Les compartimos el texto que escribió sobre Pensar es no pensar lo mismo, el poeta, ensayista y narrador, Juan G. Ramírez.
“No
tener nada que decir no es motivo para callarse”, se dice con cierta ironía. Yo,
que cumplo a cabalidad con ese dicho, quiero hablar para contribuir al debate y
a la confusión. El hombre, en especial el
escritor, quiere reconocerse único, irrepetible, capaz de emocionar e
impresionar al mismo tiempo, mientras transita por ideas propias. Pero esa
posibilidad no está al alcance de todos: hay que leer, escribir, reescribir,
para retomar los argumentos cada vez menos defectuosos. Omar Ardila parece
haber recorrido con satisfacción ese camino. Escribió un libro que, aunque a
veces peca en referencias y lenguaje especializado, tiene una visión cautivante.
En realidad, nos ofrece un argumento y una cuerda para que descendamos hasta
las profundidades del hombre, y descubramos esa inexplorada región donde se
originan los miedos, la libertad y el castigo. Nos deja claro que todo
pensamiento nuevo es lateral, y al llegar a él debemos abandonarlo con
prontitud. Cuando se pasa demasiado en la orilla, la orilla se convierte en un
nuevo sistema. Y nosotros nacimos para desafiar la ley de los abismos, para
merodear entre las estrellas, para descifrar al hombre que se levanta y cae en
un patio vacío, mientras cava pozos con rojos alcoholes, con muecas y
preguntas, y se fatiga tras una verdad que desde niño guardó en los bolsillos. Tal
vez seamos máquinas, por qué no, pero máquinas danzantes que aún participan del
erotismo y la culpa.
La
batalla, evidentemente, Omar Ardila la sitúa en la psique. El niño comienza a
ser estandarizado por medio de la educación, el consumo, la religión, la ley,
hasta que asume una libertad controlada y olvida la verdadera Libertad: la del
hombre que se piensa a sí mismo. Sin embargo, cuando hablamos del hombre, hay
que tener cuidado: en cuanto uno se descuida las contradicciones le saltan a la
cara. Ya Martin Buber había escrito: “ni el individualismo, ni el colectivismo
son soluciones humanas: el primero no ve a la sociedad y el segundo se niega a
ver al hombre”. Ya sé que Omar Ardila propone una comunicación entre seres
libres, pero qué hacer cuando, como lo propuso Eric Fromm, el hombre tiene
miedo a la libertad, o al menos la entiende de otro modo. Muchos pueblos en
Mesoamérica, si no me equivoco, jamás entendieron el individualismo; eran seres
gregarios no sólo en sus acciones sino en sus emociones, creencias y pensamientos.
O como el filósofo Scheleiermacher que daba gracias por vivir en una comunidad
que lo proveía de una costumbre y una moral que le evitaban convertirse en esa
cosa vana que es el “hombre individual”. Y aunque la psique haya sido modelada
en la niñez, según pude colegir del pensamiento de Omar Ardila, deja rendijas
por las cuales podemos deslizar algunas preguntas: ¿Se puede ser libre sin
convertirse en un “extranjero” en la humanidad? ¿Es, acaso, la libertad una
cosa indescifrable? ¿O es apenas un acto de la conciencia, y un hombre puede
ser libre aunque repita los mismos movimientos y gestos de todos los hombres? ¿Por
qué no ha de ser la libertad el derecho a ser conducido, sometido y engañado? ¿Es
el hombre “libre” una rueda que se salió del eje y no permite que la humanidad
llegue a tiempo al abismo? ¿Se puede ser un sujeto individual sin caer en el
aislamiento? ¿Podemos ir con el grupo sin ser dependientes de él? ¿Hemos
alienado a la humanidad para tener algo que escribir de ella? ¿Es la libertad
llegar a ser uno con Dios, como lo proponen algunas religiones? ¿Somos llevados
por una fuerza superior? ¿Por un instinto social? ¿Es, entonces, la humanidad una
masa inconsciente y salvaje que no puede ser modelada? ¿Es el individualismo la
enfermedad de nuestro siglo? El filósofo Estanislao Zuleta escribió
acertadamente: “Dostoyesvki entendió, hace más de un siglo, que la dificultad
de nuestra liberación procede de nuestro amor a las cadenas. Amamos las
cadenas, los amos, las seguridades porque nos evitan las angustias de la
razón”. En todo caso podemos concluir que, en el tumulto de los hombres,
esperamos a que Dios subraye nuestra cara. ¡Que el instinto nos guíe hacia la
libertad o al desbarrancadero, ya que la razón sólo ofrece sombras y falsas
conclusiones!
La
verdadera libertad se halla en el anarquismo, según pude entender. Un hombre
que crea su “yo” con ayuda del arte, la ciencia y el libre pensamiento. Pero,
¿es, acaso, el anarquismo una cuerda lo suficientemente fuerte para sostener la
libertad del hombre? ¿O es apenas una rama que se alejó del tronco para caer
por su propio peso? ¿Acaso una gota que salpicó del río, y no un hombre que se
apartó para ver pasar a la multitud arrastrada por una fuerza gravitatoria? Y, tal
vez, solitarios queremos fraguar una teoría de la libertad, cuando sólo
anhelamos regresar al cauce para marchar con el grupo. Es posible.
Omar
Ardila también escribió: “Repensar la filosofía como un sistema abierto no para fundar
ni para crear universales o ir tras supuestas esencias o fundamentos; ni tampoco
para buscar la trascendencia, sino con miras a inventar nuevas posibilidades de vida”. Existen, en el parque de
las ideas, dos modelos de pensamiento: uno, el de Dostoiesvki, que nos invita a
ir de abismo en abismo. Dice “Cualquier causa primaria arrastra consigo otra,
aún más primaria que la anterior, y así sucesivamente hasta el infinito”. El
otro, el de los absolutos platónicos: una especie de pared donde ponemos
límites al pensamiento cuando no se quiere, o no se puede, ir más allá. ¿Cuál
de esas visiones es la correcta? El hombre tiene derecho a engañarse como mejor
le convenga, a crear su propio sistema para enfrentar y orientar la oscuridad
de la vida: a través de la religión, de la política, del arte, y a poner o no
límites a su pensamiento. Yo, que siempre he creído en una “fe individual” como
lo propuso Kierkegaard, tambien creo en “absolutos individuales”, modelos de
pensamiento en los que uno se apoya cuando se cansa de flotar, pero también sé
que ese modelo de pensamiento tiene validez únicamente para quien lo articula,
como un castillo que, por más que se amplíe, sólo permite la entrada a quien lo
construye. Comparto también cuando Omar Ardila escribe: “Deleuze establece otra
imagen del pensamiento en la que el
concepto se mueve a partir de preguntas y sin temerle a las paradojas”. Es
evidente que nadie tiene un pensamiento lineal, ni va hilvanando argumentos,
como se pegan peldaños, hasta llegar a una terraza perfecta. Las ideas son curvas,
giros, pasos hacia atrás. El hombre, por fortuna, es contradicción: todos los
sistemas de pensamiento que intentan explicarlo son falsos, todos los modelos
de pensamiento son válidos. En la paradoja se halla el verdadero hombre. En
medio del desvarío, la confusión y el afán, sólo es libre aquel que puede
alumbrar los caminos con la palma de su mano.
Omar
Ardila, en todo caso, nos presenta un libro arriesgado y sorprendente: un estímulo
genuino para el pensamiento. No es un libro de respuestas, sino un libro donde
se pasean a su antojo las preguntas. Nos habla del miedo y del control a través
del miedo, de los medios al servicio del control, de la filosofía zombi: “El
capital ve en el transgresor zombi un antisistema, una manada que se abalanza
peligrosamente sobre sus seguridades”, nos narra las técnicas de represión por
medio de la disciplina y propone el anarquismo como una forma de resistencia:
“Conocer la autoridad moral de quien tiene más experiencia, la cual se irá
desconociendo al fortalecer la autonomía”, “El potencial anarquista reside,
precisamente, en que no sufre la acción limitante de una doctrina”, nos habla
de esquizoanálisis y capitalismo: “La sociedad capitalista produce esquizos como
produce cualquier otro producto”, y define al esquizofrénico como “un productor universal que se identifica
con su producto”, también nos cuenta de la máquina
esquizofrénica que “produce, no metáforas ni fantasmas como en el psicoanálisis,
sino realidad”, y luego nos habla de las máquinas
deseantes: “desear es producir”, nos dice, y por último nos presenta el
rizoma como un pensamiento lateral o de superficie,
“el rizoma es expresión total de movimientos”, para terminar con estos versos
lapidarios del poeta Adonis:
Yo
prefiero quedar en la penumbra;
quedarme en el secreto de
las cosas.
En
fin, creo en todo caso haber entendido mal el libro de Omar Ardila, salvo el título:
Pensar es no pensar lo mismo. Y yo lo
intenté.
Juan
G Ramírez
Juan G Ramírez (Saravena-Arauca, 1979), poeta, ensayista y narrador. Ha escrito los
libros Estadios y Zenón inmóvil, donde la imagen poética y
el quehacer filosófico se mezclan creando una nueva posibilidad para el arte de
nuestro tiempo. Actualmente trabaja en la redacción del libro Teoría y práctica del homicidio. Su obra
aún permanece inédita.
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