lunes, 27 de junio de 2022

Omar Ardila y su Estela de sombra

Comparto el texto que escribió la poeta Luz Helena Cordero para presentar mi poemario Estela de sombra, el 25 de junio de 2022, en Bogotá.



Omar Ardila y su Estela de sombra

 

Por Luz Helena Cordero Villamizar

 

En su iluminador texto sobre el verso libre, nos dice la poeta María Teresa Andruetto que «La poesía es lenguaje cargado de posibilidades». Y se pregunta « ¿Qué le da al poema su fuerza, su durabilidad, su alojamiento en la memoria?» y responde que es justamente eso: «Su capacidad de quedarse en nosotros, su triunfo sobre el caos, sobre la banalidad del mundo y de las cosas, su resistencia al paso del tiempo, su pequeña victoria ante lo efímero y lo fugaz. La intensidad hace a la poesía y nos permite diferenciarla de todos los otros modos de la palabra».

Y es que precisamente esta palabra se me impone mientras leo los poemas de Omar Ardila: intensidad. Capacidad para penetrar y permanecer. Fuerza casi imperceptible, aguda en su levedad, gota que penetra la roca. Hay en sus versos potencia de lo apenas sugerido, racionalidad de filigrana, latencia de sentidos y un don exquisito que se me antoja llamar el arte de la discreta abundancia: esa capacidad para combinar el rigor, la mesura de las palabras, con su enorme resonancia.

 La verdad duda de su cuerpo vaporoso…

 Estoy detenido en una isla que le teme al océano…

 El cántico más arraigado es una plegaria de olvido.

 Hay también una insistencia en los contrarios, en la paradoja, en el decir mientras calla, en el silencio que todo lo revela.

 Poderío real de la palabra el que existe antes de ser articulada…

 Vi cómo el lenguaje existía desde antes que el silencio y cómo el silencio era el más expresivo lenguaje.

 Me bebí el agua del olvido y recordé todos los olvidos.

 Su poesía reunida comprende cinco libros de poesía (2005-2022) y el conjunto de sus títulos traza la estela de su pensamiento y su sensibilidad. Alas del viaje en un instante (2005) abunda en reflexiones y afirmaciones contundentes. Corazón de otoño (2010) horada en la Nada. Los dioses están muertos y Dios desorientado, con sus alas rotas. Hay hambre y ausencia de esperanza, el augurio es la nada, pues «somos marionetas de la muerte», proyectos fracasados de Dios, Ícaros caídos en el vacío. Porque los paraísos no solo están ausentes; es que el vacío acuna a los recién nacidos. ¿Cabe mayor nihilismo? A la exclamación de Nietzsche « ¡Dios ha muerto!» se añade la carencia de su evocación, que es de doble vía:

 Mañana ya no seremos nada. Ni siquiera un mal recuerdo de Dios.

 Quizá la música es la única salvación y ni siquiera ella puede contra el olvido. Quizá son las palabras y su poder de creación las que sustituyan al dios.

 Hablo de los miedos crepusculares

que disipaba mi madre con la dulzura de sus palabras.

 El poeta invoca también la memoria ancestral y la naturaleza como bálsamos para curar las heridas, para amamantar la esperanza. Llegan las raíces y con ellas renacemos «en pan, en orquídea, en café, en roble milenario»; acude aquel árbol para narrar las historias que albergó bajo sus ramas generosas y que un día se desnuda y nos enseña cómo marchar altivos hacia la muerte.

En los Espejos de niebla (2013) se reflejan las ciudades ruinosas, con sus calles de angustia, donde el asfalto devora sonrisas y multitudes que «han perdido su noche». La amenaza de su sierpe, esa forma de impedir que germine la «flor nocturna» del amor, sembrada entre camastros, nutrida de mentiras y espejismos. Y llega esta exclamación que penetra en la hondura del ser: «Nunca logramos entender que en nuestro campo de batalla la mejor arma era el silencio».

 

Soy libre:

sin memoria

sin esperanza

sin origen

sin final

 Hay un «Doble yo» transitando las páginas, ese otro que le da sentido a todo lo que borra el descreimiento y el olvido. Otro que escribe, casi de manera compulsiva, vistiendo de sentido y belleza las palabras, regando con su pluma el jardín de las voces, renovando el ritual de la memoria.

 En Luces sobre las piedras (2016) persisten la desesperanza, las «falsas victorias», se hace carne la indolencia, la presencia de esa realidad social representada por el hambre, los genocidios, los desplazados, los desaparecidos, el tiempo de los asesinos que es eterno. Pero cuando el cielo se abre bajo nuestros pies, es tiempo de desplegar las alas. Asfixiaremos «la muerte con gritos libertarios» y eso permite ver «luces sobre las piedras». Aquí la poesía se impone con su caudal de imaginación creadora:

 ¡Aprendimos a desafiar las tinieblas con más oscuridad!

 Viene entonces el llamado a la libertad, a la utopía. Ya no hay temor al vacío ni a la ausencia de Dios. ¡Aquí se abre paso nuevamente la esperanza!

 «Con las piedras arrojadas / contra mí / he construido los muros / de mi casa», escribe Anise Koltz. Con su Estela de sombra Omar Ardila le apuesta todo a lo perdido. El destino del poeta se labra entre paredes de bahareque, cuando lo abandona su ángel de la guarda, cuando está solo frente a la oscuridad. Es hora de erigir espejos ante la Nada, de proyectar la Nada ante el espejo. Hay un desprecio, un rechazo a este presente repleto de malas noticias y además una promesa: nunca más creer que todo pasado fue mejor.

 Esta poesía destila inteligencia y baraja ausencia, olvido, soledad; en estos versos puede morir el aire, y el silencio se transforma en un «caudal de gritos». La gran estela de este libro es la intensidad que resuena en algún paraje del ser.

 

Bogotá, junio de 2022

A continuación comparto algunas imágenes del evento:





miércoles, 15 de junio de 2022

ESTELA DE SOMBRA

 


La ansiedad por el encerramiento en el primer año de la Peste – versión siglo XXI –, no solo me trajo desolación, impotencia y aislamiento; también me llevó a una situación límite de repensar el lenguaje, de volver sobre los trazos con intención poética y establecer una nueva relación afectiva con ellos. De esa porfía nació la idea de armar una obra conjunta, con cuatro libros precedentes (Alas del viaje en un instante, Corazón de Otoño, Espejos de niebla, Luces sobre las piedras) y uno que luchaba por asomar la cabeza en medio del naufragio. Gracias a la complicidad de Santiago López y su editorial Pie de Monte, hemos logrado que este nuevo proyecto haya tomado cuerpo bajo el título de Estela de Sombra, el que estaba destinado para el libro inédito. Así que ahora podemos tener una versión completa de los poemas que hasta ahora he publicado, los cuales corresponden al lapso de 2005 a 2020.

La impresión del libro se realizó en el Taller G.U.R.R.E, con el apoyo en la composición e impresión tipográfica de LA FULMINE y contó con la edición de Camilo Rico y Santiago López T.     

A continuación comparto unos poemas:

 

De Alas del viaje en un instante (2005)

 

XVII

 

Aun, como ausencia,

la oscuridad acompaña

el vuelo inicial del colibrí.

 

Aun, como presencia,

la luz dibuja

los caminos del abismo.

 

La libertad,

sin puerto y sin refugio,

esquiva la ausencia y la presencia

y se entrega en la boca del poema.

 

De Corazón de Otoño (2010)

 

El lugar de la soledad

 

*

Vino la luna

a conocer mi huerto

lleno de nada.

*

Música roja

en la casa del agua.

Vertieron mi sangre.

*

Brumosa tarde

construyendo caminos.

Viajero sin luz.

*

Silencio pertinaz

exhibiendo las corazas.

Vienen horas aciagas.

*

Cuerpos fatigados por la soledad

devoran el aire

de los tiempos muertos.

*

Viajan las nubes

en los orificios de mi pupila.

Fugaz sueño.

*

Alondra sin nido,

extravió el número de su calle.

Vida de nadie.

*

Cuerpos cansados

de soslayar la luz

ahora ascienden junto al sol.

*

Recuerda noche

la vigilia de la orquídea

y su frágil aroma.

*

Muere el aire

apagando palabras.

Hombre sin sombra.

*

Viento del Sur

aroma de naranjo.

Fugaz ritmo ancestral.

*

El silencio,

ese caudal de gritos

que me acecha.

*

Todas las noches

alguien suelta los sueños

en mi parcela vacía.

*

Busco vestigios

de invierno serpenteando

tus labios.

*

En la noche calmada

me despierta el murmullo

de una gota de agua

*

Miro las sombras

esquivando la noche.

Pierdo el rumbo.

 

De Espejos de niebla (2013)

 

Sociedad mediática

 

Despojada la sonrisa y el abrazo.

Vertido el cuerpo en la oquedad de una pantalla.

La vida como una transparencia de la nada,

como un vicio de sí mismo que se exhibe

y que es narrado por heraldos de la muerte.

 

Dicen que todo pasa.

Aunque ya nada es cierto en este tiempo de los corderos camuflados.

 

De Luces sobre las piedras (2016)

 

Simulaciones

 

Los espejos han perdido el rastro del paraíso;

en su última imagen solo quedan los cuerpos caídos

y un poco del albor que sus palabras anunciaban

desde la silenciosa trinchera.

 

Los espejos vaciaron las miradas,

socavaron los gestos

y ahogaron las rosas que sostenían el poema.

 

Los espejos

simulación de la muerte,

escritura del olvido.

 

De Estela de sombra (2020)

 

Como Dios, el Hombre también ha muerto

 

Es la tristeza un llamado de la luz

que aguarda la corrida del velo.

 

Es el velo la seguridad del misterio

que ronda los cuerpos amantes de la sombra.

 

Es la sombra una esperanza,

un ritual de cada mañana

cuando los pasos se hermanan con el polvo.

 

Es en el polvo donde anidan efímeros conceptos:

el Hombre

y su deshilvanada Imagen.




viernes, 11 de marzo de 2022

El eco de la tormenta, de Carlos Fajardo

 


Comparto el texto que leí el 11 de marzo de 2022, en la presentación del libro El eco de la tormenta, de Carlos Fajardo Fajardo:


Nuestra muerte sin cuerpo

 

Jamás tantos muertos

rondaron la casa de los vivos,

jamás tantos vivos

habitaron la casa de los muertos.

 

Nicolás Suescún

 

Quizás una vida no sea suficiente para aprender la muerte y se requiera morir dos o más veces para reconocer que equivocamos el camino, al menos, es lo primero que alcanzo a percibir en las coordenadas que traza el poemario El eco de la tormenta, de Carlos Fajardo Fajardo, el cual lo asemejo a un gran lienzo en el que conviven el dolor, la impotencia y la vaporosa memoria. La crudeza de su atmósfera, advertida desde el título y reafirmada en el primer poema, fulge como una voz necesaria que enfrenta la prosaica realidad sin evasivas y autoengaños:

El salitre es nuestra barca,

rostros de arena

que se extinguen  

 

El primer trazo que brinda el poemario, perfila el despojo como un paraje íntimo enterrado en las cenizas. Los viajeros que han emprendido la ruta de la huida en esta tierra “donde habitan los muertos obligados a ser muertos”, se deslizan entre el escepticismo y la seguridad – paradoja necesaria –. Escépticos frente a la incesante tormenta y seguros de lo que atrás quedó, por eso, reiteradamente vuelven la mirada hacia lo ido (las canciones, el patio, los baúles, las cartas), lo que sostiene sus cuerpos detenidos en la agonía.

Una segunda pincelada describe la sombra de los desaparecidos, esa sombra que nos arropa desde hace tantos años y que nos ha legado la impotencia como certeza; aunque la impotencia de que nos habla el poeta no es una impotencia metafísica, sino aquella que inevitablemente surge cuando intentamos pensarnos como proyecto de nación y vemos que, sin excepción, todos hemos aplazado la tarea. Por ello, estos poemas hacen resonar, a manera de cantinela, lo arduo que ha sido el olvido y la quietud.

Ardua esta quietud,

el despojo de nuestro linaje

 

Quien ha vivido la desaparición y quienes esperan al desparecido, han corroborado lo que es morir dos veces y quizás unas cuantas más. Y lo más contundente de esta abyecta práctica es que lleva a vivir la muerte sin cuerpo. El nuevo linaje que surge es el de un cuerpo agujereado, más aún, un cuerpo sin órganos, pero en su versión antiproductiva – muy distante de la de Artaud –, sin potencia, en la quietud, en la fatiga. El cuerpo que transparenta el poemario está vulnerado por medio de perforaciones y picotazos.

Desde otro lugar del lienzo, un gesto me dice que a pesar de que nos queda el verano, la certeza es el destierro. Este sutil llamado evoca las transparentes voces campesinas que a menudo claman por la llegada del verano para poder recoger la cosecha, sin embargo, el verano que habita en estos poemas es demasiado seco, ardiente y desolado. Para los nuevos trashumantes en las ciudades de nadie, fue urgente la partida, el exilio, antes de que llegara el verano.  Y pese a que los días están contados, el exilio es tan largo, que hasta en el auspicioso mediodía sólo provoca aderezar el hastío.

Nuestros días están contados,

y cuando las manecillas del reloj

marcan el mediodía

cada uno limpia el hastío,

la impaciencia bajo los astros.

 

De a poco, el luto se impone como una constante. La herrumbre, la penumbra definen una nueva manera de estar – ¿Acaso vencidos? –. El candil de la memoria, en realidad, es lo único que queda, pero para nuestro infortunio, es “pavesa entre el ramaje”.

Un fragmento del paisaje quiere apostarle a una pausa, y para ello, el poeta-pintor vuelve a revivir la convicción del vínculo con la tierra, la del primer latido, donde brotó el primer encantamiento, donde todo fue gloria y el tiempo no se mostró tan apremiante. Fue aquel el instante del goce, del pequeño paraíso que todavía no se concebía efímero. Sin embargo, toda esta potencia vital se fue entretejiendo con silenciosas espinas, hasta conformar la casa de la herrumbre. Y con la misma intensidad que se vivió el tejer, se recibe ahora la nueva fuerza de los golpes, como la de los pájaros de Hitchcock o la de las aves del Estínfalo o la del águila que devoraba el hígado de Prometeo.

…y el amor y las flores

y mayo y abril

y marzo

son heridas año tras año,

golpes que retornan

como pájaros

No quiero cerrar esta breve aproximación al poemario de Carlos Fajardo dejando la sensación de que en él todos los cuerpos se encuentran vencidos, la presencia de esta voz, de esta apuesta por la poesía en medio de la herida colectiva, confronta esa idea de derrota, por eso me remito al poema Este olor a jardín, en el que resurge el verano como el lugar de la calma, el de la infancia abierta al misterio y al placer. Asimismo, la lluvia es la celebración del paisaje, de los lugares amigos, de los pájaros y su luz, de la infancia en la que no importa el exilio. Estas figuras recurrentes nos sitúan en un tiempo de la Idea y de la belleza, que fácilmente podría aproximarse a la reflexión socrática, básicamente en que es indestructible y no cambia. En medio de la desolación es vital volver la mirada hacia ese tiempo inmutable, aunque se haya entronizado y nos asalte la convicción de que todo está perdido.

Esta lluvia que huele a paisaje

evoca el invierno de nuestra casa,

el trasegar de pájaros

en la alacena de la infancia,

único exilio donde encontramos el reposo.

 

Omar Ardila, 2022



Cierro esta entrada con unos poemas de Carlos Fajardo Fajardo, los cuales hacen parte de El eco de la tormenta:


DESAPARECIDOS

Arduo ha sido nuestro olvido,

arduos los atardeceres con el trino de un imaginado pájaro.

Ardua nuestra muerte sin cuerpo,

nuestra desvanecida presencia,

este morir dos veces.


Arduo este mutismo en la cresta del aire,

este desprecio lejos de casa,

estas perforaciones en la piel,

los picotazos de las aves.


¿Cuántos sueños han sido abandonados?

¿Cuánta pasión?

¿Cuántos juegos de niño, cuánta fatiga?

¿Cuántos besos en la noche de bodas, cuánto sol de patio?


Ardua esta quietud, 

el despojo de nuestro linaje


NOS QUEDA EL VERANO

Nuestros días están contados

y cuando las manecillas del reloj

marcan el mediodía 

cada uno limpia su hastío,

la impaciencia bajo los astros.


Nos queda el verano, 

también el destierro,

hundir los pies en extrañas ciudades

entre voces de indeseados huéspedes


AÑO TRAS AÑO

Aquí nacimos,

en este aire de ciudad primitiva

donde cualquier esfuerzo se paga con delirio,

donde las mujeres y el río

y aquel primer beso

y las canciones

y la luz

y las palabras

y el amor y las flores

y mayo y abril

y marzo

son heridas año tras año,

golpes que retornan 

como pájaros


ESTE OLOR A JARDÍN

Este olor a jardín

nos recuerda el verano de la casa,

sus fiestas y jolgorios,

al lagarto en su escondite de aljibe,

al árbol solar,

su misteriosa luz,

reinos donde el placer se hizo posible.


Esta lluvia que huele a paisaje

evoca el invierno de nuestra casa,

el trasegar de pájaros

en la alacena de la infancia,

único exilio donde encontramos el reposo



jueves, 17 de febrero de 2022

Biopoder y Control Social

 


Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto:
Que la cuna del hombre la mecen con cuentos,
que los gritos de angustia del hombre los ahogan
con cuentos,
que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,
que los huesos del hombre los entierran con cuentos,
y que el miedo del hombre...
ha inventado todos los cuentos.

León Felipe

 

De los modelos disciplinarios a las técnicas biopolíticas

Las nociones de Biopolítica y Biopoder fueron desarrolladas a nivel conceptual por Michel Foucault en su curso de 1976 titulado Hay que defender la sociedad, aunque podríamos decir que prácticamente desde los inicios de la obra de este filósofo francés ya se iba perfilando una indagación acerca de la construcción de los saberes y la lucha de estos por imponerse sobre otros.


La biopolítica hace referencia a cierta tecnología que considera a la población como problema científico y político de manera integrada, de ahí que pensar los asuntos biológicos, necesariamente nos lleva a considerar las luchas de poder. De esta manera surge el segundo concepto: biopoder, el cual hace referencia a las prácticas de poder que se ejercen sobre la vida del cuerpo, el ejercicio de poder sobre los cuerpos de los individuos, esto quiere decir, la vigilancia, el adiestramiento, la disciplina de los cuerpos para poderlos gobernar y controlar. Es importante resaltar que en el análisis de Foucault ese control, ese gobierno puede provenir de otros o de sí mismo y no precisamente tiene una connotación negativa, pues así como puede utilizarse para el ejercicio del autoritarismo o de la subordinación del otro, también puede orientarse hacia procesos creativos y constructivos. Habría que ir más allá en la lectura de Foucault para ver cómo esta posibilidad puede ser emancipatoria por medio del cuidado de sí (tratado en el curso Hermenéutica del sujeto de 1982) o del decir veraz (abordado en el curso El coraje de la verdad, de 1984).

El biopoder como tecnología de poder surge desde el momento en que se deja de utilizar la mecánica anterior que recaía sobre la tierra y sus productos para empezar a ejercerse el control sobre la vida y los cuerpos, por tanto, la vida pasará a ser un objeto de saber y un objeto de relaciones de poder. Según Foucault, el objetivo de la aplicación de fuerzas es para “hacer vivir” a los sujetos y a la población. Esto supone que en adelante se busque acceder al cuerpo y a la subjetividad para administrarlos y orientarlos hacia un fin determinado de quien ejerce dicha tecnología de poder, la cual, insisto, no siempre está dirigida hacia el control, pues también admite la perspectiva de la autogestión de la vida y de la prevención de los riesgos que dificulten el ejercicio de la vida plena.

Foucault afirma, además, que desde ese momento el interés por lo biológico toma un carácter político, de allí que se intensifique la generación de saberes que permitan entender y gestionar la vida, es decir, surge una relación saber-poder que posibilita a los individuos ser conscientes de su papel como especie viviente dentro de sus condiciones de existencia. En adelante, la construcción teórica del filósofo se orienta hacia la demarcación de algunos de esos saberes-poderes, de esas técnicas de poder que pueden estar enfocadas hacia lo anatomo-político o hacia lo biopolítico, a lo disciplinario o a lo normativo: en primer lugar el saber jurídico que define ciertos tipos de contratos y luego el saber médico que instala la regularización de la vida. De a poco, todo esto va conduciendo a una normalización de la vida y de la sociedad, y la biopolítica se nos revela como el ejercicio de poder sobre las poblaciones, el cual, según Foucault “aparece cuando el hombre tiene, técnica y políticamente, la posibilidad no sólo de disponer la vida, sino de hacerla proliferar, fabricar lo vivo y lo monstruoso, y, en el límite, virus incontrolables y universalmente destructores[1].


En este marco es que surge el panoptismo como dispositivo de control, el cual genera, en principio, la necesidad de estudiar al ser humano de manera técnica, por parte de un cuerpo especializado en cuestiones científicas, pero más adelante continúa a través del surgimiento, entre otras, de las ciencias humanas (que buscan hacer al hombre cognoscible) las que permiten instalar, en gran medida, una dominación-observación bastante sutil y pretendidamente generosa. Es así como se va entrando en una nueva dinámica de dominación que Foucault llamó Sociedades de seguridad, en sus seminarios, Seguridad, territorio y población y Nacimiento de la biopolítica. En las sociedades de seguridad el poder actúa sobre las acciones de los individuos y no sobre el individuo directamente. Las acciones se enfocan sobre los acontecimientos, sobre las acciones posibles, e incluyen el análisis del medio en el que se desarrollan. No es que Foucault haya desconocido la variación que iban teniendo las sociedades disciplinarias, pues en estos seminarios queda claro que alcanzó a entrever unas nuevas formas de control que van más allá del encierro, sólo que él las llama de otro modo: “seguridad”, y las enfoca sobre la población, no sobre los públicos, el nuevo objetivo sobre el que también se enfocará el control, tal como más adelante nos lo mostrará Mauricio Lazzarato. Como ya habíamos anotado, al hablarnos de la regulación que ejerce el Estado por medio de la biopolítica, Foucault nos lleva a entender que el control ya no es sobre el cuerpo sino sobre el hombre vivo, que a las técnicas disciplinarias se le han sumado las técnicas biopolíticas, es decir, que se ha establecido un biopoder (el poder que se ejerce sobre la vida) por medio de políticas de familia y políticas de salud, el cual apunta hacia una multiplicidad, hacia una masa global: la población. Si bien es cierto que Foucault ubica la génesis de estas técnicas en siglos anteriores, encuentra que el mayor éxito de ellas tiene lugar luego de la Segunda Guerra Mundial, con la instauración de los Estados Bienestar. 

Del control íntimo a control social

En el texto Post-scriptum sobre las sociedades de control (1990), Gilles Deleuze advierte que Foucault alcanzó a vislumbrar la crisis de las sociedades disciplinarias, que éstas dejaban de ser tan poderosas o únicas y que nos aproximábamos a las Sociedades de control, las cuales ya no funcionaban mediante el encierro sino mediante el control continuo, la comunicación instantánea y la acción a distancia. En un régimen de control nada se termina nunca. Se está en órbita ondulante. El control es a corto plazo y rotativo pero continuo e ilimitado. Se hace inmanente al campo social aunque aparezca difuso, y ahí, precisamente, radica su potencial[2]. Ya no se necesita el encierro sino la vigilancia, la ubicación en todos los momentos. De la vigilancia “encerrada” hemos pasado a la “genérica” que es más amplia (de Bentham a Orwell). Ahora se es vigilado por un gran panóptico en la casa, en la calle, en el bar, en el centro comercial, en la universidad… Según Deleuze, nos están encerrando el afuera, el espacio abierto, la posibilidad transformadora, el devenir revolucionario, la variación. Ahora se modulan las subjetividades que han salido del encierro al espacio abierto y ya no se las neutraliza sino que se las controla.

Por otra parte, también se generan ampulosos discursos que conducen al control (el terrorismo, la seguridad, la democracia, los derechos humanos, los gustos del público, las políticas de calidad), de donde surge la necesidad de hacer monitoreos, auditorías, estadísticas, guerras preventivas. Es por eso que Deleuze también se refiere al influjo que ejercen las teorías comunicativas, los “universales de comunicación”, las supuestas “revoluciones comunicacionales” que no son más que dispositivos de control para “sujetar a los sujetos”. El discurso de la “seguridad”, tras imponer el discurso del terror, se afianza con la política de la comunicación, tan promocionada y protegida por el neoliberalismo. En una línea similar, Foucault nos dice que una sociedad no se define por sus modos de producción, sino por los enunciados que la expresan y por las visibilidades que la efectúan (lo enunciable y lo visible, pero no entendidos como dualidad sino como un afuera abierto, como una virtualidad).

Por otra parte, Maurizio Lazzarato también sostiene que el nuevo control se ejerce por medio de la información, de “consignas variables” que llevan a constituir hábitos que impregnan la “memoria espiritual”. Las potencias y el poder de las máquinas de expresión son la principal característica de las sociedades de control. Tanto las tecnologías digitales como los medios de circulación masiva buscan conducir a una “normalización” de la información. Dicha normalización no solo se da en el sentido de decir qué hacer, sino usando la máscara aparentemente liberadora del confort, pues los celulares, el internet y los videojuegos al facilitarnos momentos para el goce, también están contribuyendo al control de forma disimulada[3]. El nuevo gobierno de las almas se desarrolla a través de las máquinas de expresión que crean mundos de consumo. Por eso, la nueva lucha está orientada hacia el manejo de los campos de la información, las bases de datos, las estadísticas, las proyecciones y las transmisiones. Es claro que con esta nueva dinámica también cambian las relaciones de producción; es el caso del teletrabajo tan posicionado en los últimos tiempos, que basa su poderío en la posibilidad de trabajar fundamentalmente con información.


Según Lazzarato, hay una modulación de los flujos de deseos, de las creencias y de las fuerzas que los hacen circular. Nos modelan los cerebros hasta constituir hábitos que se adentran en la memoria espiritual. El hombre-espíritu es el primer sujeto hacia el cual se dirige el control para colonizarle la memoria. Se “modula la memoria y sus potencias virtuales” para instituir una opinión pública, una percepción universal, una inteligencia colectiva. Se actúa sobre las “fuerzas psicológicas”, sobre el mundo sensible. Estos planes, evidentemente responden a una práctica política: es el capitalismo buscando acomodarse para ser más efectivo e imperceptible. Para Lazzarato, “el capitalismo no es un modo de producción, sino una producción de modos”, de mundos aptos para su mejor ejercicio. La variación en el consumo está dada por el interés del consumidor de pertenecer a un mundo, de adherirse a él, de sentirse participativo. Los mundos que crea el capitalismo, por supuesto, son cuadriculados, mayoritarios, totalitarios y excluyentes de las singularidades. Son las mismas exclusiones propias de las sociedades de control que encontraba Foucault (a nivel económico, social, discursivo y lúdico); y quienes sufren las cuatro exclusiones son considerados como “locos” que deben ser marcados, perseguidos y excluidos en razón de su diferencia. La gran contradicción (de la cual sabe alimentarse el capitalismo) es que una sociedad tan “segura”, protegida y benefactora, también genera inestabilidades, inseguridades en los empleados (ahora temporales, sin prestaciones, sin pensión). De manera perversa, el nuevo ejercicio del gobierno de las conductas se hace a través de las “desigualdades”.

Finalmente, nos interesa rescatar de Lazzarato su pensamiento acerca de la “multiplicidad” para entender cómo las multiplicidades también han sido capturadas por las máquinas de expresión con su nueva institución que es la “opinión pública”. El pensamiento de la “multiplicidad”, que remite a lo abierto, a lo amplio, a lo no circunscrito a dualidades (lucha de clases, disciplina/seguridad-control) también se ha visto encerrado, coaccionado, confinado, pues por todos los medios se generan modulaciones para crear mundos que apunten a la constitución de un sujeto promedio (homogéneo), desconociendo las singularidades y con ellas, la potencia revolucionaria de la creación. Lo cierto es que el control continúa con el encierro (dispositivos disciplinarios), con la gestión de la vida (dispositivos biopolíticos) y con la modulación del cerebro, de la memoria y su potencia virtual (dispositivos de control).

 Imágenes tomadas de la circulación libre en la red.



[1] Foucault, Michel. Defender la sociedad, Fondo de Cultura Económica, México, 2014, p. 56

[2] Los “Data centers” son edificios protegidos con altísima seguridad, llenos de equipamientos electrónicos y conectados a muy alta velocidad a otros nodos con similares características, donde se guardan todos los datos disponibles en internet. Contrario a lo que comúnmente se cree, dichos datos no se almacenan en los computadores personales, sino que están bajo el control permanente de quienes los confiscan.

[3] La tecnología DPI (Inspección Profunda de Paquetes) es una industria secreta para el control electrónico masivo. Esta permite que cuando se envía un correo electrónico, antes de llegar al destinatario, vaya pasando por numerosas máquinas que sólo se preocupan por verificar la dirección hacia dónde va dirigida, las cuales, supuestamente, no revisan el contenido. Pero ¿podríamos estar seguros de que al pasar por estas máquinas, no habrá alguna que sí se interese por conocer qué dice el mensaje, y quizás, cambiarlo, modificarlo o dirigirlo a otro destinatario? La realidad, en cambio, nos muestra que se ha convertido en una eficaz arma para el espionaje tanto de personalidades como de particulares en el mundo entero, desde hace más de treinta años.