jueves, 17 de febrero de 2022

Biopoder y Control Social

 


Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto:
Que la cuna del hombre la mecen con cuentos,
que los gritos de angustia del hombre los ahogan
con cuentos,
que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,
que los huesos del hombre los entierran con cuentos,
y que el miedo del hombre...
ha inventado todos los cuentos.

León Felipe

 

De los modelos disciplinarios a las técnicas biopolíticas

Las nociones de Biopolítica y Biopoder fueron desarrolladas a nivel conceptual por Michel Foucault en su curso de 1976 titulado Hay que defender la sociedad, aunque podríamos decir que prácticamente desde los inicios de la obra de este filósofo francés ya se iba perfilando una indagación acerca de la construcción de los saberes y la lucha de estos por imponerse sobre otros.


La biopolítica hace referencia a cierta tecnología que considera a la población como problema científico y político de manera integrada, de ahí que pensar los asuntos biológicos, necesariamente nos lleva a considerar las luchas de poder. De esta manera surge el segundo concepto: biopoder, el cual hace referencia a las prácticas de poder que se ejercen sobre la vida del cuerpo, el ejercicio de poder sobre los cuerpos de los individuos, esto quiere decir, la vigilancia, el adiestramiento, la disciplina de los cuerpos para poderlos gobernar y controlar. Es importante resaltar que en el análisis de Foucault ese control, ese gobierno puede provenir de otros o de sí mismo y no precisamente tiene una connotación negativa, pues así como puede utilizarse para el ejercicio del autoritarismo o de la subordinación del otro, también puede orientarse hacia procesos creativos y constructivos. Habría que ir más allá en la lectura de Foucault para ver cómo esta posibilidad puede ser emancipatoria por medio del cuidado de sí (tratado en el curso Hermenéutica del sujeto de 1982) o del decir veraz (abordado en el curso El coraje de la verdad, de 1984).

El biopoder como tecnología de poder surge desde el momento en que se deja de utilizar la mecánica anterior que recaía sobre la tierra y sus productos para empezar a ejercerse el control sobre la vida y los cuerpos, por tanto, la vida pasará a ser un objeto de saber y un objeto de relaciones de poder. Según Foucault, el objetivo de la aplicación de fuerzas es para “hacer vivir” a los sujetos y a la población. Esto supone que en adelante se busque acceder al cuerpo y a la subjetividad para administrarlos y orientarlos hacia un fin determinado de quien ejerce dicha tecnología de poder, la cual, insisto, no siempre está dirigida hacia el control, pues también admite la perspectiva de la autogestión de la vida y de la prevención de los riesgos que dificulten el ejercicio de la vida plena.

Foucault afirma, además, que desde ese momento el interés por lo biológico toma un carácter político, de allí que se intensifique la generación de saberes que permitan entender y gestionar la vida, es decir, surge una relación saber-poder que posibilita a los individuos ser conscientes de su papel como especie viviente dentro de sus condiciones de existencia. En adelante, la construcción teórica del filósofo se orienta hacia la demarcación de algunos de esos saberes-poderes, de esas técnicas de poder que pueden estar enfocadas hacia lo anatomo-político o hacia lo biopolítico, a lo disciplinario o a lo normativo: en primer lugar el saber jurídico que define ciertos tipos de contratos y luego el saber médico que instala la regularización de la vida. De a poco, todo esto va conduciendo a una normalización de la vida y de la sociedad, y la biopolítica se nos revela como el ejercicio de poder sobre las poblaciones, el cual, según Foucault “aparece cuando el hombre tiene, técnica y políticamente, la posibilidad no sólo de disponer la vida, sino de hacerla proliferar, fabricar lo vivo y lo monstruoso, y, en el límite, virus incontrolables y universalmente destructores[1].


En este marco es que surge el panoptismo como dispositivo de control, el cual genera, en principio, la necesidad de estudiar al ser humano de manera técnica, por parte de un cuerpo especializado en cuestiones científicas, pero más adelante continúa a través del surgimiento, entre otras, de las ciencias humanas (que buscan hacer al hombre cognoscible) las que permiten instalar, en gran medida, una dominación-observación bastante sutil y pretendidamente generosa. Es así como se va entrando en una nueva dinámica de dominación que Foucault llamó Sociedades de seguridad, en sus seminarios, Seguridad, territorio y población y Nacimiento de la biopolítica. En las sociedades de seguridad el poder actúa sobre las acciones de los individuos y no sobre el individuo directamente. Las acciones se enfocan sobre los acontecimientos, sobre las acciones posibles, e incluyen el análisis del medio en el que se desarrollan. No es que Foucault haya desconocido la variación que iban teniendo las sociedades disciplinarias, pues en estos seminarios queda claro que alcanzó a entrever unas nuevas formas de control que van más allá del encierro, sólo que él las llama de otro modo: “seguridad”, y las enfoca sobre la población, no sobre los públicos, el nuevo objetivo sobre el que también se enfocará el control, tal como más adelante nos lo mostrará Mauricio Lazzarato. Como ya habíamos anotado, al hablarnos de la regulación que ejerce el Estado por medio de la biopolítica, Foucault nos lleva a entender que el control ya no es sobre el cuerpo sino sobre el hombre vivo, que a las técnicas disciplinarias se le han sumado las técnicas biopolíticas, es decir, que se ha establecido un biopoder (el poder que se ejerce sobre la vida) por medio de políticas de familia y políticas de salud, el cual apunta hacia una multiplicidad, hacia una masa global: la población. Si bien es cierto que Foucault ubica la génesis de estas técnicas en siglos anteriores, encuentra que el mayor éxito de ellas tiene lugar luego de la Segunda Guerra Mundial, con la instauración de los Estados Bienestar. 

Del control íntimo a control social

En el texto Post-scriptum sobre las sociedades de control (1990), Gilles Deleuze advierte que Foucault alcanzó a vislumbrar la crisis de las sociedades disciplinarias, que éstas dejaban de ser tan poderosas o únicas y que nos aproximábamos a las Sociedades de control, las cuales ya no funcionaban mediante el encierro sino mediante el control continuo, la comunicación instantánea y la acción a distancia. En un régimen de control nada se termina nunca. Se está en órbita ondulante. El control es a corto plazo y rotativo pero continuo e ilimitado. Se hace inmanente al campo social aunque aparezca difuso, y ahí, precisamente, radica su potencial[2]. Ya no se necesita el encierro sino la vigilancia, la ubicación en todos los momentos. De la vigilancia “encerrada” hemos pasado a la “genérica” que es más amplia (de Bentham a Orwell). Ahora se es vigilado por un gran panóptico en la casa, en la calle, en el bar, en el centro comercial, en la universidad… Según Deleuze, nos están encerrando el afuera, el espacio abierto, la posibilidad transformadora, el devenir revolucionario, la variación. Ahora se modulan las subjetividades que han salido del encierro al espacio abierto y ya no se las neutraliza sino que se las controla.

Por otra parte, también se generan ampulosos discursos que conducen al control (el terrorismo, la seguridad, la democracia, los derechos humanos, los gustos del público, las políticas de calidad), de donde surge la necesidad de hacer monitoreos, auditorías, estadísticas, guerras preventivas. Es por eso que Deleuze también se refiere al influjo que ejercen las teorías comunicativas, los “universales de comunicación”, las supuestas “revoluciones comunicacionales” que no son más que dispositivos de control para “sujetar a los sujetos”. El discurso de la “seguridad”, tras imponer el discurso del terror, se afianza con la política de la comunicación, tan promocionada y protegida por el neoliberalismo. En una línea similar, Foucault nos dice que una sociedad no se define por sus modos de producción, sino por los enunciados que la expresan y por las visibilidades que la efectúan (lo enunciable y lo visible, pero no entendidos como dualidad sino como un afuera abierto, como una virtualidad).

Por otra parte, Maurizio Lazzarato también sostiene que el nuevo control se ejerce por medio de la información, de “consignas variables” que llevan a constituir hábitos que impregnan la “memoria espiritual”. Las potencias y el poder de las máquinas de expresión son la principal característica de las sociedades de control. Tanto las tecnologías digitales como los medios de circulación masiva buscan conducir a una “normalización” de la información. Dicha normalización no solo se da en el sentido de decir qué hacer, sino usando la máscara aparentemente liberadora del confort, pues los celulares, el internet y los videojuegos al facilitarnos momentos para el goce, también están contribuyendo al control de forma disimulada[3]. El nuevo gobierno de las almas se desarrolla a través de las máquinas de expresión que crean mundos de consumo. Por eso, la nueva lucha está orientada hacia el manejo de los campos de la información, las bases de datos, las estadísticas, las proyecciones y las transmisiones. Es claro que con esta nueva dinámica también cambian las relaciones de producción; es el caso del teletrabajo tan posicionado en los últimos tiempos, que basa su poderío en la posibilidad de trabajar fundamentalmente con información.


Según Lazzarato, hay una modulación de los flujos de deseos, de las creencias y de las fuerzas que los hacen circular. Nos modelan los cerebros hasta constituir hábitos que se adentran en la memoria espiritual. El hombre-espíritu es el primer sujeto hacia el cual se dirige el control para colonizarle la memoria. Se “modula la memoria y sus potencias virtuales” para instituir una opinión pública, una percepción universal, una inteligencia colectiva. Se actúa sobre las “fuerzas psicológicas”, sobre el mundo sensible. Estos planes, evidentemente responden a una práctica política: es el capitalismo buscando acomodarse para ser más efectivo e imperceptible. Para Lazzarato, “el capitalismo no es un modo de producción, sino una producción de modos”, de mundos aptos para su mejor ejercicio. La variación en el consumo está dada por el interés del consumidor de pertenecer a un mundo, de adherirse a él, de sentirse participativo. Los mundos que crea el capitalismo, por supuesto, son cuadriculados, mayoritarios, totalitarios y excluyentes de las singularidades. Son las mismas exclusiones propias de las sociedades de control que encontraba Foucault (a nivel económico, social, discursivo y lúdico); y quienes sufren las cuatro exclusiones son considerados como “locos” que deben ser marcados, perseguidos y excluidos en razón de su diferencia. La gran contradicción (de la cual sabe alimentarse el capitalismo) es que una sociedad tan “segura”, protegida y benefactora, también genera inestabilidades, inseguridades en los empleados (ahora temporales, sin prestaciones, sin pensión). De manera perversa, el nuevo ejercicio del gobierno de las conductas se hace a través de las “desigualdades”.

Finalmente, nos interesa rescatar de Lazzarato su pensamiento acerca de la “multiplicidad” para entender cómo las multiplicidades también han sido capturadas por las máquinas de expresión con su nueva institución que es la “opinión pública”. El pensamiento de la “multiplicidad”, que remite a lo abierto, a lo amplio, a lo no circunscrito a dualidades (lucha de clases, disciplina/seguridad-control) también se ha visto encerrado, coaccionado, confinado, pues por todos los medios se generan modulaciones para crear mundos que apunten a la constitución de un sujeto promedio (homogéneo), desconociendo las singularidades y con ellas, la potencia revolucionaria de la creación. Lo cierto es que el control continúa con el encierro (dispositivos disciplinarios), con la gestión de la vida (dispositivos biopolíticos) y con la modulación del cerebro, de la memoria y su potencia virtual (dispositivos de control).

 Imágenes tomadas de la circulación libre en la red.



[1] Foucault, Michel. Defender la sociedad, Fondo de Cultura Económica, México, 2014, p. 56

[2] Los “Data centers” son edificios protegidos con altísima seguridad, llenos de equipamientos electrónicos y conectados a muy alta velocidad a otros nodos con similares características, donde se guardan todos los datos disponibles en internet. Contrario a lo que comúnmente se cree, dichos datos no se almacenan en los computadores personales, sino que están bajo el control permanente de quienes los confiscan.

[3] La tecnología DPI (Inspección Profunda de Paquetes) es una industria secreta para el control electrónico masivo. Esta permite que cuando se envía un correo electrónico, antes de llegar al destinatario, vaya pasando por numerosas máquinas que sólo se preocupan por verificar la dirección hacia dónde va dirigida, las cuales, supuestamente, no revisan el contenido. Pero ¿podríamos estar seguros de que al pasar por estas máquinas, no habrá alguna que sí se interese por conocer qué dice el mensaje, y quizás, cambiarlo, modificarlo o dirigirlo a otro destinatario? La realidad, en cambio, nos muestra que se ha convertido en una eficaz arma para el espionaje tanto de personalidades como de particulares en el mundo entero, desde hace más de treinta años.