miércoles, 22 de febrero de 2012

Libro Elogio de la anarquía


Pepitasde Calabaza es una de esas pocas editoriales españolas que ha hecho una apuesta decidida por darle la posibilidad de iluminar a escritos políticamente peligrosos, axiológicamente incorrectos y socialmente insurrectos. Por supuesto que no es difícil adivinar qué tanta presencia puede alcanzar dentro de los hipercircuitos de difusión y comercialización del libro, los cuales alimentan a diario festivales, ferias y librerías. El poderío de aquella editorial riojana radica, precisamente, en estar ausente de esos escenarios mayoritarios donde las líneas de pensamiento que las sostienen son las que conducen al unanimismo. Ese carácter de devenir minoritario le permite publicar un libro para elogiar la anarquía, tomando como referencia las polémicas sostenidas por dos particulares personajes chinos del siglo III, Bao Jingyan y Xi Kang (223 – 263), con importantes personalidades del mundo intelectual.

Gracias al juicioso trabajo de selección y presentación realizado por el especialista en cultura china, Jean Levi, y a la traducción y comentarios elaborados por el sinólogo Albert Galvany, hoy podemos enterarnos de algunas discusiones que tuvieron lugar durante las Dinastías Wei y Jin (Siglos III y IV) en el país oriental, del que hemos recibido tanta información desvirtuada.


La primera discusión es entre Bao Jingyan y Baopuzi. El primero es un oscuro personaje libertario del que apenas se encuentran referencias a través de Ge Hong, quien dice haber conservado algunas páginas de aquél. “De la inutilidad de los príncipes” es el tema de la controversia que sostienen; en ella, Jingyan asevera que hubo una sociedad anterior que no tenía príncipes, en la que el poder carecía de poder y por tal razón, era mejor que la presente. Justamente, fue la institucionalización del príncipe con su consabido vínculo celestial, la que trajo los problemas a la sociedad. Con agudeza y habilidad, poco a poco Jingyan va confrontando las posiciones de Baopuzi, las cuales están en contra del elogio de la “vida salvaje”.  Sin embargo, la añoranza de las sociedades primigenias no exime a Jingyan de analizar la estratificación en que se encuentra, por el contrario, intenta ponerla contra las cuerdas, pues no cree en las bondades del supuesto bienestar de la organización presente, sino que más bien desnuda sus falsedades en tanto afirma ciertas verdades, muy distintas de las que han sido culturalmente aceptadas: “cuando en el mundo reinan la contrariedad y el desorden, aparecen entonces la lealtad y la justicia”. La intencionalidad de Jingyan es mostrar que puede haber una sociedad en mejores condiciones que las actuales, presentadas como definitivas y seguras. Por ello continúa con su tono esclarecedor aunque recurriendo a los interrogantes: “devolver a la vida un muerto provoca un entusiasmo sin límites pero ¿acaso no vale más obrar de suerte que no haya muertos?”.

En la época de Jingyan, existían seis tipos de “relaciones sociales”: soberano, súbdito, padre, hijo, marido y esposa. Para el discurso oficial, esta organización jerárquica era la que garantizaba la cohesión del cuerpo social, pero para el polémico personaje anti autoritario del siglo III, dicha estructura distaba mucho de aquella primigenia en la que no había príncipes ni vasallos, disputas ni rivalidades, honores ni ofensas, ni grandes aglomeraciones de personas. En fin, la apuesta de Jingyan es sin duda a favor del primitivismo, una de las vertientes que han acompañado permanentemente el devenir anarquista. 

Dieciocho siglos después, y ante el arraigo cada vez más poderoso de las mismas “posiciones sociales” que denunciaba Jingyan, vale la pena retomar la polémica y acometer para que esas brechas experimenten la ruptura definitiva.  


La segunda discusión tiene por título, “Sobre el carácter innato del gusto por el estudio”, y la sostienen Zhang Miao, un alto funcionario de una prefectura en el Noreste de China, fallecido en el 291, y Xi Kang (223 – 263), un poeta y pensador destacado que hizo parte de los “Siete Sabios del bosque de bambú” (“círculo de amigos y de bebedores impenitentes”), quien mantuvo una posición irreverente, crítica e inconforme, lo que le valió la persecución, el encarcelamiento y la condena a muerte.


La posición de Zhang Miao conduce a presentar “el estudio” como una práctica que hace parte del fundamento más elemental del ser humano. Por el contrario, Xi Kang asegura que no hace parte de la naturaleza humana, sino que todo se debió a la ruptura propiciada por el surgimiento de la escritura, consistente en la necesidad de transmitir ideas. Con esta nueva dinámica comunicacional, se le estaba dando vida a divisiones entre los hombres, debido a la creación de categorías y clases, títulos y funciones, el fervor por la instrucción y la necesidad de discursos como el humanitarismo y la justicia. Con la instauración de estas prácticas, según Xi Kang, se conducía a disciplinar las conductas y a la búsqueda de la celebridad y del beneficio egoísta. Esta postura la ejemplifica recurriendo a una reflexión sobre un tema similar: “La bondad procede de la naturaleza humana pero la naturaleza humana no puede tornarse como bondadosa. La bondad, como el arroz blanqueado, es el resultado de la acción del hombre que completa desde el exterior la obra del cielo”

La última discusión, “Sobre los efectos nocivos de la sociedad para la salud”, se genera entre Xi Kiang y Xiang Ziqi, el vicepresidente de la Cancillería Imperial, quien también hacía parte de “Los Siete Sabios del bosque de bambú”. La posición de Xi Kiang es a favor de la mesura tanto en el consumo de los alimentos como en la satisfacción de los deseos. Constantemente recurre a la enumeración de varios alimentos que aseguran una magnífica nutrición y la descripción de prácticas propicias para alcanzar la longevidad. En el fondo, busca remitirse a una sincronización del cuerpo y el espíritu como dos estamentos complementarios más no jerárquicos: “el cuerpo depende del espíritu para perdurar al igual que el espíritu requiere del cuerpo para subsistir”. Esta vía conduce al sosiego y a la impasibilidad, sin albergar amores ni odios, alegrías ni tristezas. El sosiego y la quietud constituyen el gran saber, y la gran armonía es el culmen de la felicidad; por el contario, son las necesidades creadas las que provocan la infelicidad. Pero el punto máximo de intensidad y complejidad se alcanza cuando Kiang retoma un antiguo pasaje del Zhuangzi para provocarnos con la esclarecedora paradoja: “¿no significa que la felicidad completa consiste en la ausencia de felicidad?”

Finalmente, nos advierte las cinco dificultades que conspiran en contra de la nutrición de la vida: 1. No poder liquidar el renombre y el beneficio egoísta, 2. No poder desterrar la alegría y la cólera, 3. No poder expulsar los placeres auditivos y visuales, 4. No poder desactivar la inclinación por los ricos sabores, 5. No poder desocupar nuestra mente de cuitas y evitar que se disperse.

Por último, queremos resaltar la pertinencia de esta publicación, la cual logra revivir aquellas antiguas polémicas para confirmarnos que mientras existan las figuras autoritarias, siempre habrá espíritus libertarios dispuestos a levantarse.   

Imágenes tomadas de la circulación libre en la red