí a tu lado,  justo porque ha sentido mi agonía. Dame tu mano fresca  mientras devuelvo mis últimas palabras a esta vida. Después de lo dicho, cierra mi ojo explorador  y entiérrame a la orilla de mi río, debajo de un árbol noble. Dame tu mano que ahora mismo siento que  me invade la fatiga.  No puedes decir que no te  he cumplido. Te vine a mostrar el río-mar.  Tómalo por tuyo porque te lo mereces, tanto por mi amor como por haber sido la primera mujer de las Españas que aprenderá la lengua de mis pájaros, y escribirá en su Biblia que fuiste tú la  que miró a las serpientes engrosadas con los siglos. Dirás que yo nunca he traicionado a mis primos: los Pizarro. Gonzalo nunca entendió que los ríos son como la vida del bergantín, que no hubo  posibilidades del regreso. He vivido apenas mis treinta y cinco años. Júntate a los veinte hombres que nos han sobrevivido, y beban lo que puedan de agua limpia, que desde ahora  les heredo.
Que Juan de Peñaloza te cuide el resto de tu vida.  Él  que sabe mucho de mi situación debe luchar por mis derechos y, seguro, te hará su concubina. Reclamen por mis descubrimientos ante el Rey, reclamen mis derechos por la gobernación de Guayaquil. Si acaso tienen tiempo, busquen la flecha con la que disparó el indio y me arrancó el ojo en Manabí.
Te dejo amada mía. Bajo a mi tumba de agua. Si acaso se han da acordar de mí, algún día, sepan que les caminaré por el recuerdo desde la saliva urticante de la  hormiga.
 
 
Léxico

Arañas sociales: Variedad de alimañas de la amazonia que tejen sus telas gigantes en forma comunitaria.
Guarumo: Árbol amazónico  que alcanza grandes alturas y es preferido por aves, hormigas y arañas.
Ishpingo: Flor de la canela amazónica usado en la elaboración de postres, dulces y aromatizantes. Asociación erótica masculina por la forma de la flor.