viernes, 15 de noviembre de 2024

Quid, de Andrés Pinzón


Con regocijo celebro la aparición del libro Quid, del autor colombiano Andrés Pinzón, recientemente publicado por Man in the box. A continuación les comparto el Exordio que escribí para el mismo. 


Exordio

 

Pese a la unanimidad de pensamiento que campea fortalecido como dogma, aún es posible hacer un alto en el camino – asumiendo el riesgo de existir como ausencia – para preguntarse por el qué de ese pensamiento asfixiante y excluyente. Si aceptamos que detrás del ejercicio de pensar hay algo que se quiere develar, aquello que por incómodo ha estado oculto, pero hace parte de un pasado común de la humanidad, es necesario insistir en descorrer ese velo y contrarrestar la comodidad de la actual “sociedad alienada” y conforme con sus planes individuales de obtener éxito – lo que se ha reducido a conseguir dinero – es decir, el triunfo del capital. El ensayo de Andrés Pinzón opta por esta segunda vía y desde una línea herética se pregunta por ese qué (quid), que fundamenta los discursos de la modernidad a través de los cuales se ocultan o tergiversan antiguas prácticas de pensamiento. Su experiencia consiste en detenerse en textos y autores para entregarnos nuevos sentidos y trazar otras cartografías de lectura e interpretación.

Según Pinzón, filosofía y ciencia – especialmente la matemática – son el fundamento del discurso de la modernidad, el cual arranca a partir del ejercicio de pensamiento que realiza Descartes, y con el que la nueva clase beneficiaria es la burguesía. Al construir un camino por medio de su propio método para llegar a la verdad, el autor francés establece una variación respecto de la antigua búsqueda socrática cimentada en la virtud, pues pasa a la pragmática del burgués para quien lo que le interesa es apoderarse de la verdad y con ello, definir una nueva realidad basada en el consumo al extremo. Previamente, Descartes ha exaltado sus propias tres virtudes para acceder a la verdad anhelada: moderación, constancia y sacrificio; éstas encuadrarían perfectamente en la construcción del nuevo ethos capitalista. En la lectura de Andrés Pinzón se plantea que “la sabiduría como mostración del pensar diferente a la filosofía, permite que el pensamiento se muestre al ser humano enmarañado y difuso”, con este planteamiento, permite distanciarse de entender la remarcada sentencia “pienso luego existo” como una condición ontológica de la existencia, pues en Descartes lo ontológico se reduce a la inmediatez del pensamiento como constitución del ser.

Al confrontar los planteamientos de Descartes, Pinzón corrobora que aquél ha dejado por fuera el mundo-materia-cuerpo, es decir, ha creado una escisión ontológica, gnoseológica y axiológica entre el alma y el cuerpo, de donde derivan ciertos problemas muy importantes, pero no voy a ahondar en ellos porque el autor sintetiza de una manera contundente sus argumentos y es parte de la novedad que en este libro nos aguarda. Por ahora sólo quiero señalar algunos movimientos del pensar – pues estoy convencido que el llamado que Quid nos hace es a recuperar o experimentar por vez primera la alegría de pensar, la potencia dionisiaca de habitar la fiesta del pensamiento – que constituyen la columna vertebral del libro: por un lado, propone que el racionalismo metódico de Descartes es el que fundamenta el capitalismo y con él, la perdida de sentido de la vida auténtica, en tanto que lo que se pone en juego es la ganancia como valor supremo y no la existencia del ser humano en su dimensión temporal, como ser-para-la-muerte, con lo que lo único que queda es buscar la existencia para la eternidad, por medio de la redención y posterior salvación. Es decir, el hombre escindido tiene que buscar lo que cree perdido para hallar el supuesto sentido trascendente. De cierta manera, el autor concluye que el discurso de Descartes no funda una forma nueva de pensar llamada “modernidad”, sino que fundamenta un accionar sistemático de una clase social que surge como vanguardia en una época de transformaciones históricas. Y a la vez que fundamenta el capitalismo, también lo hace con la democracia, una democracia que vendrá a sustentar el accionar de los “buenos” y que permitirá que en nombre de ella se emprendan guerras y genocidios para salvar al mundo de los “malos” – ¡Vaya lógica tan pueril como siniestra! –.  Es importante señalar en este punto que Pinzón también retoma a Marx y hace notar que la relación de la realidad con la conciencia ha dejado en el sentir moderno la necesidad de encontrarle objetividad a sus pensamientos, tal como se presume que lo hace la ciencia. Por tal motivo, insiste en palabras que por medio de Marx recobran su potencial para hacerse conceptos (construir sentidos): libertad, fetichismo, alienación, aunque el interés del capitalismo y la democracia que lo avala – con su falso discurso de la equidad social – ha sido el de convertirlas en pasadas de moda.

El libro continúa enlazando conceptos, de tal manera que el círculo abierto desde las primeras afirmaciones tienda a cerrarse (o mejor, a vivir como eternidad), dándole unidad y secuencialidad. De esta manera, se ocupa del pensar, al que entiende como un movimiento que se presenta como conmoción. Este movimiento involucra el ánimo y el cuerpo de una manera violenta. Es una experiencia que requiere temple para mirar y dejarse mirar, para auscultar el vértigo de la cosa y desaparecer con o en ella. Pero como pensar supone llegar a la comprensión, se requiere tomar distancia para lograrlo, y desde ese afuera (que no implica desligarse) ver el nuevo movimiento del desaparecer para que surja la comprensión. El quid aquí es que la cosa es el propio ser y el ejercicio de interpretación involucra una transformación del mismo.

Seguidamente, el autor nos entrega su reflexión acerca de la comprensión y la interpretación, dos movimientos que suceden juntos aunque son distintos. Comprender es algo ya dado en la existencia, de manera espontánea. Interpretar es la disposición para que ese comprender se realice, disposición de quien comprende y de lo que se comprende. A partir de esta aclaración, se puede volver sobre el pensar y corroborar que es una sensibilidad que nos toca, que nos atañe porque previamente nos ha incomodado, y que en el ejercicio del pensar se entrecruzan la comprensión y la interpretación. Un destacado aporte de Andrés Pinzón – con el que empieza a tomar distancia y nos prepara para el próximo fragmento – es que identifica cómo Nietzsche no hizo la distinción entre comprender e interpretar, mientras que para él si es muy importante y la realiza a partir de la etimología y luego, poblándola de nuevos sentidos. Es necesario tomar distancia para contrarrestar el problema de la claridad cuando se conoce tan a profundidad un autor – y en efecto, Pinzón lo hace con dos de sus autores de cabecera: Nietzsche y Heidegger –. Tanta claridad enceguece, abruma. La distancia permite apreciar ciertas formas, ciertas circunvoluciones de la cosa para que la experiencia de la comprensión, de la disposición para ello, se dé, para que el pensamiento surja. De la distorsión de la claridad es que puede aparecer el pensamiento. Tomar distancia implica una perspectiva y un estilo y sobre ello continúa el ejercicio de pensamiento en el libro. De la mano de Proust, el autor insiste en el estilo, dado que la cuestión del pensamiento es un problema de “perspectiva, de sensibilidad, de estados de ánimo”, como en efecto sucede en los dos primero tomos de En busca del tiempo perdido y también en Quid.

En el cierre del libro hay unos apéndices que por un lado fortalecen y amplían la experiencia de pensamiento que ha realizado el autor y por el otro le rinde tributo a algunos autores que no han dejado de serle relevantes en su andar filosófico. El círculo en Heidegger y el sí a la vida como valor supremo en Nietzsche, más el enigma del eterno retorno – que silencia al intempestivo y lo ratifica en su calidad de sabio, que lo vivencia preso de la conmoción y por lo tanto nada tiene que explicar –. La opción por lo no lógico, lo no metódico, lo no sistémico en el ensayo de Andrés Pinzón, traza una línea de afectos con el círculo como anillo de eternidad que lo contiene y lo rebasa, en tanto se identifica con la afirmación del loco, del Áyax vencido, perdedor, decadente, pero para el mundo productivo del capital-democracia.

Termino esta aproximación reiterando que el pensar de este libro no es metodológico ni moral. Desarrolla un encadenamiento para deslindar lo que realmente concierne al pensar, de una idea brota otra que trae novedad y a la vez enlaza lo anterior. El fragmento es a la vez totalidad y parte. Su libertad está dada por la capacidad de enlazar, mientras que su autonomía le permite establecer relaciones temporales con otros fragmentos y de esta forma se percibe el mundo como multiplicidad. En fin, Quid pone de cabeza un buen número de conceptos que han sido entronizados y promulgados como verdad irrebatible en la modernidad. De ello vamos a ser testigos en las siguientes páginas, gracias a la voz impetuosa de Andrés Pinzón, que en buen momento brota con suficientes arrestos y claridad para conmocionar la estática producción ensayística colombiana.  

Omar Ardila


A continuación les dejo los datos de Andrés Pinzón:


jueves, 31 de octubre de 2024

A los 100 años del asesinato de Reynaldo Matiz

 

Imagen de Reynaldo Matiz

El 1 de noviembre de 1924, Arcadio Perdomo, hijo de Ricardo Perdomo, cumplió sin objeciones el mandato de su progenitor: “Arcadio, tome esta pistola y vaya y mate a Reynaldo Matiz; si no lo hace, yo lo mato a usted”. El motivo de tan miserable orden fue el comentario que Matiz hiciera en el periódico “Renacimiento”, criticando el accionar de “Los Limpios” a quienes atribuía el pago de mercenarios de la pluma para enlodar honras ajenas. Con su gesto irreflexivo y cómplice, Arcadio Perdomo cegaba la vida de uno de los personajes más destacados a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX en el departamento del Huila, quien no solo tuvo una vida de leyenda, sino que tomó en serio la apuesta por idear y gestar un mundo en el que tuvieran participación las gentes más desfavorecidas y se generaran fracturas a las anquilosadas prácticas de la política servil a los caudillos y gamonales.  

El alcance reflexivo de Reynaldo Matiz lo podemos entrever en estos fragmentos que a continuación comparto, en los que hay una propuesta para pensar las nuevas corrientes socialistas que poblaban el mundo en la segunda década del siglo XX, desde una perspectiva criolla, regional, en un país donde la renovación de las ideas políticas era asumida como una herejía.  

 

SOCIALISMO CRIOLLO[1]

 

En las bajas capas sociales se inicia un rumor que puede llegar a ser grito aterrador.

Allí donde la ascensión social no es posible, la violencia de la protesta sí lo es.

La conciencia del proletariado se dilata.

Las clases dirigentes deben salir al encuentro de la solución del problema, en lugar de virar a bordo.

Descongestionar la mole para evitar la irrupción.

Abrir, en lugar de cerrar, el horizonte a las nuevas auroras.

(…)

Muy lejos estamos de la pretensión de historiar el socialismo y de condensar la esencia de su doctrina.

Está en pie el interrogante de las reivindicaciones de los obreros, que es uno de los tópicos – y acaso el principal – del socialismo.

Con la timidez que es de rigor al novato, rodearemos el asunto. No importa que profanas manos ayuden a abrir las puertas de las ciencias sociales.

(…)

Entendemos que el socialismo se propone, en principio, establecer una relativa comunidad de bienes, entregando al Estado los medios de trabajo y la facultad de organizar la producción y la distribución de los bienes.

No se puede asegurar que, exento de utopías, sea perfectamente realizable el programa.

Aún no se sabe en qué ha de parar el ejemplo práctico de lo que ha sucedido en Rusia, en cuya revolución parece que hayan tomado parte principal todos los elementos socialistas.

Es posible que “el porvenir de las sociedades futuras esté en el obrero”, pero también lo es que el socialismo llegue a ser: “la tiranía enmascarada; un cesarismo odioso, vestido de blusa”.

(…)

Está por averiguar si el Estado, en calidad de administrador general de las industrias, tendría mejores condiciones de humanidad como patrono y mayor tino en la dirección.

Es de proceder parejo, sujeto a normas fijas, y por consiguiente despótico.

Para la generosidad está imposibilitado, porque ella fácilmente se confundirá con el peculado.

Si el egoísmo y la usura son vicios en el individuo, en el Estado son pulcritud y firmeza.

Tiene brazos vigorosos para obrar, pero no tiene corazón.

Para él no hay clamor elocuente, ni gemido de dolor, enternecedor.

Comparado pues, con amos despóticos, resulta por igual al peor.

(…)

Nuestro socialismo es criollo, indeciso y vago.

 _________________________

Imágenes tomadas de la circulación libre en la red.

[1] Publicado en el diario Transocean, 23 de junio de 1919.

miércoles, 6 de septiembre de 2023

En este lugar de la noche, los malditos

 


Ahora, al cerrar la última Página de Los Malditos – novela de Víctor Bustamante publicada en 2017 – entiendo el acucioso impulso de Gustavo Zuluaga (El Hamaquero) para que le solicitara la novela a Víctor. En efecto, El Hamaco – como lo llama el autor en varias ocasiones – es el personaje que concentra el hilo narrativo de la novela. En torno de él discurren una serie de personajes que nos pintan los escarceos poéticos de una generación que desde los setenta y hasta la segunda década del siglo XXI, discurrieron por amplios escenarios de la Medellín que buscaba distanciarse del rosario y abrirse a los embates de la modernidad.

Con el acostumbrado tono de Bustamante, el de un voyeur impregnado de Sátiro con su punzante y ácida lengua, nos adentramos en la ciudad que se ha ido, que ha sido presa del rito fácil y de la muerte como una gambeta en una bullosa tarde. Esa ciudad que acompañó los sueños de un incrédulo que se sentaba a ver pasar las máscaras desde una hamaca en la Avenida La Playa, también impulsó proyectos editoriales, espacios para la lectura, festivales literarios, programas radiales, librerías abiertas y mucho, mucho fervor, así como también encuentros y desencuentros entre los variopintos personajes lanzados a un ring donde todos confrontaban con todos, salvo el narrador y el Hamaquero, pues entre ellos hay una complicidad de afectos y también de perspicacia.

En este lugar de la noche, esa imagen robada a José Manuel Arango por su más ferviente seguidor para nombrar a su librería, traspasa la metáfora y deviene metamorfosis para que la memoria se active y el poema vuelva a ser carne, cuerpo, exceso, despojo, lápida, o quizás, el festín de Acracia, la celebración de la vida plena de sinsentido, pero digna de porfía para seguir degustando el abismo, mientras el tiempo atesora junto a la muerte.

“Las heridas se cosen con las agujas del reloj”, es la máxima que Víctor pone en boca del Hamaquero, en su papel en blanco como el principiante zen; pero es también la sentencia que Bustamante va trazando con su poética irreverente, distante de los sanedrines y de los sacerdotes, y más próxima a los malditos que en su transitar de perdedores van arrancando las máscaras y taladrando los discursos que solo tienen la certeza de ser ceniza.     


martes, 16 de mayo de 2023

Platanales, libro de Santiago López Triana

 


Solo en la luz del fuego

 

Quizás porque todas necesitamos arder junto a ese anhelo y levedad de la ceniza o tal vez porque el cuerpo no termina en la carne, ni existe gracias a la exhibición de sus mutilaciones, las víctimas que ahora somos multiplicidad, ya no cabemos en el flujo sinuoso de las pantallas, ni en el requiebre de una voz que atesora discursos y se doblega ante las dádivas tan austeras como cómplices del silencio que más se aproxima a la nada lapidaria, a la quietud que impone el amo que escribe y borra.

Quizás, digo, pero no callo, cuando desde el frente, Platanales llama a un nuevo trato con la herida:

no qué necesitamos para morir

en nuestras muertas   

              sino qué necesitan ellas

              para vivir con nosotras

 

Las historias le pertenecen a nuestros cuerpos rotos, y aunque apilados bajo una composición banal y perversa, la singularidad no deja de nombrar su propia muerte, que es también la certeza de lo que fue su vida inflamada, pues en tanto la memoria no claudique, podemos recomponer las huellas aunque haya que hacerlo sobre las cenizas. Es en la luz del fuego, en la posibilidad de arder, donde el cuerpo se reintegra a una memoria activa:

no es carencia la distancia

sino articulación del deseo en lo posible

 

El cuerpo de la palabra en Platanales no es metáfora, es una imagen material que se metamorfosea en el andar, que se expone en un decir zigzagueante y opta por una sintaxis entrecortada, próxima al ahogo final de las masacradas, a una forma en la fatiga. Decir es una posibilidad de reencuentro con las muertas, de aunarse a sus ritmos para mostrarles a los asesinos que su acto no pudo acabarlas del todo, que la metamorfosis sabe esquivar los silencios de ese sacrosanto Platanal que nunca quisieron entronizar:

el platanal

espejismo suerte u omisión

de los vencidos

Así como de la piedra hemos aprendido la desnudez, de las muertas aprendemos a no victimizar, a no repetir la cantinela de la conmiseración para auparnos en el circunloquio de los vencedores. La piedra lacera tanto como esculpe y su corazón está pleno de movimiento, de vida nueva, de dignidad en la muerte y más allá.      


A continuación comparto unos poemas del libro Platanales.


no qué necesitamos para morir

en nuestras muertas   

              sino qué necesitan ellas

              para vivir con nosotras

 

hartas de arrastrarse por los fondos de la historia

y de mantenerse con las migajas del perdón

la buena voluntad y la distancia

no es que quieran venganza    – precisamente –  

pues nada piden

apenas están allí

– aquí – en la memoria

bajo la tierra siempre desconocida

y abierta para nosotras

acaso nos recuerdan

que no vale la pena

abrirnos camino hacia la fosa

ni permitir

que nos empujen a ella

 

no sólo luchamos por nuestras muertas

muertas y amadas están allí

quietitas

nosotras

levantadas     vivas

entre los fogonazos

las tormentas

 

 

 

ahí

y entonces

sólo pellejo anclado a las voraces

inmediaciones de la muerte

precisión del vértigo y mandato

de todo cuanto ha de vivir

y arrastrarse sobre la tierra reseca    la luz

 

en la supervivencia de la sombra

dos absolutos

 

 

 

la claridad contrasta

  con las formas que tiene de mentirse el día

  sólo lo mantiene unido cierta ficción

  y asiste al siempre inaugural desmembramiento

                                               de este orden de signos

 

cancerosas formas nuevas

aguarda en ellas otro

atardecer feroz     otras

tantas nubes iluminadas

en rosa desde el fondo

la ciudad    impávida

 

 

 

 

si sólo la repetición hace voraz al sueño

que crece en la espera

y sólo la espera produce la acumulación del mismo

siempre tentando su posibilidad en la vigilia

dónde dormiremos nuestra intemperie

el dolor    la rabia con que juntas

recostamos nuestras queridas muertas

 

cómo dormir con ellas    levantarnos

sin parecernos demasiado

a lo que ahora son    muertitas


Santiago López Triana es un poeta colombiano que ha realizado traducción literaria, carpintería y edición. Es creador de la editorial Pie de monte, encabalgada entre la poesía y la difusión de ideas anarquistas. Ha publicado Platanales (2023), Tendón (2019), El día entero (2017) y Hálito y rumbo (2013)

miércoles, 8 de marzo de 2023

Concierto para un hombre, poemario de Joaquín Zapata Pinteño

 


Y el verso se hizo hombre

Blas de Otero

 

¡Qué abismo entre el olivo

y el hombre se descubre!

Miguel Hernández

 

Aunque una primera intuición – quizás un elemental bosquejo – la había percibido en mis conversaciones con Joaquín Zapata Pinteño antes de que la horrorosa peste nos distanciara hace ya tres años, tuve que leer una y otra vez los poemas que conforman el libro Concierto para un hombre (España, 2002) para tratar de entrever la nueva inquietud poética que acompaña a este marinero del tiempo, quien ha sabido encallar en nuestra América con fruición y a veces con encono.

Y es que a través de estas páginas es posible descubrir las tensiones que han atravesado a este poeta que guardó su escritura para la alta edad. Aquí encuentro su encantamiento primero, con el olivo y su sombra, con el mar y sus abismos, con el niño que jugaba a ser arquero, “a ser un dios desconocido” y que supo conservar esa masa madre hasta que llegara el momento de dejarla germinar. En efecto, años después, en otro costado del paraje y tras el encuentro con su catalizador (el poeta de las enormes Derrotas), Joaquín Zapata se lanzó a la travesía de la palabra en un océano, ahora oscuro.

Siguiendo el esquema de Concierto para un hombre, he iniciado esta pequeña nota con los epígrafes que el poeta me puso en la dedicatoria del libro, los cuales entiendo como pilares especiales que quedaron asentados en el eterno Mediterráneo. Este poemario está conformado por tres partituras (Los días intactos, Los días vencidos y Los hombres y los días) y sus primeros 15 textos inician con fragmentos del libro Todas las jaurías del rey, del cubano Alberto Rodríguez Tosca, con quien una vez más dialoga y a quien exhuma agradecido en cada paso. 

Por otra parte, Zapata Pinteño también insufla vitalidad a un heterónino (Lukkus) a quien sienta a la mesa junto con Pessoa, García Lorca y Rodríguez Tosca para contarles cómo, “desde el amanecer de una posguerra” y en el relámpago de la poesía, brotan de nuevo yarumos y robles negros.

Así como la música necesita del silencio, fue necesaria la ausencia para volver a encontrarme con el Joaquín-Amigo, el Azariel-Misterio, el Poeta-Hombre que entrega un concierto en el que “un gesto nos enjaula y un labio de vértigo nos prende”.

 

Comparto los siguientes poemas de Concierto para un hombre:

 

VII

No te dejes morir si te dejas te mueres

sino te dejas también te mueres

pero no tanto

déjate caer y la tierra te guarde

como a un hijo pródigo que vuelve

 

En medio de otros dos

un hombre ha dejado de morir

la neblina de sus ojos se evapora

sus párpados adquieren transparencia

tiene un regocijo en la memoria

una multitud de relámpagos pequeños

que cauterizan las heridas

Su reloj enfermó de lentitud al tiempo

avergonzado cuenta un siglo cada hora

Ya no sufre de arrebatos

sino de una quietud canicular

en un jardín que involuntario brota

con su vieja mesa y lámina de cromo

el sapo que croa en su sequía

y una higuera infatigable

Este hombre parece un invisible

un ausente en su presencia

una presencia inamovible

sin un clamor ni un gesto

ni un hilo de voz

sus huellas se diluyen en la aurora

como una sombra que deja de cantar

y huye de la nada

como un muerto universal glorioso

¿Quién será ese yacente

con un sudario a punto

a punto de lavar la noche y sepultarla

con la duda de una excomunión?

Ni el crepúsculo se atreve

a descifrar su nombre

 

 

XII

 

Devorados sí

pero de quién

a qué boca dijimos

que nos devorara

 

En cualquier acto de universo

puede concluir este concierto

que acaricia y oye al hombre

ese ser mitad lobo reflexivo

mitad eternidad ardiente

con un lenguaje perdido entre palabras

y un silencio que escucha sus delirios

Ese ser que orbita poesía

más allá del arrepentimiento

y agradece a Hasch y al yarumo y al roble negro

y a la tartamudez de Dios

que lo aislará con la piel del mundo

No teme perder su infinitud

ni el pulso de una infancia

que en otra eternidad se olvide

ni a dejar atrás su horror

ni a la revelación de su muerte

 

 

Canto 2

(Lukkus)

 

Después de dar la espalda al mundo

se fundieron en mí tiempo y distancia

con un feroz aliento

soy como una herida resanada tras la muerte

No cuestioné la ficción del hombre

abandoné su jauría

para llegar al Getsemaní de las consciencias

No dejé de extraviarme

de llegar de despedirme

siempre supe del barro fugitivo

que cualquier camino conducía al fuego

pero me perdí en mis desencuentros

Nadie supo mis vergüenzas

ni que mis lágrimas vertidas

sufrían un naufragio

caminé sin norte para no encontrarme

mis cicatrices querían estallar al mundo

no asumían su regreso

No tuve un discurso afortunado

no me alcanzó el relámpago de la poesía

ni esa voz profunda que me llega.

 

 

El arquero

 

En un jardín amplio e infinito

un niño juega a ser arquero

a ser un dios desconocido

que roba corazones y los fulge

 

Los golpes de su arco son secretos

ahogan las ansias de la piel hasta saciarla

como se sacian los océanos de agua

y el universo de latentes astros

 

Lleva un himno que induce a la pasión

al ansia amorosa de la vida humana

sus flechas con un grito de suerte

nos adentran en otra creación

 

Tercamente de primavera a invierno saetea

desde los antepasados más antiguos

y el inocente fuego de la sangre

despierta rotundo como una catedral

 

Hay que aceptar el error de las heridas

como tigres con una flecha en la garganta

sangrar hasta sacarla

levantarse y sacudirse el polvo

 


Joaquín Zapata Pinteño

 Imágenes tomadas de la circulación libre en la red